febrero 12, 2017

LA "BRUSELITIS" DE LA ZONA BANANERA

La dolce vita de la élite bananera


Prado - Sevilla
Zona Bananera


La bonanza verde trajo un estilo de vida que ha sido difícil de emular en nuestros días: Los viajes a Europa, el arribo de inversionistas extranjeros, los pianos de cola en casa de las importantes familias samarias, las espectaculares fiestas con orquestas y la construcción de mansiones y palacios a comienzos del siglo XX, como resultado de sus contactos en el viejo continente, específicamente Bruselas. El negocio del banano dio origen a una vida de espejismos que se desvanecieron al tiempo que la United Fruit Company se fue de la Zona Bananera.

Prado, Sevilla, en el municipio Zona Bananera, fue en tiempos de la United Fruit Company (1900-1966), un conjunto residencial en el que solo podían vivir ‘los gringos’ o altos funcionarios de la empresa. Entre heliconias, cocoteros y mafafas se encuentra la Casa, una vieja edificación con el estilo típico de las viviendas de las ‘ciudades bananeras’, rodeada de un amplio jardín reverdecido por la maleza. Allí reside Jorge Leal Molina desde que nació.

Su padre, Urbano Leal Mancilla, llegó a laborar con la United a los 20 años. Se desempeñó como jefe de exportación por 37 años. Compró la Casa 1 por 30 mil dólares para vivir con su mujer Gregoria Molina y sus cuatro hijos. Jorge recuerda los tiempos en la que la compañía bananera dejaba en cada casa caballos para que las familias salieran a cabalgar por la zona. Su infancia fue diferente a la del resto de niños de Sevilla, pues no recuerda haber jugado a la ‘bolita uñita’, al yoyó o al trompo, porque sus juguetes eran sofisticados aparatos electrónicos que le obsequiaba la ‘Yunai’.

Al lado de la Casa 1 estaba el Club Social, donde los norteamericanos solían hacer sus acostumbradas fiestas y celebrar por lo alto el 4 de julio. Para la fecha traían las mejores orquestas del país: la de Pacho Galán o Lucho Bermúdez, por ejemplo. Todo eso en los años previos a la partida de la United para la región de Urabá, Antioquia.

La edificación no posee una arquitectura ornamental; por lo contrario, consta netamente de lo necesario: un amplio salón con piso de ajedrez, una tarima, un bar pequeño, una cocina industrial, un cuarto frío para las carnes y verduras, y baños. Hoy, el Club Social es una casa blanca de grandes ventanales, habitada por unos jóvenes militares que, en su descanso, escuchan champeta y reguetón. “Las casas que están pintadas de blanco son del Estado y las de color son particulares”, aclaró Leal.

“En el Club, los gringos jugaban póker y se apostaban a sus mujeres. Se intercambiaban las parejas; uno se llevaba a la mujer del otro. Esas son costumbres que las vemos mal, pero ellos eran de mente muy abierta”, añadió.

Leal vivió su infancia entre alemanes, holandeses, franceses, e hindúes que residían en Prado, Sevilla. Estudió en la High School y cursó dos carreras universitarias en Europa, donde vivió 18 años con sus hermanos. Ahora vive solo en la Casa 1, la cual se resiste a los embistes del tiempo y las inundaciones del río Sevilla. Quedan de la ‘bonanza verde’ los muebles arrumados en una esquina por la última inundación, seis mecedores en los que nadie se sienta porque tienen las cintas rotas; un cielo raso deteriorado por el comején, las polvorientas cortinas que cubren los ventanales, el empapelado colgando de las paredes y otras antigüedades como un televisor de mesa, el reloj de péndulo y una vajilla exclusiva que lleva el sello de la United Fruit Company.

Mientras Jorge Leal mostraba los clásicos utensilios de mesa y la elegante vajilla decía: “Conozco España, Francia, Holanda, Luxemburgo, Suecia, Suiza. Estudié en Aragón, en la Universidad de Zaragoza, medicina, porque mi papá era el que nos asignaba las carreras. Después, me cansé y le dije: Papá, ya hice tres años de veterinaria y tres de medicina, y no quiero seguir más. Puso el grito en el cielo, pero no me importó. Entonces, me dediqué a conocer Europa. Solo llamaba a mi mamá para que me mandara plata y así…”.

