En los años 60 y comienzo de los 70, cuando el cine tuvo su mayor apogeo y con varios teatros en funcionamiento, el plan preferido de la época era comerse un frito antes de ver películas de Cantinflas, Pedro Infante, Santo el Enmascarado de Plata, cine mexicano puro y en Blanco y Negro, en la función vespertina, porque en la nocturna, ya los fritos estaban agotados o encargados.
No había lugar mejor que las mesas de fritos ubicadas en las afueras de este teatro, que se consolidó como el punto donde se consumían las mejores arepas, empanadas, patacones de guineo y de plátano, carimañolas, papa rellena, así como de carnes fritas: como el bofe, la chinchurria, la morcilla, la pajilla..., acompañados de exquisitos guarapos, peto, y tinto...
La más famosa de estas mujeres, que en su mesa de madera y mantel de plástico ofrecía sus servicios, es la recordada Yeya, quien también ofrecía sopa de mondongo.
Otro punto de referencia de este tipo de venta callejera es el mercado público donde un buen grupo de mujeres aguerridas alimentan las los fundanenses con sus fritos. En las ultimas décadas el parque Ariguaní se ha convertido en el punto de referencia de este negocio.
También ha sido tradicional en la cabecera del puente la familia De La Rosa con sus famosas arepitas de dulce, y en la salida para Valledupar un punto muy frecuentado, ubicado al inicio del barrio Altamira.
COMIDAS RÁPIDAS
Actualmente, y al ritmo en que aumenta la población, crece el dominio del espacio público de ventas de comidas rápidas, también llamadas chatarras, donde la salchipapa, el perro caliente, la pizza, son los reyes de la comilona callejera, al lado del frito en auge de estos tiempos, el gran Patacón Relleno, a base del célebre guineo verde, donde cada cual compra en su propio afán y con la indiferencia de los tiempos.
Porque los fritos consumidos bajo aquella dinámica social de integración urbana, desaparecieron como desapareció la imagen del cine visto en comunidad, y hoy acuden a nuestro recuerdo, las estampas de mujeres dignas y laboriosas, dichosas y dedicadas, mujeres leales y muy representativas del noble oficio de la fritanga que parqueaban mesa, fogón y bancas en las esquinas de los teatros, siempre de buen ánimo y conversadoras, de carácter alegre y festiva actitud, sencillas y de buen talante.
Por eso es digno de resaltar a aquellas vendedoras de fritos que nos dejaron un buen sabor y la sensación no sólo de un frito bien elaborado, sino el fruto de un trabajo honesto y esforzado de principio a fin, que nos vendían una enseñanza de vida laboriosa, una esperanza, una historia, una sonrisa en medio de la lucha diaria, una pausa y una ilusión en el camino, aún en los tiempos inciertos, de mujeres que emprendieron este oficio y se constituyeron en protagonistas del arte de la fritanga de aquellos tiempos.
Roque Filomena
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