LA HUELGA EN LA
ZONA BANANA
OCTUBRE 1928 - FEBRERO 1929
HERNANDO HERRERA GALINDO Coronel (r) del Ejército |
Versión exacta de los trágicos sucesos de las bananeras narrados por un testigo presencial
Escritos de Hernando Herrera Galindo, militar del ejército, testigo presencial de los hechos que se desarrollaron en la huelga de las bananeras.
Cuatro siglos de Historia Nacional y “Cien años de soledad” habían transcurrido en nuestro litoral Atlántico, desde aquel día en que don Rodrigo de Bastidas desembarcara en la ensenada de Gaira y tomó asiento en las tierras de los Bondas, iniciando una evolución que va desde la fundación de Santa Marta en las costas de la Nueva Andalucía hasta el establecimiento del moderno y hermoso centro turístico del Rodadero.
Más como no hay historiografía objetiva sino en las enciclopedias y en los textos escolares y el carácter de un pueblo solo lo definen sus factores personales y lo determinante las pasiones humanas, nada más indicado que referirme a ese monumento de la Novelística Colombiana en el cual su autor describió, con esa tremenda capacidad y fantasía que caracteriza su obra, la cruda y maravillosa realidad de un estirpe que en el curso de cuatro generaciones, presenta un historial de concupiscencia, de lujuria y de locura genial en donde se dan cita todas las aberraciones de la bestia humana, exquisitamente narradas con esa fuerza descriptiva y esas deliciosas exageraciones de que solo es capaz el ya famoso novelista que así plasmó el carácter macondino de un linaje que bien puede servir de punto de partida para el planteamiento de una situación general que explique las causas y los efectos espirituales y materiales de los acontecimientos ocurridos en la Zona Bananera en las postrimerías de 1928.
Ya por aquella época, la gitanería con Melquiades a la cabeza había llevado a Macondo el sortilegio de los imanes, la sorprendente magia del hielo, del catalejo y de la lupa. Los Macondinos no salían del asombro que les provocó la luz eléctrica, el teléfono y el Ferrocarril, cuando les llegó la visita del último gitano, el “rechoncho y sonriente Míster Herbert” que indudablemente fue quien en definitiva cambió la faz de esa comarca; porque “Con sus instrumentos, sus ingenieros, agrónomos, hidrólogos, topógrafos y agrimensores”, fueron tantos los logros alcanzados en tan poco tiempo, que “ocho meses después de la visita de Míster Herbert, los antiguos habitantes de Macondo se levantaron temprano a conocer su propio pueblo” y todo esto, según decía el Coronel Aureliano Buendía “no más por invitar un gringo a comer guineo”.
En efecto, la transformación no pudo ser más radical y grandiosa porque aquel yermo y desolado retazo de nuestra geografía nacional, antes improductivo y baldío, de pronto se vió convertido en una región de exuberante feracidad, cultivada palmo a palmo con los últimos adelantos de la técnica; regada científicamente mediante sistemas artificiales a base de represas o colectores que captando las aguas que descienden de los contrafuerte de la Sierra Nevada fueron distribuidas luego, a través de canales por toda la zona sin perder una sola gota del tan precioso líquido.
Amplias avenidas o guardarrayas fueron trazadas no solo para delimitar las fincas sino para establecer la más perfecta y flexible organización de tráfico a fin de cortar la fruta, recolectarla a lo largo de los distintos ramales de la vía férrea que confluían a la principal para ser conducida luego a los embarcaderos del puerto en Santa Marta.
En toda la longitud de los setenta y cinco kilómetros del ferrocarril los pueblos de la Ciénaga, de repente se encontraron rodeados de hermosas plantaciones que, al decir del mismo García Márquez, fueron testigos “de un trastorno colosal, mucho más perturbador que el de los antiguos” gitanos, pero menos transitorios y comprensibles”.
En torno a las aldeas de Riofrío, Orihueca, Sevilla, Guacamayal, Tucurinca, Aracataca y Fundación se constituyeron verdaderos centros de abastecimiento y de salud para todas las fincas bananeras; porque en el abrupto despertar de aquellos “Cien años de soledad”, ahora se palpaba por doquier la dinámica actividad de cuarenta mil almas que se agitaban, se movían y trabajaban febrilmente, sin preocupación del desempleo que por entonces afectaba seriamente a otras regiones del país.
Al contemplar este nuevo panorama de delirio en el que por añadidura debemos observar lo que eran aquellas noches de bacanal de esas multitudes heterogéneas bailando cumbia, al son de los tambores utilizando legítimos billetes incendiados en sustitución de los usuales hachones; se tiene que concluir fatalmente, que en efecto algo extraordinario debió suceder, algo pasó y no fue precisamente por artes de magia. Lo que ocurrió fue una inyección de vida nueva, de capital y progreso que contra la voluntad de sus gentes transformó aquellas tierras y su sociedad subdesarrollada en una colmena de la más extraordinaria y febril actividad.
Y no es cierto, ni se puede hablar impunemente de explotación inicua, de injusticia social, sin cometer a su turno otra tremenda injusticia con aquellos que hicieron posible semejante milagro y que como cualquier inversionista, pusieron su ciencia, su capital y su técnica, al servicio de una Organización que trajo prosperidad, trabajo y progreso a un Departamento que en manos de los nacionales había apenas sobrevivido malamente en cien largos años de soledad. Si para lograrlo fue necesario construir su propio ferrocarril, dotar de espléndidos comisariatos, que por cierto les quedaban grandes a las modestas aldeas en donde se desarrollaron, si fue indispensable crear puestos de Sanidad donde antes los curanderos presumían sanar heridas con inocuos ungüentos y conjuraban los males con oraciones y brujerías.
Si fue preciso establecer el más completo servicio de comunicaciones telefónicas que enlazara no solamente las estaciones férreas sino las haciendas de la compañía y de los particulares; Todo esto y mucho más de lo que se hizo, no debía haber sido motivo de vilipendio sino por el contrario de reconocimiento y gratitud, ya que ni el mismo Gobierno podía proveerlo, con un presupuesto nacional ridículo y por añadidura mal administrada.
La United Fruit y Co., como inversionistas que sabían para donde iban y conocían sus objetivos, también tenían que conocer los costos de su administración y resulta apenas obvio que pusieran los medios para lograrlos, para defenderlos determinando los controles necesarios y estableciendo las limitaciones indispensables.
Es pues, muy discutible calificar de monopolio y criticar la política de la Compañía Bananera, por los manejos de la misma, por los sistemas implantados para la irrigación de la zona, así como por el establecimiento de cupones, vales o certificados de compra en las tiendas de la United que como ya se dijo eran las mejores surtidas y las más atractivas por su presentación e higiene.
Los precios de las mercancías importadas y los cupones para obtenerlos, accesibles solo a los trabajadores de la Zona, les estaban vedados, a compradores particulares por razones obvias y no obstante eran objeto de la codicia de los comerciantes locales que al amparo de los trabajadores y Mientras no se extremaron las limitaciones para estos, compraban al por mayor con el dinero de los particulares cuyas tiendas pronto se vieron abarrotadas de mercancías americanas cuya identidad y procedencia, eran fáciles de establecer.
La Compañía Bananera constaba de una Directiva asesorada por expertos y técnicos extranjeros, en su mayoría americanos en número de veinte empleados y unos cuantos ingenieros colombianos con una considerable nómina de mayordomos, apuntadores, capataces, sirvientes, cuidadores de bestias, jardineros, maquinistas de bombas y gasolineras, todos ellos amparados con contratos individuales y que desde luego gozaban de las prerrogativas legales referentes a salario mínimo, descanso dominical, prestaciones etc.
El resto o sea la gran masa de trabajadores trashumantes, procedentes de los más diversos lugares de la costa y del interior que afluyeron a la Zona en esa fiebre del Banano; no eran considerados como jornaleros ni aceptados en nómina, toda vez que las fases de siembra, y cultivo y cosecha solo requerían esporádica y temporalmente, cantidades variables de personal que se contrataba a destajo en cabeza del cultivador particular o del reclutador de obreros para la Compañía. Y aquí cabe observar que del total de plantaciones de la Zona el 45% pertenece a la United y el 55% a particulares.
El valor de los contratos fluctuaba necesariamente en función del principio de la oferta y la demanda, del número de “cabuyas” (medida superficiaria convencional) y de acuerdo, además con el tiempo empleado en la respectiva operación (limpia, puya, transporte de los racimos desde la más próxima guardarraya, para ser cargada en el ferrocarril). Los contratistas, a su vez subcontrataba y determinaban los jornales variables según fuera la especialidad y experiencia de cada trabajador.
Malo o bueno el sistema operó por años a entera satisfacción de obreros y patrones y prueba de ello es la extraordinaria afluencia de trabajadores y el holgado régimen de prosperidad y hasta de libertinaje que vivió la Zona Bananera en aquella dorada época en que el Destino les brindó a aquellas estirpes atadas al peso abrumador de un pasado sobre el cual el tiempo se quedó suspenso, una primera oportunidad sobre la tierra que no supieron comprender ni aprovechar.