De los hijos de los empleados y administradores que vivieron en Prado, Sevilla solo queda él y otro hermano, que vive tres cuadras arriba. Los demás, según dijo Jorge Leal, llegan cada dos o tres años de vacaciones desde Europa o Estados Unidos a recordar las bellas épocas de la bonanza del banano.

Este hijo de un alto empleado de la United fue uno de los muchos que, en Sevilla, Rio Frío o Guacamayal disfrutaron de los privilegios que la compañía tenía para ellos.

LA ‘BRUSELITIS’

“No ha existido en el Magdalena tanto dinero como en la época de la United”, dijo el sociólogo e investigador cienaguero Carlos Payares. Payares es autor de ‘Memorias de una epopeya’ (2008), libro publicado para conmemorar los 80 años de la masacre de las bananeras. Explicó que la élite que se enriqueció con la venta o renta de tierras a la compañía se dio la gran vida en Europa, sobre todo, en Bruselas, destino favorito de la élite cienaguera de las primeras décadas del siglo XX.

En la Zona Bananera solo vivían indígenas y algunos terratenientes, nativos o un puñado de extranjeros al finalizar el siglo XIX. Con la llegada de la compañía francesa Inmobiliere et Agricole de Colombie, la Colombia Land en 1892 y luego la UFC las oportunidades de trabajo atrajeron a miles de forasteros de muchos lugares del país y de las Antillas. Con la bonanza, entre 1910 y 1925, Ciénaga se convirtió en un pequeño pueblo de gente rica.

La palabra ‘bruselitis’ fue la manera como se denominó satíricamente el prurito de la élite local de vivir en Bruselas, Bélgica. De hecho, es una derivación de la palabra brucelosis, una enfermedad infecciosa que afecta al ganado. Bruselas atraía no sólo por su esplendor cultural, sino porque la vida allí era más barata que en Londres o en París. Con todo, algunas familias tradicionales de Ciénaga, como González Henríquez y Álvarez Correa, tuvieron residencia en Londres y otras ciudades de este país, hacia donde la compañía también exportaba banano.

Las costumbres refinadas adquiridas en Europa eran replicadas en Ciénaga y Santa Marta. “Los carnavales, los reinados, el juego a las cartas de las señoras, el póker de los señores, los enlaces matrimoniales de conveniencia, las buenas maneras a la mesa, la ropa fina y las modas, pero poco interés intelectual y mucha falta de instrucción técnica para administrar sus patrimonios. Fueron contados quienes hicieron estudios avanzados. La United Fruit Company trajo una época de esplendores y espejismos. La élite produjo algunos pocos intelectuales, dos o tres profesores y tres o cuatro pianistas. Francisco Dávila y Rafael Pérez Dávila, que acaba de morir en Santa Marta (2016), pertenecen a la segunda generación de bananeros que comprendieron el valor de adelantar estudios superiores. Fueron a la larga, una vez la compañía se marchó a Urabá, destacados dirigentes y empresarios. Ambos hicieron estudios en Stanford, USA”, explicó el escritor cienaguero Clinton Ramírez, autor de la novela ‘Las manchas del jaguar’ (1987), cuyo escenario son las fincas bananeras de Guacamayal y Sevilla.


Palacio Azul
Ciénaga

El Palacio Azul, es un icono de la prosperidad de Cienaga, su construcción se hizo ente 1924 y 1925, En su construcción intervinieron varios maestros de albañilería, la línea arquitectónica general tiene marcado acento italiano. Esta edificación fue alquilada a la sociedad “Club Córdoba” de Ciénaga e inaugurado con un baile de coronación de reina del carnaval en Enero de 1926. Cuando el club declinó se mudaron allí sus propietarios don Adolfo Henríquez Díaz granados y su esposa, doña Emelina Ruíz de Henríquez

Una curiosa anécdota no exenta de simbolismo, acompaña este edificio que era de color blanco desde sus comienzos: el dueño furibundo liberal, apostó en una de sus elecciones que si su partido perdía el se volvía conservador. Para su desgracia no solo salió derrotado sino que selló su suerte pintando el edificio con añil. Desde entonces se le conoce al edificio internacionalmente como “El Palacio Azul”. 

¡SI NO FUERA POR LA ZONA, CARAMBA!

“El cultivo del banano y la presencia de la United Fruit Company le cambiaron la vida a Santa Marta. Santa Marta fue el principal puerto bananero del país, con toda la grandeza y miseria que esa situación implicaba. “Santa Marta tiene tren, pero no tiene tranvía”, decía un porro de la época, cuyo autor es Manuel Medina Moscote, pero registrada por el acordeonero Francisco ‘Chico’ Bolaños, el cual retrataba en forma gráfica el desarrollo desigual de la ciudad.”, señala el escritor samario Ramón Illán Bacca en su crónica ‘Los búcaros de Santa Marta’.

Si hay alguien que conoce las entrañas de la élite samaria es el escritor Ramón Illán Bacca. Ramón creció al lado de sus ‘tías victorianas’ en la calle 18 entre 4ª y 5ª, en una de las vecindades más distinguidas de la élite bananera. Tanto en sus cuentos como en sus anécdotas figuran las necedades de la aristocracia local, de la cual se burla al tiempo que recrea su vida galante en Europa.

Es la bananocracia de la que habla en sus libros el doctor Carlos Payares González, nieto del influyente bananero y político liberal Enrique González Guerrero, dos veces alcalde de Santa Marta. Este hombre construyó para vivir con su familia la casa en donde funciona la Registraduría Nacional del Estado Civil, en la Avenida del Libertador.

En su cuento ‘Si no fuera por la Zona caramba’, Bacca narra la historia de una fiesta que la élite local le preparó al general Cortés Vargas, semanas después de la masacre de las bananeras, en los días previos al Carnaval de febrero de 1929. El personaje ‘La Mona’ Navarro, en este caso, es la dama encargada de los preparativos de tal fiesta. El autor describe con gracia algunos de estos detalles:

“El único forcejeo fue con la música. ‘La Mona’ era partidaria de ritmos internacionales (los recién llegados de Bruselas y Londres quieren lucirse bailando el Charleston, démosle la oportunidad), mientras que Serafina era propensa a la música recatada y llorona del interior del país. Al final decidieron alternar unos aires con otros. En lo que sí se mostraron inflexibles fue en no permitir que la banda tocara porros o cumbias. (Eso está bien para los salones burreros, pero no aquí donde está la gente bien)”.

El baile real en realidad, en febrero de 1929, se promovió a instancias del propio General Cortés Vargas. Para la élite samaria, distantes de los hechos, la huelga solo fue una huelga más, sin mayores repercusiones.

LA DOLCE VITA

Úrsula Rebolledo era una bella joven cienaguera cuando vivió a plenitud la ‘dolce vita’ que trajo el negocio verde. A sus 19 años se hizo amiga cercana del general Carlos Cortés Vargas en los cuatro largos meses que el militar estuvo al frente de la Zona Bananera, primero como Jefe Civil y más tarde como Jefe Civil y Militar. En una entrevista a Julio Roca Baena, en 1987, recuerda a Cortés Vargas como un hombre muy culto y religioso, pero, porque recuerda las parrandas con cumbia y tambora en la que los gringos quemaban billetes en Prado, Sevilla para divertirse.

Úrsula Rebolledo residía entonces en Ciénaga y era hija de un ‘cachaco’ enriquecido con el banano. Narra en la entrevista hecha Julio Roca Baena, que ella vivía de fiesta en fiesta, “las fiestas en Santa Marta se hacían en el Park Hotel, que ahora está convertido en una casa de negocio. Recuerdo a Manuel Julián de Mier, a Juancho Noguera Dávila, a Simón Solano, padre de este niño de la televisión (Felipe Solano) que es exacto al papá cuando estaba joven. En Sevilla, las fiestas eran en el Club de los americanos, deliciosas. Tuve oportunidad de tratar con muchos extranjeros. El General (Cortés) no asistía: no bailaba, tal vez por el balazo en el pie. De mí, por supuesto, hablaron mal en mi época. Me arriesgaba a todo y no me importaba. Ahora, como entonces, creo que los militares no tuvieron la culpa”, concluyó.