Situación General
Entretanto veamos qué sucedió en el interior de la República. Colombia, durante la administración del Dr. Abadía Méndez período de 1926 a 1930, no se había recuperado de la Gran Crisis que siguió a la nueva situación creada por el gran impulso que recibieron las Obras Públicas en la Administración anterior en la cual se invirtieron los veinticinco millones provenientes de la indemnización que el Gobierno Americano pagó por los sucesos que en 1903 culminaron en la separación de Panamá.
Los catorce Departamentos de entonces se beneficiaron en lo relativo a sus carreteras, Ferrocarriles y edificios públicos, pero todo ello imponía nuevas exigencias, nuevos requerimientos y cargas adicionales a la administración pública cuyos planes de mantenimiento y conservación se vieron interferidos por la crisis económica que por entonces se desató en el mundo.
Para conjurarla el Gobierno Nacional contrató con los Banqueros Hallgarten un empréstito, por los años 1927-1928 en cantidad de sesenta millones que con los obtenidos por los Municipios y los Departamentos totalizaron doscientos millones que no siempre fueron bien administrados, originándose una dispersión de gastos y la más desenfrenada irresponsabilidad que la historia recogió con el nombre de la “Danza de los Millones”, caldo de cultivo para los funestos acontecimientos que vivió el país el ocho de junio en la capital y los sucesos de las Bananeras el 5 de diciembre de 1928.
El Dr. Abadía había asumido el poder con los votos conservadores y la total abstención del liberalismo, lo que se tradujo en la oposición más violenta a cuyo amparo proliferó el Socialismo y el Comunismo que por primera vez hacía su aparición en Colombia con doctrinas foráneas y consignas de subversión estimuladas por jóvenes caudillos recién regresados de Roma y Moscú.
El estado de agitación se agudizó por la pugnacidad con que los líderes de los incipientes partidos se disputaban el favor de las masas con la ventaja para los comunistas, a la cabeza de los cuales, a la cabeza de los cuales, resultaron triunfantes Raúl Eduardo Mahecha, Alberto Castrillón, Angel María Cano, Bernardino Guerrero, Erasmo Coronel y otros que por sus experiencias en movimientos huelguísticos, que desde 1924 habían propiciado y organizado en Girardot con los Braceros del puerto ya todo lo largo del río Magdalena así como en los centros de Barrancabermeja y el Catatumbo, obligando al Gobierno a la intervención armada con los escasos 16.000 hombres de que por entonces constaban las Fuerzas Militares de la República.
Situación Particular
El problema laboral de Magdalena no fue pues ocasional ni su presentación súbita o sorpresiva. Diez años de consolidación del Supremo Soviético en Rusia había permitido perfeccionar los organismos y establecer los contactos necesarios en ultramar para la exportación de sus doctrinas.
Los mismos agitadores que ya se mencionan, los encontramos ahora en la Zona Bananera pero asesorados por emisarios extranjeros experimentados y activos colaboradores, bien conocedores de su oficio.
Existen pruebas irrecusables de que cuando Alberto Castrillón regresó de Rusia entraron con él al país el americano Alexander, un francés de apellido Rabaté, el italiano Genaro Toroni y los españoles Elías Castellanos y Mario Lacambra, agentes estos últimos del Kommuitern, especialmente designados para las operaciones “Tropical Oil Co.” y United Fruit Co.”.
No es de extrañar que la organización sindical en lo que respeta a esta última, características de perfección que hacen de la Huelga en las Bananeras un modelo de actividad subversiva planeada y ejecutada con verdadera técnica revolucionaria. Desde el Primer Congreso Obrero Regional reunido en Guacamayal en 1926 se había ofrecido las erigidas esta población como centro y base de operaciones del Grupo Anarquista Libertario y según se puso de manifiesto, durante el allanamiento e incautación de los documentos por parte del Ejército cuyas actas yo Tuve oportunidad de conocer y en las cuales se detallaba la organización, consignas, propaganda y Curriculums Vitae de los Jefes Mahecha y Castrillón con las directivas e instrucciones pormenorizadas de cómo adelantar la infiltración Comunista en Colombia y la Política antiimperialista, fomentando la idea de que después de lo de Panamá, los americanos pretendían apoderarse del Cataumbo y de la Zona Bananera.
Había que convencer al pueblo de que mientras el trabajador colombiano consumía su vida en un agotador esfuerzo en beneficio de la Compañía, el valor de cada plátano de los millares de racimos que ellos cargaban como bestias, valía cincuenta centavos de dólar en Estados Unidos y en Europa.
En cada uno de los pueblos de la Ciénaga se establecieron “Casas del Pueblo” que eran a la vez oficinas, escuelas de anarquismo y pistas de baile para las pecaminosas noches de jolgorio. Allí se constituían y juramentaban las células que tenían por misión sembrar el descontento, incitar los ánimos y conseguir nuevos adeptos. De allí salió la célula que bajo la dirección de Cristian —Bengal logró infiltrarse en el Ferrocarril del Magdalena prevalido de la confianza simpatía que este maquinista se había granjeado mañosamente entre los funcionarios de la Compañía.
La huelga prácticamente comenzó en octubre cuando se anunció la convocatoria del Congreso de la Unión Sindical de Trabajadores en el Magdalena. A partir de ese momento la actividad del grupo anarquista se multiplica en su esfuerzo por robustecer y preparar las reservas económicas y alimenticias. A fin de fortalecer la resistencia de los huelguistas para los días por venir, se repartía profusamente la propaganda y se visitaba a los comerciantes insatisfechos, para allegar fondos.
El Gobierno Central a su turno había enunciado el envío de un: Inspector del trabajo para que sobre el terreno de los acontecimientos oyera las partes y transmitiera su desapasionado y justo concepto acerca de la situación real que se vivía en la Zona.
Este funcionario fue interceptado a su paso por Barranquilla por el propio Alberto Castrillón quien le prodigó toda clase de atenciones, le pagó hoteles y transportes y le ofreció sus buenos oficios para conducir lo a través de la Zona ante el Gobernador del Departamento a donde llegó, no como el mediador oficial ecuánime y de ánimo sereno e imparcial para juzgar los hechos de la tremenda importancia que interesaban al Gobierno Nacional, sino para complicar la acción oficial estimulando indirectamente la actividad subversiva de cuyo aspecto solo vio la imagen distorsionada que le presentó los autores.
Lo mismo de la subversión a quienes de paso, les expidió la patente de corso que prohijó con su respaldo y la venal contemporización que le permitió a aquellos ufanarse y pregonar ante sus ingenuos adeptos el equívoco respaldo oficial de que gozaban sus proclives actuaciones.
El 12 de noviembre, el Comité Ejecutivo de la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena expidió la Declaración de Huelga en los siguientes términos...
“Considerando que los obreros están dentro de la Ley. Que la United Fruit Company no cumple una sola de las leyes colombianas, que su actitud es similar a las de otras poderosas compañías extranjeras como la que pretende apoderarse de las ricas regiones petroleras del Catatumbo. Que la Huelga tiene por objeto vindicar los derechos de los trabajadores de la poderosa Compañía Frutera indiferente a la triste condición del obrero colombiano, víctima del paludismo, la tuberculosis y otras enfermedades ya su explotación por parte de aquella que paga salarios misérrimos incompatibles con la situación y el dolor de miles de trabajadores víctimas del Imperialismo Yankee y sus sistemas capitalistas. Resuelve: ir a la Huelga con el lema de por el obrero y por Colombia.
El obrerismo del Magdalena excita a todas las organizaciones proletarias de Colombia ya la prensa independiente y activa a solidarizarse con este movimiento que es un grito de justicia salido de lo hondo del corazón sufrido de los trabajadores de la Zona Bananera en demanda de Paz y Justicia.
En consecuencia queda decretada la Huelga General desde las seis am, de hoy hasta ser oídos y aceptados sus delegados y sus pedimentos por la United Fruit Company. Firmado Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena. Ciénaga 12 de noviembre de 1928”.
Curiosamente, nunca pude explicarse el porque este manifiesto y el ulterior pliego de peticiones iba dirigido solamente contra la Compañía, no obstante que había un 55% de cultivadores particulares. Puesta en marcha la rebelión, la diligente actividad de los cabecillas se orientó a impedir el trabajo a los no solidarizados con la huelga que era la mayoría, amenazándolos con pena de muerte si no se plegaban al movimiento.
El tráfico de los trenes fruteros estaba obstaculizando; detenidos los trenes, se procedía a descargar la fruta y la macheteaban mientras en el puerto se acumulaban los barcos en espera del plátano.
La emisión del pliego de peticiones fue profusamente repartida con detalladas explicaciones del alcance y los propósitos de cada uno de los puntos en él contemplados y que en términos generales se referían a la supresión del sistema de enganche — Establecimiento de contratos individuales, Seguros Colectivos para los contratados —Descanso Dominical —Atención Médica para los accidentes de trabajo —Supresión de los Comisariatos —Establecimiento de Hospitales por cada cuatrocientos obreros —Supresión del pago quincenal y aumento salarial.
En principio, la Compañía se mostró renuente a negociar y la intransigencia de ambas partes hizo fracasar las conversaciones iniciales que además no se pudo adelantar dado el clima de violencia que se desató a partir del 17 de noviembre, cuando se hizo imperativa la intervención del ejército.
Los acontecimientos
Para contrarrestar los efectos de la subversión, las Fuerzas Militares de la Segunda Brigada, cuyo Comando tiene su sede en Barranquilla, disponía de las tropas de infantería que normalmente residen en Santa Marta, Barranquilla y Cartagena.
Desde los comienzos de la conflagración, el Batallón “Córdoba” de Guarnición en la Capital del Magdalena, fue reforzado con las tropas del Batallón “Nariño” que destacaron una Compañía a Ciénaga y otra a Fundación.
Posteriormente una compañía procedente del Batallón “Ricaurte” guarnición normal de Bucaramanga, se situó en Aracataca.
El total de estas fuerzas que en conjunto ascendía a 1.200 hombres fue puesto bajo las órdenes del General Carlos Cortés Vargas quien día más tarde fue designado jefe Civil y Militar de la Zona Bananera.
Entre tanto discurrirían las negociaciones más o menos dentro de la legalidad, pero ante los atropellos de los huelguistas que desataron: su furia contra los americanos y especialmente contra los colombianos empleados de la Compañía y ante la consigna de “Capataz arriba, cabezas abajo”. , el ejército procedió a restablecer el orden y hubo de intervenir en defensa de los trabajadores pacíficos que se disponían a la recolección y custodia de las instalaciones de la Compañía estableciendo la necesaria protección de la vida y bienes de quienes los tuvieran en peligro.
La primera actividad del General Cortés Vargas se orientó a la convocatoria de una conferencia que se llevó a cabo en Ciénaga con los delegados de los obreros que allí habían organizado y establecido su Cuartel General.
De tal esfuerzo, surgió el compromiso de propiciar una nueva reunión con el Gerente de la United en la que el General garantizaba su intervención como mediador.
Pero mientras esto ocurría llegó a Santa Marta el Inspector del Trabajo comisionado por el Gobierno Central introducido por Raúl Mahecha y Castrillón quienes eludiendo la presencia de las autoridades militares lo condujeron ante el Gobernador Núñez Roca para que aquel le hiciera la manifestación expresa de su entera solidaridad. con los obreros.
Las conversaciones a “Alto Nivel” se reiniciaron en la Gobernación en presencia de las autoridades civiles y militares y dentro de la mayor intransigencia de ambas partes se prolongaron por una semana al final de la cual el Gerente de la Compañía sólo había aceptado las cláusulas referentes al cambio del sistema de pagos, supresión de los cupones e instalación de hospitales en Ciénaga y Aracataca.
Se rechazaba de plano la contratación colectiva y los puntos restantes solo eran aceptados para el personal enganchado expresamente por la Compañía e incluido en su nómina oficial, alegando con justas razones que quienes reclamaban con tanta insolencia no eran trabajadores de la Compañía sino contratistas que hoy trabajaban para uno y mañana para cualquiera de los propietarios particulares de la región. Entre tanto los obreros en huelga extremaban su violencia y Mahecha con la mayor diligencia continuaba azuzando e impartiendo consignas de exterminio en sus discursos incendiarios, presionando al comercio, recolectando víveres y dinero.
Aquello era un ir y venir de partidas de rebeldes a lo largo de los 75 kilómetros de la vía férrea, colocando gigantescas pancartas y carteles incitando a la huelga.
Las prensas de la Organización no cesaban de emitir boletines y lanzar comunicados garantizando a los campesinos que las tropas no dispararían contra sus hermanos los obreros y que la contemporización con los huelguistas estaba asegurada hasta el punto de que los soldados asesinarían a sus oficiales vendidos a la Unidos, sicarios de un Gobierno que los había enviado para que utilizaran a los soldados como bestias de carga que llevaban la fruta hasta los trenes, condujeran estos hasta el puerto y custodiaran los cuantiosos intereses logrados por los imperialistas a la costa del sudor del pueblo. En un sentido estricto, todo esto se hizo, pero despojando del sentido proclive y mal intencionado que se le atribuyó, el Ejército sí estuvo presente donde quiera que la autoridad fuera requerida para preservar el orden o imponerlo.
Si los soldados garantizaron el cargue del banano, protegiendo la vida de los trabajadores que se mantuvieron ajenos al desorden y salvaron de una muerte segura a los capataces, apuntadores, mandadores y cultivadores particulares y finalmente cuando el oportuno arribo de las tropas de ferrocarrileros procedentes del interior, permitieron reasumir el control del Ferrocarril, de las comunicaciones y de los transportes en general; Nunca entendimos que servíamos intereses distintos a los del Estado.
El Diario del Córdoba, fue el periódico local que con sus editoriales sensacionalistas contribuyó a caldear los ánimos y desorientar a su amaño la opinión de los huelguistas, lo que dio origen a aquella “versión alucinada” recogida por el pueblo y explotada por algunos parlamentarios y políticos para montar su prestigio a costa del honor de los militares que en cumplimiento de su deber tuvimos el muy discutido privilegio de actuar en aquellos infaustos acontecimientos, en los que se pretendió con exceso de injusticia envolver en un manto de desprestigio al Ejército de la República .
La verdad es que los compromisos de la Compañía con los agricultores particulares y la acumulación de barcos surtos en la bahía esperando el plátano, las solicitudes de los más diversos sitios de la Zona reclamando la intervención de la Fuerza Pública para que pusiera fin a tantos desmanes. y les permitieron trabajar en paz, obligaron al Gobernador ya las autoridades militares a tomar la decisión: conjunta de expedir la orden de trabajo y proseguir la recolección con el apoyo del Ejército, que con los refuerzos recibidos del interior y la llegada de una Compañía de Ferrocarrileros “Mejía”, incluyendo diez equipos de locomoción, estaba ahora en posición de reparar las vías y restablecer el servicio y mantenimiento de trenes.
La reacción de los Comandos Huelguistas no se hizo esperar y en cumplimiento a la orden de concentración en Ciénaga, la marcha de los amotinados debía efectuar asaltos donde quiera que los trabajadores pacíficos estuvieran operando, las cárceles debían ser tomadas y los presos puestos en libertad para incorporarlos al movimiento.
Y de las Inspecciones de Policía debían tomarse por la fuerza las armas y municiones que se hallaran. Se hacía énfasis en la campaña de atracción a los soldados y dos hechos ocurridos, el uno en Sevilla con el efímero secuestro de un pelotón que la multitud logró sustraer momentáneamente del mando de su Comandante, y el otro en las proximidades de Ciénaga, cuando detuvieron un tren que llevaba presos para Santa Marta y que por la fuerza obligaron a los militares a dejarlos en libertad, les confirmaron que las promesas de los dirigentes eran ciertas y que prácticamente las tropas estaban en sus manos, sospecha que inclusive llegó a tomar cuerpo en la mente de la oficialidad, pues por una irregularidad en el sistema de reclutamiento de la época, no tanto de técnica castrense sino más bien de orden presupuestal, los efectivos del Batallón “Córdoba”, estaban constituidos en la totalidad de sus seiscientos hombres por personal reclutado en la Zona que hasta ayer no más habían sido trabajadores en las fincas de la misma, lo que prestaba mérito a la creencia de los huelguistas que los soldados no dispararían contra sus hermanos, sus padres, sus amigos y compañeros de faenas en la vida. civil.
Al atardecer del cinco de diciembre la avalancha de las huestes ebrias, debidamente capitaneadas por sus cabecillas, sitiaban la ciudad de Ciénaga, la concentración estaba cumplida y no menos de treinta mil hombres se apretujaban en el playón de la Ciénaga en torno a los oradores que desde los vagones del Ferrocarril aparcados en las destrozadas cambiavías de la estación, lanzaban sus arengas incendiarias que la multitud aplaudía con delirio, lanzando vivas a los soldados y mueras a la oficialidad, al Gobierno y al Jefe Civil y Militar.
La noche transcurriría en medio de la más angustiosa expectativa esperando que los rebeldes se tomaran los cuarteles donde el alto mando y la Guarnición de Ciénaga esperaban en vano órdenes del Gobierno Central.
Hacia las once y media llegó el comunicado suscrito por el doctor Ignacio Rengifo, el ministro de Guerra, con el Decreto declarando la Ley Marcial por perturbación del Orden Público, designando Jefe Civil y Militar al General Cortés Vargas.
Los rumores llegados a Santa Marta mantenían a la capital en la más extraordinaria inquietud ante la inminencia del avance de los huelguistas cuya invasión se había enunciado esa misma noche.
El Gobernador en: persona se dispuso a viajar a Ciénaga en busca de contacto con el Jefe Civil y Militar, pero no alcanzó a llegar porque ante la crítica situación que se vivía en aquella ciudad, el General Cortés Vargas, de acuerdo con su Estado Mayor, resolvió abandonar sus cuarteles ante el peligro de verse sitiado en ellos y resolver de una vez por todas las dudas referentes a la lealtad y disciplina de sus tropas.
A tal efecto y por el camino más corto hizo conducir las tres compañías que en columna desembocaron a los patios de la estación para tomar una formación en línea frente al playón donde la multitud saludó su presencia con las estridentes vociferaciones, repitiendo las estereotipadas frases que los volantes habían hecho circular entre los soldados: “Tenemos hambre, soldados del Ejército Colombiano, compañeros de infortunio, no dispararéis contra vuestros hermanos, frente a vosotros están vuestros padres, vuestras madres, si disparáis cometerías un crimen. Volved las armas contra vuestros oficiales, mercenarios vendidos a la United”.