Úrsula era una chica llamativa. Se ponía su sombrero para protegerse del sol y vestía con trajes ‘espalda afuera’, salía al mar y pasaba las horas en su bicicleta marina. “En esa época, todo eso era audaz. Me encantaba aprovechar, pasar buen tiempo con los políticos, conversar con ellos, no porque me interesara la política, sino por pasarla bien. En Santa Marta, por ejemplo, entré en el grupo de los americanos. Uno que me gustó, fue mi marido, Percy Atkins.

Se vivía bien en aquellos años, de fiesta en fiesta”. Su padre, Pedro Rebolledo, era como ella misma expresó un ‘cachaco’ libertino que, junto a otros jóvenes de la compañía, alborotaban al pueblo con las pianolas. “Nací en el Hospital de la United Fruit en Santa Marta (hoy Clínica Cardiovascular), como todos los hijos de los grandes bananeros de la Zona, a quienes, además, no nos costaba viajar, de modo que salíamos a Costa Rica, a Panamá, que estaba cerca. Estuve un año en Medellín, en un colegio de monjas, con otras muchachas costeñas, pero no me amañé, porque las monjas querían apretarme y mi carácter era más bien ‘amplio”.

Rebolledo da algunos detalles en su entrevista sobre los meses posteriores a la masacre de obreros. “Fíjate que eso sí que es interesante. A raíz de la huelga los gringos tuvieron que aislarse y construyeron sus prados, sus vainas, les pusieron cercas pa’ que no hubiera muerto, porque lo que hubo en la Estación de Sevilla fue tremendo. Ahí había veintitrés gringos y los querían quemar vivos. Linchar”. Además, expresó con nostalgia: “¡Qué diferencia con los días en que se quemaban billetes en la cumbia y se bailaba con gusto! Hasta floreció una ‘casa de diversión’ llamada ‘Chantilly’, en el barrio Obrero, por donde pasa ahora la carretera. Era su única diversión”.

Era común que las casas del Prado de Santa Marta y las de Prado Sevilla tuvieran energía solar y calentadores de agua. Los hijos de los bananeros asistían a las fiestas que se hacían tres veces por semana en los barcos americanos, franceses, suecos, Rebolledo confesó que a pesar de todo lo vivido, su familia no fue una de las más adineradas: “No ocupábamos una posición social destacada, éramos más bien de esos que surgen y a quienes los de arriba miran mal y los de abajo también. Pero yo era feliz y solo me interesaba vivir la vida”, puntualizó ‘Ucha’ Rebolledo, que para el momento de conceder la entrevista tenía 77 años y residía en Barranquilla.

Para la década de los 40 el reconocido arquitecto cubano Manuel Carrerá fue contratado por el Gobernador del Magdalena, José Benito Vives de Andreis para la construcción de importantes edificaciones como el Hospital San Cristóbal de Ciénaga, la Clínica Materno Infantil (la Gota de Leche), el Hotel Tayrona (sede Gobernación del Magdalena) y el Teatro Santa Marta.

En el Teatro Santa Marta se presentaban obras de primera categoría. En 1951 se presentó el famoso Xavier Cugat y su orquesta de cantantes y bailarines de Hollywood y los Niños Cantores de Viena dirigidos por Meter Lacovich. En 1952 se presentó el concierto de piano de Gladys Le Bas, niña prodigio de 7 años, quien interpretó a Mozart, Chopin, Bach, Beethoven, Schubert, Rameay, Mendelson, entre otros maestros y la famosa bailarina de la Ópera de París, Carmen Gauthier. En 1959 los samarios vieron el espectáculo del violinista Henri Lewkowicz, la presentación de la Orquesta de Praga, y el Ballet de París de Miskovicth.