Hacia la una de la madrugada se dio el toque de “atención” y se leyó el decreto a través de un megáfono seguido de la terminante conminación para que se retiraran en orden y atendieran la exhortación que las autoridades militares hacían con el objeto de evitar un derramamiento de sangre si se veían obligados a hacer uso de las armas.
En medio de la vocinglería más estruendosa con que se recibió esta advertencia y haciendo uso de todos los medios posibles para tratar de aprovechar las breves pausas de silencio, se arengó a la multitud pidiéndoles cordura y haciéndoles conocer los términos del Reglamento de Guarnición que para tales casos disponían tres toques de corneta antes de dar la orden de “Fuego”.
Era la una y quince minutos cuando sonó el primer toque, la rechifla se generalizó y un avance compacto de la multitud en obedecimiento a las tácticas de “encercamiento” ya conocidas, se inició sobre la concentración militar; simultáneamente una lluvia de guijarros y botellas se arrojaba sobre la azotea de la estación desde la cual se impartían las órdenes haciendo uso del megáfono.
El segundo toque apenas logró imponerse sobre las vociferaciones de la turba, cada vez más enardecida, que al ser advertida de que solo quedaba un minuto para la orden de fuego prorrumpió en gritos desafiantes diciendo que regalaban el minuto.
La natural vacilación que alargó los términos entre el segundo y el tercer toque alentaba a las huestes rebeldes que prácticamente se confundían y envolvían la formación militar. Estábamos frente a lo inevitable y el último toque se confundió con los disparos y el angustioso grito de alguien que entre la multitud ordenaba “tierno”.
La tremenda y dolorosa decisión que las circunstancias impusieron a las fuerzas militares, se habían cumplido. Se habían agotado todos los recursos para evitarlo. Desgraciadamente en el alma de estas multitudes de imaginación tropical, nacidas y vividas dentro del más desenfrenado libertinaje, con esa sensibilidad hiperestésica, producto del ambiente erótico en que se desenvolvieron, no había cabida para atender algún razonamiento y la única guía era la funesta obsesión por aquella creencia que embargaba toda su psicología.
Cuando el espíritu diabólico de destrucción se apodera de las huestes populares, ellas irrumpen por doquier si no encuentran puntos de resistencia capaces de contenerlos y desafortunadamente esto fue lo que sucedió en la Zona Bananera.
Mucho se ha especulado en torno al Decreto No. 4 según el cual el Jefe Civil y Militar declaró a los revoltosos, incendiarios y asesinos. Cuadrillas de malhechores disponiendo su persecución y captura para seguirles juicio y establecer las responsabilidades del caso, claramente definidas en el Código Penal.
Conviene anunciar que la medida fue tomada al día siguiente del trágico amanecer cuando se produjeron acontecimientos que la hicieron indispensable. En cuanto sobrevino la desbandada general, los huelguistas huyeron casi en su totalidad hacia el sur, a lo largo de la línea férrea que comunica a Ciénaga con Sevilla, centro vital de las instalaciones de la United y domicilio de los americanos y desde luego era fácil imaginar la serie de depredaciones que se iban a desatar.
Desde las seis de la mañana, la situación en Ciénaga se había normalizado y el acta de levantamiento de los cadáveres, suscrita por el alcalde Militar de la población y los dos médicos que actuaron en la operación doctores del Castillo y Anselmo Cáceres, estaba concluida con el trágico balance final de 13 muertos y 19 heridos.
Simultáneamente se recibe comunicaciones en el Comando del Ejército, informando de las atrocidades cometidas por los fugitivos que a su paso dejaban la huella de esa retirada roja, jalonada con la devastación, el saqueo y los incendios de su furia incontrolada, ebria de licor y de venganza.
En Orihueca, el cuartel de la policía fue arrasado, sus efectivos desarmados, el comisariato robado y asaltada la finca “Normandía”, de propiedad de la Compañía, donde perecieron asesinadas la esposa, una hijita y el hermano del mandador. “La sangre no se deslizaba ahora como una sierpe por debajo de las puertas del viejo Macondo”, sino que seguía su rumbo al sur dirección Sevilla por entre los polines de la vía férrea, a través de las llamadas de las bodegas y tiendas incendiadas, por debajo de las destrozadas casillas telefónicas y sobre los derribados postes del teléfono.
El asentamiento a las instalaciones de la United comenzó hacia el medio día del seis de diciembre. La turba enloquecida pugnaba por tomarse las residencias de los americanos y desde la casa de los ingenieros donde se había organizado la resistencia, luchaban desesperadamente los sitiados a quienes protegían los escasos refuerzos policiales de Sevilla y Guacamayal, que ya habían perdido ocho unidades ya su valeroso. Comandante, el Teniente Quintero de la Policía Nacional; todo parecía perdido cuando hacia las cuatro pm, hizo su aparición la 6a Compañía del Batallón Córdoba, procedente de Aracataca, cuya presencia bastó para que los huelguistas prosiguieran su fuga y abandonaran el asedio dejando en el campo 30 muertos y varios heridos de ambos bandos.
Los sucesos ulteriores, a partir del 8 de diciembre, corresponden a la persecución y captura de centenares de fugitivos que en cumplimiento al Decreto No. 4 fueron conducidos a Ciénaga en donde los Consejos de Guerra en base a pruebas irrecusables, hallaron mérito suficiente para juzgar. a 60 sindicatos, de los cuales 30 fueron sentenciados a penas que fluctuaron entre uno y veinticinco años de prisión.
Normalizada la situación de orden público, pudo observarse que en el horizonte de la hermosa bahía, ya no se divisaba la silueta gris plomo de un barco de guerra que en vigilante acecho había surcado las aguas del mar Caribe y que ahora de regreso a su base lo justificaba, según un mensaje de su Capitán al Departamento de Guerra que luego se conoció, porque no consideraba indispensable un desembarco, puesto que el Ejército de Colombia controlaba la situación.
La república había superado un duro trance de su historia. Se había enfrentado con energía y decisión a una huelga prolijamente preparada y técnicamente organizada, inspirada auspiciada por el Comunismo Internacional que de haber tenido éxito, habría hecho en extremo difícil la pacificación de la Zona y el orden hubiera demandado ingentes cantidades de hombres y recursos que el erario público no estaba en condiciones de sufragar y, finalmente se había ahorrado el vergonzoso episodio de una intervención armada de tropas extranjeras.
El Ejército de Colombia no pudo obrar de otra manera distinta a como procedió. Su actuación estuvo ceñida a la ley a los reglamentos militares; obró con exceso de prudencia pero los desmanes de una multitud' enloquecida obligaron a que se llegara a los extremos a que se llegó y, contra lo que entonces se dijo, Las Fuerzas Militares cumplieron su deber.
Bibliografía:
https://esdegrevistas.edu.co/index.php/refa/issue/view/225/239
EN EL CINCUENTENARIO DE LAS BANANERAS
OCTUBRE DE 1978
Cuando en 1973 comenzó a hacer efectivos los aviones y consignas de la izquierda colombiana para la conmemoración del Cincuentenario de lo que ellos llaman «LA MASACRE DE LAS BANANERAS» a celebrarse el 6 de Diciembre de 1978, yo, me permití solicitar a las autoridades militares, se haría algo en beneficio del vilipendiado Ejército Nacional y se contrarrestara la propaganda difamatoria próxima a desencadenarse en los cinco años subsiguientes previos a la celebración de la fecha en que el Comunismo Internacional (respirando por la herida), debería conmemorar la tremenda frustración de su La derrota y el derrumbe de sus ilusiones cuan do comprobaron el error de haber fincado sus esperanzas en aquellos jefes oportunistas del socialismo revolucionario de entonces que después de embarcarlos en tan peligrosa aventura les volvieron la espalda y los dejaron plantados con su dolor a cuestas.
Fácil era comprender que en este esfuerzo reivindicatorio, todo aquello que contribuirá a enaltecer la lucha de clases, el antiimperialismo, la búsqueda de plenas libertades democráticas para el pueblo, la lucha permanente por soluciones progresistas de las crisis económicas mediante alzas de sueldos y salarios así como la exaltación de los mártires de la causa, el odio y execración de las instituciones Militares, que en su concepto y no sin razón, fueron las que hicieron negatorio el empeño por sentar las bases y permitir el surgimiento del partido comunista en Colombia.
Todo ello no sólo sería bienvenido sino que debería constituirse en obligado consigna de lucha en todos los estamentos del partido en prosecución de su fortalecimiento.
Fue así, como comenzó a proliferar obras del más diverso género que utilizando todos los medios de comunicación salían al aire en la radio, en la televisión y en los teatros de la capital, siendo lo más irónico que tales programaciones no solo eran autorizadas sino en ocasiones subvencionadas por el Estado. Recordemos entre otras a: VENDABAL, I TOOK PANAMA, LA MALA HORA, EL SOL SUBTERRÁNEO, Y SOLDADOS, para no mencionar sino las menos sucias y las menos lesivas del honor nacional y de la institución castrense.
Ignoro si en efecto el Ministerio de Defensa o su Departamento de Información y Prensa hizo algo por acoger así fuese parcialmente mi iniciativa, pero a juzgar por su silencio sobre el particular se me ocurre que más bien optó por la línea más prudente, aplicando con la sabiduría propia de toda institución que se respeta, aquella máxima de Mateo Alemán de "que es más gloria huir de los agravios callando, que vencerlos respondiendo". Quiero creer que ésta fue la última razón de su política y en consecuencia, respeto su decisión.
En todo caso mi sugerencia de entonces a las Fuerzas Armadas no se limitaba a un simple preaviso o advertencia, sino que reclamaba la urgencia del restablecimiento de la verdad histórica frente a la deformación que de ella hicieron novelistas insignes, artistas nacionales y comentaristas que se encargaron de aplicar su ingenio, su fantasía e imaginación hasta el extremo de sustancializar las sombras y darle vida a lo inexistente. Como iniciación de campaña tan necesaria pero justa y en calidad de aporte básico para ello, publiqué en la revista de las Fuerzas Armadas, número 71 del volumen XXIV, correspondiente a enero, febrero y marzo de 1973, un artículo que intitulé "LA HUELGA EN LA ZONA BANANERA", versión exacta de los trágicos sucesos de las bananeras narrados por un testigo presencial.
En él comentaba, valiéndome de los años veinte y cuanto pasó en la zona desde aquel malhadado día en que Macondo tuvo la visita del último gitano "el rechoncho y sonriente Mister Herbert", quien indudablemente fue quien en definitiva cambió la faz de esa comarca, porque con sus instrumentos, sus ingenieros, agrónomos, hidrólogos, topógrafos y agrimensores "fueron tantos los logros alcanzados, en tan poco tiempo, que ocho meses después, de la visita de Mister Herbert, los antiguos habitantes de Macondo se levantaban temprano a conocer su propio pueblo", y todo esto según decía el Coronel Buendía "no más por invitar a un gringo a comer guineo", hasta el trágico amanecer del 6 de diciembre de 1928, en el cual, contra los millares de muertos de que hablan los autores, sólo se descubrieron 13 cadáveres y 19 heridos.
Cuatro de los muertos fueron reclamados por sus familiares y 9 pasaron a la fosa común, según lo confirma Carlos Lajud Catalán, en su interesante serie de crónicas sobre los cincuenta años de las bananeras.
En síntesis, mi artículo tenía el estricto sentido de narrar los hechos tal como se sucedieron; en un intento de habilitar la historia y derrotar la leyenda a sabiendas de que nada hay tan prontamente recibido, más satisfactoriamente aceptado y más extensamente divulgado que la ficción y la calumnia.
En aquel artículo exponen los antecedentes del conflicto, la situación general que vivía el país, la situación particular del Departamento del Magdalena, el conflicto entre los trabajadores y la United Fruit Company, lo que ésta hizo por el bienestar social de aquellos y las exageraciones de éstos que en este sentido llegaron a convertir las casas del pueblo que en principio habían sido destinadas a centros de reunión para actos culturales constituyéndolas luego en verdaderas escuelas de anarquismo, oficinas sindicales, pistas de baile para las pecaminosas noches de jolgorio en las cuales además se organizaban y juramentaban las células cuya misión era sembrar el descontento, incitar los ánimos y conseguir nuevos adeptos.
También dejé claramente establecidos los incidentes durante la huelga, las medidas de carácter militar que se tomaron para atender la Orden Pública, la distribución de las tropas en la zona, la situación en la noche del 5 al 6 y la desbandada general de los huelguistas después. del tiroteo en dirección a Sevilla, así como los desmanes ocurridos durante esta marcha roja, cuyo itinerario quedó jalonado con el asalto al cuartel de Policía en Orihueca, el saqueo al comisariato, el asalto a la finca Normandía, propiedad de la United y el asesinato vil de la esposa, su hija y el hermano del capataz. Los destrozos de las vías férreas y de las líneas telegráficas.
Finalmente el asedio a las instalaciones de la compañía frutera en la Estación Sevilla y el subsiguiente ataque a las residencias de los americanos con un total de 30 muertos y varios heridos dejados en el campo hasta el momento en que las tropas del batallón Córdoba, procedentes de Aracataca hizo su aparición a eso de las cuatro de la tarde.
El epílogo de estos desgraciados acontecimientos estuvo representado en la persecución a los fugitivos durante la cual se dio captura a poco más de un centenar de sindicatos remitidos a Ciénaga donde fueron juzgados y condenados por los consejos de guerra un total de 30 individuos.
De lo expuesto hasta aquí, vemos cómo el balance final está muy distante de lo que se ha hecho creer a través de la leyenda forjada por la fértil imaginación de nuestros escritores.
Por eso es que bien vale la pena recordar en esta celebración histórica algo que ha sido suficientemente conocido desde la antigüedad y es, que cuando a los literatos les da por hacer historia, fatalmente caen en una especie de morgue a la cual entra, con todo el ímpetu de su fantasía en busca de los muertos que han amado y de aquellos con quienes creen estar relacionados. Naturalmente, el resultado inevitable es que desembocan a una versión alucinada de los hechos y como según ellos, la ficción en las novelas no es falsedad y las emociones suaves son poco literarias o sea que no son rentables, recurren en prosecución del «Best Seller» al socorrido cocktail de mucha sangre, algo de sexo y una buena dosis de erotismo, sin parar mientes ni considerar el mal que pueden hacer a las personas o a las instituciones.
Por eso está bien, ahora cuando todo ha pasado, cuando en la celebración cincuentenaria se dijo todo lo que quisieron los literatos, los artistas, los políticos profesionales y aquellos en trance de rehabilitación que hicieron la apología de los acontecimientos, elevaron a categoría de héroes a los delincuentes y se solazaron ridiculizando y calumniando al Ejército, hasta el extremo de llevar a la pantalla chica por repetidas ocasiones una grotesca representación con el pretexto de promover, la para ellos más sublime, fascinante e ingeniosa concepción teatral de los últimos tiempos, cuando en efecto no fue otra cosa que una burda versión de influencia intelectualmente degradante con lecciones de una morbidez, distorsión y superficialidad insoportable.
Me pregunto, qué sería de muchos apologistas y cuál su situación de hoy si sus padres, ilustres parlamentarios, políticos de izquierda o de derecha, diplomáticos al servicio del país y dignos representantes de la oligarquía de los años veintes, hubieran caído al conjuro de aquella Maquinación prematura comunista frustrada precisamente por el Ejército que denuestan.
Yo creo, que no sólo está bien, sino que es indispensable que mientras en la República quede un soldado superviviente de los acontecimientos que se conmemoran, levante su voz para reducir los hechos a sus justas proporciones y le diga a Colombia:
PRIMERO
El episodio de las bananeras fue un hecho histórico, producto del comunismo internacional, empeñado en exportar su revolución y hacer de Colombia lo que después logró con Cuba, para obtener el enclave en esta América tan cara a sus propósitos y tan indispensable a su política.
SEGUNDO
La aparición de grupos socialistas revolucionarios que absorbieron y eclipsaron los primeros y fugaces núcleos comunistas de Cali, Medellín, Santa Marta, Barrancabermeja, Girardot y Viotá, fueron el caldo de cultivo donde se forjaron los primeros caudillos, jóvenes recientemente incorporados a la vida Nacional, procedentes de la vieja Europa, Rusia, Francia e Italia, con inquietudes ideológicas no muy bien definidas, que apenas significaron una formidable agitación de masas que fueron la causa de una oleada de conflictos sociales que se inició en 1924 con la huelga de los braceros del Río Magdalena y terminaron en 1928 en la Zona Bananera.
Fue precisamente el conflicto interno surgido entre Comunistas y Social Revolucionarios, que se debió íntegramente el fracaso de la huelga en las bananeras según se desprende del esbozo histórico elaborado por una comisión del Comité General del Partido Comunista en Colombia, en el cual hace referencia a los "Treinta años de lucha del partido Comunista de Colombia".
No fue precisamente la United Fruit Company la que desencadenó y terminó el conflicto: por el contrario, la presencia de la compañía frutera en el Magdalena, fue una inyección de vida nueva, de capital y progreso que aún contra la voluntad de sus gentes, transformó aquellas tierras y su sociedad subdesarrollada en una colmena de la más extraordinaria y fértil actividad.
No es cierto, ni se puede hablar impunemente de explotación inicua o de injusticia con quienes hicieron posible semejante milagro y que como cualquier inversionista, pusieron su ciencia, su capital y su técnica al servicio de una organización que trajo prosperidad, trabajo y progreso a un departamento que en manos de los nacionales, apenas había sobrevivido malamente en "Cien largos años de Soledad".
Si para lograrlo fue necesario construir su propio ferrocarril, dotar de espléndidos comisariatos, que por cierto, les quedaban grandes a las modestas aldeas donde se establecieron para beneficio de los trabajadores; si fue indispensable crear puestos de sanidad, donde antes los curanderos presumían curar heridas con inocuos ungüentos y conjuraban los males con oraciones y brujerías; si fue preciso establecer el más completo servicio de comunicaciones telefónicas que enlazara no solamente las estaciones del ferrocarril, sino las haciendas de la compañía y las de los particulares.
Todo esto y mucho más de lo que se hizo, lejos de ser motivo de vilipendio debía ser por el contrario, el reconocimiento y gratitud, ya que ni el mismo gobierno podía proveerlo con un presupuesto nacional ridículo y por añadidura mal administrada.