LA NOCHE Y LOS PROSTÍBULOS

Pero no solo las élites se dieron la gran vida. Los obreros y los empleados se las ingeniaban también para disfrutar de la bonanza en la medida de sus posibilidades. Los empleados y los hijos de estos tenían acceso a los clubes y casas de la compañía. Tan así que, hoy, algunos lo añoran a pesar de todo lo dicho y escrito sobre la huelga. Ricos, pobres y clase media disfrutaron a su manera en tiempos de la UFC. Sobre este particular Clinton Ramírez anotó, “los obreros, en los pueblos, después de los pagos y días de descanso iban a salones de baile, cantinas y prostíbulos a divertirse. Muchos jugaban cartas y ruletas en las cantinas y garitos. Los empleados de la compañía se divertían en los salones y casinos de la empresa. Las élites en Ciénaga y Santa Marta, en sus casas mansiones y clubes sociales.

En Ciénaga fueron famosas las academias de baile: unos prostíbulos disimulados. Se compraban cartones para bailar con las mujeres allí disponibles, putas o falsas francesas. Los potentados iban al hipódromo en Ciénaga. Pocos miembros de la élite bananera se bañaban en el mar. El mar, desde la visión de la élite, era un espacio para la plebe. Los poetas, advertidos de estas barreras, se limitaban a cantarlo desde la sombra de un árbol o una palmera. Tampoco comían el guineo que los enriquecía. Era comida para negros braceros y obreros”.

Muy pronto, en Santa Marta, el aumento de la actividad bananera en el puerto y el ferrocarril estimuló la aparición de locales donde marinos, operarios, braceros iban a beber, bailar y demandar servicios sexuales. En la calle 8, la famosa calle de Las Piedras, llegaron a existir hacia la década de los cincuenta cerca de 30 burdeles. Los marinos de los buques preferían el Internacional Bar, el Well y el Faro. Los sábados, después del trabajo, la calle Cangrejal era otro de los sitos donde los obreros se encontraban para bailar cumbia, mientras la élite samaria se divertía al ritmo de las espectaculares orquestas en el Club Social.

En las calles Cangrejal (calle 11) y Cangrejalito (calle 10) con la carrera cuarta se fueron instalando cacharrerías y almacenes donde se vendían todo tipo de artículos extranjeros y de contrabando. Allí se podía adquirir desde una olla pitadora y papel crespón hasta boquillas para fumar y galletas de chocolates. Fueron estos negocios la génesis del futuro San Andresito.

SOLO EN UN PALACIO

Guillermo Henríquez es un escritor y dramaturgo cienaguero. Proviene de una familia adinerada y enriquecida todavía más en sus negocios con la United Fruit Company. Guillermo ha hecho importantes investigaciones sobre la influencia de la historia de la familia Henríquez en la obra de Gabriel García Márquez. Para él, Gabo se basó en la historia de su familia grande para escribir ‘Cien años de soledad’ (1967).

Viajó a Europa a fines de los sesenta, una vez la compañía pasó a Urabá. Su familia fue propietaria de un edificio en Bruselas ubicado en la Rue Van Elewyck33 que, en los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, servía de residencia para sus amigos y allegados cienagueros y del país. Esta casa la compró en Bruselas el general Ramón Demetrio Morán Henríquez. Allí pasaron días de residencia hombres como Alfonso López Pumarejo y su hijo Alfonso López M.

De esta casa escribe Guillermo Henríquez en su libro ‘Ciénaga en las claves de Cien años de soledad’ (2015): “Era la casa de los Henríquez en Bruselas, donde llegaban importantes figuras de la política colombiana los Presidentes Alfonso López y Laureano Gómez como estudiantes de Ciénaga y Santa Marta, y eran recibidos con mucha deferencia por sus dueños”. Guillermo cita a su tía Lucila, quien recuerda: “Mi hermana Ramonita se disfrazó de Luís XV, Cecilia de dama antigua y Alvarito Gómez, hijo de Laureano, de pollito en una fiesta en la delegación de Colombia en Bruselas. A Alfonso López, mamá le hacía arroz de camarón seco, que papá llevaba desde Puebloviejo en sus viajes. También nos visitaban las hijas del dictador de Venezuela Juan Vicente Gómez, que estudiaban con las niñas”.