TERCERO
La compañía bananera constaba de una directiva asesorada por expertos y técnicos extranjeros en su mayoría americanos en número de veinte empleados, unos cuantos ingenieros colombianos y una considerable nómina de mayordomos, apuntadores, capataces, sirvientes, cuidadores de bestias, jardineros, maquinistas de bombas y gasolineros. Todos ellos estaban amparados con contratos individuales y desde luego gozaban de las prerrogativas legales referentes a salario mínimo, descanso dominical, prestaciones, etc.
El resto, o sea la gran masa de trabajadores trashumantes procedentes de los más diversos lugares de la costa y del interior que afluyeron a la zona en esa fiebre del plátano, no eran considerados como jornaleros, ni aceptados en nómina, toda vez que las fases. de siembra, cultivo y cosecha sólo requerían esporádica y temporalmente cantidades variables de personal que se contrataba a destajo en cabeza del cultivador particular o del reclutador de obreros para la compañía. El valor de tales salarios fluctuaba necesariamente en función al principio de la oferta y la demanda, del número de «cabuyas» (media superficiaria convencional), y de acuerdo, además, con el tiempo empleado en la respectiva operación (limpia, puya, transporte) de los racimos desde la más próxima guardarraya para ser cargado en el ferrocarril.
Los contratistas a su vez subcontrataban y determinaban los jornales variables según fuera la especialidad y experiencia de cada trabajador. Malo o bueno, el sistema operó por años a entera satisfacción de obreros y patrones. Prueba de ello, es la extraordinaria afluencia de trabajadores y el holgado régimen de prosperidad y hasta el libertinaje que vivió la Zona Bananera en aquella dorada época en que el destino les brindó a aquellas estirpes atadas al peso abrumador de su pasado sobre el cual el tiempo. se quedó en suspenso, perdiendo esa única oportunidad que no supieron comprender ni aprovechar.
CUARTO
Los efectivos militares que tomaron parte en los acontecimientos fueron en total 1.200 hombres, o sea el 15% del pie de fuerza autorizado por el Congreso para 1928 y su discriminación es la siguiente:
Batallón Córdoba guarnición normal de Santa Marta, cuatro compañías de fusileros: 600 hombres.
Dos compañías de refuerzo enviadas del Batallón Nariño, procedentes de Barranquilla: 300 hombres.
Una compañía de refuerzo destacada del Batallón Ricaurte de Bucaramanga: 150 hombres.
Una compañía de ferrocarrileros procedente del Batallón Mejía de Facatativá: 150 hombres.
TOTAL DE EFECTIVOS EN LA ZONA: 1.200 hombres.
Con estas tropas se ocuparon las poblaciones de Ciénaga, Aracataca, Fundación, Sevilla y Guacamayal.
En Ciénaga la noche del 5 al 6 a lo sumo se lograron concentrar 150 hombres, quienes no hicieron uso de las armas porque sólo dispararon las dos ametralladoras de dotación del destacamento.
Por ese entonces el Ejército aún no había incorporado a su organización las ametralladoras pesadas, sólo se disponía de subametralladoras Lewis de una capacidad teórica de 500 a 600 tiros por minuto o mar, para una cadencia de seis disparos por ráfaga y por segundo. Se alimentaban mediante un proveedor circular en forma de tambor ajustable en la parte superior del cañón, esta circunstancia fue la que dio lugar al sobrenombre que el pueblo le asignó a estas armas de "El Tambor de la Alegría", en consonancia con el éxito musical. de la época.
Siendo así que una de las ametralladoras estaba en posición a una altura de más o menos cuatro metros sobre el nivel del piso, las ráfagas disparadas por ésta debieron pasar por encima de la multitud, así que los tiros mortales fueron los disparados por la segunda ametralladora, ésta sí, situada sobre el nivel del playón, frente a las tropas que momento a momento veían cerrarse sobre ellas el círculo de la multitud ebria que aplaudía con delirio las arengas incendiarias de sus cabecillas y lanzaban vivas a los soldados y mueras a la oficialidad, al gobierno y al Jefe Civil y Militar.
Esta fue la situación de los angustiosos momentos vividos esa noche trágica entre las once y la una de la mañana del día 7 y ésta, la verdad desnuda relativa al precario instrumento bélico con que la República contó para superar el más duro trance de la historia.
El ejército de Colombia cumplió con su deber, aún en las condiciones aquí expuestas ayudó el reto, se enfrentó con decisión y energía a una huelga prolijamente preparada y técnicamente organizada, inspirada y auspiciada por el Comunismo Internacional que de haber tenido éxito habría hecho en extremo difícil la pacificación de la zona; el restablecimiento del orden hubiera demandado ingentes cantidades de hombres y recursos que el erario público, de manera alguna hubiera podido sufragar.
En consecuencia, loor al Ejército Nacional; ojalá que cuando situaciones colectivas reclaman su intervención, ella sea igualmente decisiva y definitiva análogas se presentan en el futuro y las pasiones políticas o la demencia para la preservación del orden público y la guarda de las instituciones constitucionales.
CONFERENCIA DICTADA EN EL COLEGIO MAYOR DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
AÑO 1978
Señores:
Ha sido demasiado obligada la amable invitación del Rvdo. Padre Chaparro para que yo hubiera cometido el desplante de excusarme privándome, además, del alto honor de partir con sus jóvenes alumnos. Así es que aquí me tienen en un empeño que ojalá no resulte vano, a fin de ilustrar su cátedra con un episodio nacional extraordinario y que no obstante haber pasado al dominio de la historia, aún no ha sido fallado con la ecuanimidad, con la sinceridad y el adecuado desapasionamiento que requiere un juicio histórico sobre un acontecimiento cuyas proyecciones en la vida de la República han sido de tal magnitud que sus consecuencias son, ahora motivo de estudio de las nuevas generaciones.
Si mi presencia ocasional en la majestad de estos claustros y la relación escueta y verídica de hechos que mi destino me hizo vivir y presenciar, contribuirá no solamente a confirmar en las jóvenes mentalidades de este distinguido grupo de futuros economistas el orden y sucesión cronológica de la Historia Sindical en Colombia, sino que a la vez, pudiera dejarles los elementos de juicio necesarios para analizar y calificar una actitud tan controvertida del Ejército de mi Patria, yo me daría por bien servido porque así quizás se reinvindicarían muchos hechos, algunos nombres y tal vez se evaluarían varios conceptos sobre las circunstancias y el medio en que tuvieron que actuar los altos mandos encargados de develar tan explosiva situación.
Para una mejor planeación de esta charla, me permitió clasificar y presentar mis recuerdos según el orden siguiente:
1. El Ejército de Colombia en 1928.
2. Situación política Nacional.
3. Situación en la Zona Bananera en el período noviembre - marzo de 1929.
4. Conclusiones.
A raíz de la reforma militar implantada por el General Rafael Reyes con la efectiva cooperación del General Uribe Uribe, y el asentimiento del arzobispo Herrera Restrepo, el Ejército sin preocuparse mucho de la cantidad, se había empeñado en lograr la mejor calidad posible en sus cuadros de oficiales y suboficiales lo cual se consiguió a través de las escuelas de formación a saber: la Escuela Militar, la Escuela Superior de Guerra y la Escuela de Suboficiales. Prácticamente, toda la política militar y el exiguo presupuesto de guerra se concretaron en forma exclusiva a la preparación de la oficialidad y las promociones de oficiales desde 1910 a 1927 habían recibido los beneficios instruccionales y la influencia de las misiones Militares Chilena primero y luego de la Misión Militar Suiza.
Para la época en que se inicia este relato la organización del ejército nacional contaba para la cobertura del territorio patrio de cinco divisiones así:
Ministerio de Guerra, Comando General y Servicios en Bogotá y cinco Comandos Divisionarios Tunja, Barranquilla, Cali, Medellín y Bucaramanga. El total de hombres sobre las armas, pie de fuerza autorizado 15.000.
Lo que implicaba un presupuesto de Guerra equivalente a $4.500.000; en efecto, según la memoria de guerra de ese año contabilizó $4.919.690.00.
El Departamento respectivo del Estado Mayor General había hecho énfasis en los programas de instrucción de ese año en lo relativo a la preparación y perfeccionamiento de las tropas de ferrocarrileros recientemente creadas como una rama de los ingenieros en consideración a brotes subversivos y conatos de huelga en esta rama del transporte. Los Ferrocarrileros operaban en Facatativá el Mejía y en Armenia el Soublete.
Fue esta arma de las fuerzas militares la que más me apasionó ya la que fui destinada cuando obtuve mi grado en diciembre de 1927. Prácticas en los talleres de Bogotá, aprendizaje de locomoción, corrida de trenes entre Bogotá y la Tribuna, intervención del batallón en los movimientos sindicales de los braceros en Girardot. Andanzas de Ángel María Cano, la flor roja de la revolución social, pero esto ya linda con la situación política ya ello paso a referirme en seguida.
SITUACIÓN POLÍTICA
Ya desde 1924 el movimiento Comunista en Colombia había hecho su aparición e inclusive había hecho prosélitos entre los intelectuales y políticos izquierdistas.
Estudiantes colombianos que regresan de Europa concretamente de Italia y hasta de la Unión Soviética comenzaban a exteriorizar sus teorías y lograron influenciar el movimiento obrero, creándose la inevitable línea moderada que en oposición a la línea dura originó en una u otra forma serios conflictos de orden público. que mantuvo a la administración del Dr. Abadía Méndez ya su ministro de guerra, Ignacio Rengifo en permanente preocupación y al Ejército en su constante y agotador estado de alistamiento en primer grado.
No obstante la relativa prosperidad económica que por entonces vivía el país, fenómenos que sin duda alguna están más a la inteligencia de los economistas, provocando serios problemas salariales y una carrera alcista en los precios de los artículos de primera necesidad que a no dudarlo, fueron el caldo de cultivo y la razón última del estado de agitación y los cada vez más frecuentes movimientos obreros y huelguísticos animados inspirados y sostenidos por los triunfantes líderes obreros a la cabeza de los cuales encontramos a Alberto Castrillón, Eduardo Mahecha, Bernardino Guerrero y otros, que tras de revólver el cotarro en Girardot ya lo largo del Río Magdalena en Barranca contra la Tropical por dos veces consecutivas, lo encontramos ahora desplegando su actividad anárquica en la zona Bananera, en momentos en que el prestigio del régimen Conservador seriamente deteriorado sólo requería un último esfuerzo de la oposición para allanar el camino para el regreso al poder del partido Liberal.
SITUACIÓN EN LA ZONA BANANERA
El problema laboral del Magdalena no era ocasional ni su presentación fue súbita o sorpresiva. Desde hacía aproximadamente diez años se venía incubando; la mayoría de los comentaristas no vacilan en responsabilizar a la misma compañía frutera que con sus sistemas y monopolios creados en torno a la explotación de las bananeras originó el descontento, antipatías y envidias que en forma análoga a los que por la misma época sucedía en la Tropical, vino a ser en las postrimerías de 1928 la culminación de un largo proceso de frustraciones y de injusticias.
Yo personalmente, tengo que manifestar que por razones que más adelante explicaré, me aparte parcialmente de ese concepto: lo cierto es que el descontento sí existía y que deliberadamente fue estimulado y una propaganda bien dirigida que exageraba tales injusticias fue capitalizada por hábiles líderes comunistas instruidos, inspirados y manejados desde Moscú. Diez años de consolidación del Supremo Soviético en Rusia, había permitido perfeccionar los organismos necesarios para la exportación de sus doctrinas que ahora hacían sus primeros pinitos en el escenario nacional.
Sofisticados sistemas de riego en toda la Zona Bananera |
Para quienes de ustedes que hayan leído el libro de García Márquez y conserven aún en la imaginación el paisaje árido somnoliento y solitario de la Comarca Macondina, será una verdadera y por cierta gratísima sorpresa encontrar en los finales de los años veinte una región de exuberante feracidad cultivada palmo a palmo con los últimos adelantados de la técnica; regada científicamente mediante sistemas artificiales a base de represas o colectores que captan las aguas que descienden de los contrafuertes de la Sierra Nevada y las esparcen a través de canales por toda la zona sin perder una sola gota del precioso líquido.
Amplias avenidas o guardarrayas fueron trazadas no sólo para delimitar las fincas sino para establecer la más perfecta organización de tráfico que pueda concebirse a fin de cortar la fruta, recolectarla y transportarla a través de los distintos ramales de la vía férrea hasta la principal y luego a los embarcaderos del puerto en Santa Marta.
Cuando a la indolencia tropical y la murria de unas gentes perezosas y adormiladas, palpa ahora la actividad dinámica de 40.000 almas que se agitan, se mueven y trabajan sin preocupación del desempleo que afecta a otras regiones del país y cuando por añadidura los ve en sus noches de bacanal bailando cumbias al son de los tambores y utilizando legítimos billetes incendiados para sustituir los hachones habituales, tiene que concluir que algo pasó, que algo que no es precisamente arte de magia, debió ocurrir para inyectarle vida, capital y progreso para transformar aquellas tierras y subdesarrollada sociedad y entonces se piensa que, para ser sinceros y honestos no se puede hablar impunemente de explotación, de injusticia social, sin cometer a su turno otra tremenda injusticia con aquellos que posible hicieron semejante milagro y que como o cualquier inversionista puso su ciencia, su capital y su técnica al servicio de una organización que trajo vida, trabajo, progreso y prosperidad a un departamento que en manos de los nacionales había apenas sobrevivido en cien largos años de Soledad.
Que para lograrlo haya tenido que crearlo todo, hacer su propio ferrocarril sus propios comisariatos, pues era apenas natural como quiera que nada había ni menos podía proveerlo un presupuesto nacional ridículo y por añadidura mal administrado. Ellos como inversionistas que sabían para donde iban y conocían sus objetivos, también que tenían el costo de sus gastos y poner los medios para lograrlo y defenderlo estableciendo los controles y limitaciones necesarios.
Resulta por consiguiente muy discutible calificar de monopolio y criticar la política de la Compañía en los manejos y sistemas de irrigación de la zona, así como el establecimiento de cupones, vales o certificados de compra en los comisariatos y en las tiendas de la United que por una parte era las únicas existentes, las mejores surtidas y las más atractivas por su presentación y por su higiene.
Los precios de las mercancías importadas accesibles sólo a los trabajadores de la compañía y negados por razones obvias a compradores particulares, eran objeto de la codicia de los comerciantes locales que fueron quienes en última instancia impusieron los cupones cuando al amparo de los trabajadores que mientras no Tuvieron limitación alguna compraban al por mayor con el dinero de particulares para surtir sus tiendas que pronto se vieron abarrotadas de productos y mercancías americanas cuya identidad y procedencia eran fáciles de establecer.
Es indispensable que estos conceptos queden perfectamente establecidos para entender que cuando el Ejército tuvo que actuar en la Zona Bananera sabía muy bien que su misión pacificadora iba orientada a la salvaguardia de los bienes y las vidas de quienes los tuvieran en peligro. En consecuencia, andan muy lejos de la verdad quienes aún aseguran que el Ejército se parcializó e hizo causa común con los americanos de la United, que utilizaron las tropas como bestias de carga para transportarles el plátano y que se pusieron ampliamente al servicio de sus intereses. En un sentido estricto, todo esto se hizo, pero despojado del sentido proclive y mal intencionado que se le atribuyó.
El Ejército estuvo presente donde quiera que la autoridad fue requerida para preservar o imponer el orden, que los soldados garantizaron el zarpe del plátano protegiendo la vida de los trabajadores que se mantuvieron ajenos al desorden y salvaron de una muerte segura a los apuntadores, a los mandadores, capataces y cultivadores particulares, y finalmente al tomar el control de los ferrocarriles, de las comunicaciones y de los transportes en general, nunca entendimos que servíamos intereses distintos a los del Estado.
La huelga, prácticamente había estallado en octubre de 1928 y en su desarrollo se pone de presentar una característica nueva hasta entonces y es la planeación sistemática y una mejor organización que la lograda en anteriores movimientos similares, en que hubiera participado el alma de este movimiento que Sin duda fue Raúl Eduardo Mahecha. Ahora ya teníamos emisarios extranjeros y activos colaboradores conocedores de su oficio.
Existen pruebas irrecusables de que cuando Alberto Castrillón regresó de Rusia entró con él al país el americano Alexander, un francés, Rabate y 3 agentes del Comité. La actividad de este grupo se dedicó a reforzar y fortalecer la resistencia de los huelguistas. Castrillón desde Barranquilla hacía frecuentes incursiones a la zona, impartía consignas a sus contactos, incitaba los ánimos, repartía propaganda y visitaba a los comerciantes insatisfechos, preparando con ellos la concentración de abastecimientos para los días por venir.
Con la mayor astucia había logrado infiltrar elementos de su confianza en puestos de responsabilidad dentro del Ferrocarril. Caso de Cristian Bengala caso del inspector del Trabajo que nombrado desde Bogotá lo atalayó a su paso por Barranquilla y coordinó su viaje de tal manera que fue su introductor en la zona antes que éste se posesionara en Ciénaga y así llegamos con la maquinaria montada y todo listo para que a mediados de noviembre con ocasión del Congreso de la Unión Sindical del Trabajo en el Magdalena y frente a la posición adoptada por la Compañía que rechazó negociar los nueve puntos que le formulara, decretó el paro general.
Respecto a la justicia o injusticia de tal actitud no puedo menos de consignar mis reservas porque al punto primero, todos querían ser empleados de la Compañía pero es el caso que la cosecha y la forma de recolección honradamente no permitía un tipo de contrato individual ella era ocasional y durante temporadas variables lo que había impuesto desde hacía mucho tiempo el sistema de contratistas que a su turno subcontrataban tantos cogedores como eran necesarios para una determinada finca y también por el tiempo apenas indispensable para esa particular recolección.
Claro que esto salvaba a la compañía del seguro colectivo, de la imposición de un pago salarial sistemático y semanal y en este particular por lo justificado de la exigencia de la compañía hubiera podido ceder. En cuanto al aumento salarial, éste por el momento, estaba en $1.50 y no es que piense que ello era suficiente pero sí siento la necesidad de observar que nunca había corrido tanto dinero en la zona ni se habían visto los desplantes de derroche como los que se constataron en aquellos tiempos.