Guillermo es un hombre de 76 años. Actualmente, reside en un apartamento de la antigua casa de su abuelo paterno Manuel Antonio Henríquez Díaz Granados, en la calle 7 con carrera 11 (esquina), en Ciénaga. Su apartamento atesora mucho arte que conserva de su antiguo oficio de anticuario, que aprendió en Bogotá y España en los años setenta. La fachada de su casa la decoran unos bellos camafeos, entre otras figuras florales de yeso que arquean la entrada. Su casa se ubica en la misma cuadra donde su abuelo y sus hermanos construyeron el Teatro Barcelona, a una cuadra de la Plaza del Centenario.

Para construir una casa donde pudiera vivir su numerosa familia, su tío abuelo, Adolfo Henríquez DíazGranados, quien fue Alcalde de Ciénaga en 1924, pidió un préstamo al Banco H Álvarez-Correa Hermanos y con los 60 mil dólares obtenidos, levantó el famoso Palacio Azul, que fue inaugurado con un baile de carnaval en 1926. Hoy, como muchas de las mansiones, casonas de la primera época de la United Fruit Company, en Ciénaga, permanecen semiderruidas y abandonadas, o se han transformado en tiendas, depósitos y discotecas ante la mirada complaciente de las autoridades responsables del Centro Histórico.

SE DESVANECEN LOS ESPEJISMOS

En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, los bananeros de Ciénaga, encabezados por Anacreonte González Padilla, se encargaron de crear una compañía para exportar a Europa. Por estos años, bajo la influencia de Anacreonte González, importante político, además, en Ciénaga se creó el reinado del banano. Este evento hacía parte de los intentos de los potentados cienagueros para relanzar el negocio verde por su cuenta.

El negocio, sin embargo, estaba tocado de muerte, como reconocen algunos analistas. Las tierras de la Zona Bananera habían perdido parte de su productividad y, en Costa Rica y Ecuador, empezaban a introducir modernas técnicas para transportar la fruta de las fincas a las empacadoras –el cableado–y de estas, en cajas, a los vagones del tren. Sin los dineros requeridos para realizar estas inversiones, o pasar a una variedad más resistente a las plagas y los vientos, los bananeros de Ciénaga y Santa Marta comenzaron a perder protagonismo. Varios huracanes en las décadas de los sesenta y la negativa del gobierno de Lleras Restrepo a autorizar el cambio de variedad en la Zona Bananera, dieron al traste con estos intentos de independencia. La Zona de Urabá se consolidó definitivamente a principios de la siguiente década, por tanto, la suerte estaba echada para Ciénaga.

“Muchas de las fincas fueron adquiridas por el Incora-Instituto Colombiano de Reforma Agraria- y entregadas a los campesinos y antiguos obreros. Los años de esplendor y espejismo hacían parte del pasado. El último reinado del banano, organizado en 1966, marcó el final de la bella época y la dolce vita. La última reina del Banano fue Pilar Hinestroza, candidata de Bogotá”, agregó Clinton Ramírez.

Este triste período es descrito por Guillermo Henríquez: “Lo que valía millones en los años anteriores, valió menos que una vaca en 1966. Eso fue lo que nos ofrecieron por Monte Alberne Sur, la próspera finca de bananos situada cerca de Sevilla, Zona Bananera, un año después.”.

Muchas familias de Ciénaga empezaron a migrar hacia Santa Marta, Barranquilla, Bogotá y el exterior. Obreros, empleados y administradores tomaron el camino de Urabá. De esa manera Santa Marta y Ciénaga siguieron siendo lo que siempre han sido, unos pueblos con dos o tres familias importantes, pero sin mayor influencia para impulsar el progreso y el desarrollo de la región.

EL REINADO DEL BANANO

Por supuesto, en un país como Colombia tuvo que haber existido un reinado del banano en algún momento de su historia, el lugar fue Ciénaga en el año 1963. El alcalde Joaquín Fernández de Castro Henríquez, primo de Guillermo, gobernaba para este año. En el primer Reinado Nacional del Banano concursaron Berta Henríquez Torres por Ciénaga; Margarita Sánchez por Santa Marta; Marlene Escamilla por Aracataca y Carmen Restrepo por Fundación.




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