No es una simple coincidencia pero sí es un hecho muy significativo, la influencia de meretrices a la zona, las había blancas, morenas y rubias y de las más diversas nacionalidades… Y es que ellas sabían que allí el dólar corría casi a la par con el peso y que las más de las veces se les pagaba en legítimas libras esterlinas. Yo comparaba mi sueldo mensual de $90 y tenía que concluir que francamente no guardaba proporción mis tres pesos diarios, mi preparación tan absorbente y peligrosa con la paga que recibía un trabajador y que no obstante era el motivo de semejante conflicto.
Reclamaban mejor servicio sanitario y sin embargo, fuera de las 400 camas que la Compañía tenía para sus trabajadores en los hospitales de Santa Marta había estratégicamente distribuidas en la zona, dispensarios que atendían los casos de emergencia y los primeros auxilios.
Para afrontar el paro y ya desde comienzos de la conflagración se contaba en el Magdalena con las siguientes tropas:
Santa Marta: El Batallón Córdoba. El 4 de diciembre pasaron dos compañías a Ciénaga y 1 a Fundación.
Ciénaga: La Compañía del Córdoba y una de Nariño. Procedente de Bogotá y los ferrocarrileros de Girardot.
Barranquilla: Quedaron 2 Compañías de las cuales, una pasó a Aracataca con el Comandante de División General, Justo Guerrero.
Al terminar octubre, se hicieron más frecuentes los choques entre los huelguistas y el Ejército, el 26 en Sevilla se provocó un incidente, el populacho reunido en la estación cercó una patrulla militar separándola de su comandante en un intento de secuestro que afortunadamente no se logró gracias a la valerosa actitud del Capitán Julio Guarín que logró su rescate.
En los últimos días de noviembre se presentan diferencias entre el Gobernador Nuñez Roca y el coronel Cortés Vargas quien había llegado como Comandante de la Plaza de Santa Marta y de la Zona Bananera, el 4 de diciembre y ante la noticia que la compañía comenzaría a todo trance la recolección y que en efecto, muchos trabajadores acudieron a cortar fruta y puesto que los trenes comenzaron a operar con el concurso de los diez equipos organizados por los ferrocarrileros, la reacción fue violenta.
Cómo operaban los trenes:
Maquinista: 1
Fogoneros: 1
Director suboficial: uno
Freneros: de 3 a 6
Fusileros: 10
Soldados precedidos por una mesita de gasolina: 20 a 25.
Ametralladora Lewis en el tender y otra en la cola
Posteriormente, ya comienzos de diciembre, comenzó el bloqueo y retención de los trenes que se atrevieron a operar, episodio que dio lugar a la detención del tren que conducía huelguistas presos a Santa Marta y que en vista de la violenta actitud de la muchedumbre tuvo que ser abandonado por el Ejército y liberado por orden del jefe Civil y Militar, hechos que en la imaginación popular y presentados por los líderes confirmaban la segura fraternización de las tropas con las prepotentes turbas.
SITUACIÓN A LAS 5 DE LA TARDE DEL DÍA 5 DE DICIEMBRE
La vía férrea en poder de los amotinados y todo el material rodante inmovilizado. Las tropas sólo seguras tras los muros de los cuarteles, incertidumbre si en efecto fraternizarían con los huelguistas.
El comercio, los civiles, el clero y las monjas solicitando protección, el Alcalde ordenándole a Cortés Vargas y exigiéndole presencia de las tropas. Las autoridades desconcertadas. La concentración cumpliéndose sobre el playón con amotinados procedentes de toda la zona. Los principales edificios y salidas de la población en manos de los huelguistas.
Fue así, como tomaron ánimo los conductores de los amotinados. Se hicieron dueños de la plaza de mercado, no dejaban vender sin orden del Comité ejecutivo.
Las tropas sitiadas por el hambre, la carne fue arrojada al caño, el presidente del Comité ejecutivo era el tal Cristian Vengal, permanente y amenazante de las turbas por frente a los cuarteles; a las 8 pm llega un tren procedente de Aracataca con los delegados; la confusión y el desorden que produjo la llegada de este tren fue indescriptible. Continuación de la marcha de este tren a Santa Marta; inquietud en la Gobernación y la ciudad a donde llegó la versión que 3.000 huelguistas se iban a tomar la ciudad.
Situación del día 6: Tropas acuarteladas, todo el Batallón Córdoba; mitad reclutado y mitad antiguo, costeños ex-trabajadores de la zona con familiares reconocidos entre los huelguistas, cerros de propaganda; volantes con la inscripción "TENEMOS HAMBRE". Soldados del Ejército Colombiano, compañeros de infortunio, no dispararéis contra vuestros hermanos, frente a vosotros están vuestros padres, vuestras madres, si disparáis cometerás un crimen.
La concentración llega por lo menos a veinte mil trabajadores en el playón. Desde los vagones del Ferrocarril permanentes arengas de Mahecha y Castrillón.
A las once y media de la noche llega el decreto declarando el estado de sitio y nombrando a Cortes Vargas Jefe Civil y Militar, quien se posee ante dos notables de la ciudad y se levanta el acta respectiva.
Salen las tropas, desembocan por el callejón a la Estación, gritería de la multitud vivas al Ejército mueras a los oficiales vendidos a la United.
Momento crítico de la una a la una y media lectura del decreto, exhortación para que se retire, amenazas, toque de atención, nueva exhortación, lectura del artículo reglamentario del servicio de Guarnición y orden público, relativo a la conducta de las tropas después del tercer toque, los últimos cinco minutos, advertencia que falta un minuto y se dará la orden de fuego.
Última súplica para que se jubile. ellos responden: "Les regalamos el minuto nuestros familiares dispararán pero contra ustedes".
Orden de fuego, tenderse, enloquecida la multitud se abalanza sobre la vía férrea y comienza la desbandada, ruptura de las líneas telegráficas, destrucción, incendios. Seis de la mañana, acta de levantamiento de los cadáveres. 13 muertos. 19 heridos, lo certifican los doctores Del Castillo y Anselmo Cáceres.
DAÑOS OCASIONADOS
Costo de la operación $55.000.
CONCLUSIONES
- Fue la primera huelga organizada, planeada y ejecutada con técnica revolucionaria.
- El Ejército no se vendió ni estuvo al servicio de los Americanos.
- Se procedió con cordura, con exceso de prudencia y hasta con timidez.
- La energía de la última hora era indispensable y si no se aplica con mano firme y se apaga en ese preciso momento, el incendio de semejante conflagración a como iban las cosas hubieran cambiado definitiva y muy negativamente la faz de la República.
Bibliografía: Tomado del libro: Páginas Dispersas
Autor: Hernando Herrera Galindo, Coronel (r).
Hernando Herrera Galindo
Nació en Santafé de Bogotá en 1909. Graduado en diciembre de 1927 como Subteniente, desde el comienzo de su carrera este oficial se distinguió por su capacidad intelectual, amor al estudio y consagración al deber.
Los diversos servicios prestados al país y al ejército por el Coronel Herrera lo colocan en primera fila entre los Profesionales Militares.
En efecto, diplomado como Oficial de Estado Mayor se especializó en "Profesorado y Servicios de Estado Mayor" en Estados Unidos e Inglaterra. Al regresar a Colombia acompañaron las cátedras de táctica y servicio de Estado Mayor en la Escuela Superior de Guerra.
Fue Director de la Escuela Militar de Cadetes (1949 - 1950) dando muestras de su capacidad de organizador y de Director de Instrucción, el tiempo de su permanencia en dicho cargo se considera provechoso para el progreso de la Institución.
Su último cargo en el ejército fue la dirección de la Escuela Superior de Guerra de donde salió para la Gobernación del Tolima, destinada por el Ministerio de Gobierno como Jefe Civil y Militar en el período crítico de la perturbación del orden público, 9 de abril de 1948 a marzo de 1949.
Retirado del servicio activo ha dedicado sus capacidades y entusiasmo a empresas distintas tales como la Fundación y Organización del Colegio Militar Cooperativo, la dirección de las "Escuelas Internacionales" (estudio por correspondencia) y a la gerencia de Industrias como la "American Marieta Idepin Limitada".
REGISTROS FOTOGRÁFICOS
DE LA BONANZA DE LA ZONA
DESTRUCCIÓN EN LA HUELGA
Destrucción de las instalaciones de la UFC por parte de los huelguistas |
Ver también:
- ENTRADA DEL CAPITALISMO AL MAGD.
- COMPAÑÍA FRUTA UNIDA: YUNAI
- LA MEDICINA EN EL MAGDALENA
- LA HUELGA DE LAS BANANERAS
- YUNAI: EL DÍA QUE SE FUE DE LA ZONA
- EL OCASO DE LA ZONA
- CIÉNAGA DESAPROVECHÓ SU BONANZA
- BRUSELITIS DE LA ZONA BANANERA
- LA MANTRA: HISTORIA PENOSA DE CIÉNAGA
- MARIMBA: SOLO TRAJO TRAGEDIA.
- BATALLA DE CIÉNAGA
- VAPORES DE LA CIÉNAGA
- LA PAZ QUE SE FIRMÓ EN RÍO FRÍO
- MATANZA DE LAS BANANERAS: TESTIGO
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