- En 1966, los maestros y maestras del Magdalena enfrentaban una grave crisis: falta de pago oportuno de sus salarios, deficiencias en la profesionalización, y la ausencia de un sistema nacional de educación.
- La situación económica y laboral era tan precaria que, en algunos casos, se les pagaba con bebidas alcohólicas, y las escuelas tenían condiciones físicas deplorables.
- La marcha fue una respuesta a esta situación, buscando visibilizar la problemática y exigir soluciones al gobierno nacional.
- La marcha comenzó el 24 de septiembre de 1966 en Santa Marta, con entre 400 y 800 maestros y maestras.
- Recorrieron aproximadamente 1600 kilómetros a pie, enfrentando adversidades climáticas y agotamiento físico.
- Los manifestantes encontraron solidaridad y apoyo a lo largo del camino.
- El 21 de octubre, 86 maestros llegaron a Bogotá y se dirigieron a la Plaza de Bolívar, donde fueron recibidos por una multitud.
- La Marcha del Hambre tuvo un impacto significativo en la sociedad colombiana y en las políticas educativas.
- El gobierno se vio obligado a tomar medidas, como aumentar el presupuesto educativo, reorganizar el Ministerio de Educación y promover la profesionalización de los docentes.
- La marcha se convirtió en un referente para la lucha por los derechos de los trabajadores y la defensa de la educación pública.
- Se considera un hito en la historia de la educación colombiana, demostrando la importancia de la unidad, movilización y lucha del magisterio.
En la historia colombiana, existen eventos que resonaron en la conciencia nacional, dejando una huella indeleble en la senda de la justicia social. Uno de ellos, sin duda, fue la "Marcha del Hambre" de 1966, una gesta heroica protagonizada por un magisterio olvidado que, desde las polvorientas calles de Santa Marta, se atrevió a desafiar el statu quo y a exigir la dignidad que les había sido arrebatada.
Para comprender la génesis de esta marcha, debemos sumergirnos en el complejo tejido social y político de Colombia a mediados de los años sesenta. El país vivía bajo el amparo del Frente Nacional (1958-1974), un pacto bipartidista diseñado para aplacar la violencia política, pero que, en la práctica, generó una exclusión de voces y una perpetuación de las élites en el poder. Si bien se buscaba la estabilidad, la realidad económica y social para amplios sectores de la población era precaria. La inflación, los bajos precios del café y una política económica que no lograba traducir el crecimiento global en bienestar para las mayorías, generaban un caldo de cultivo para el descontento.
En este panorama, el departamento del Magdalena, como muchas otras regiones periféricas, padecía de manera aguda las falencias de un Estado centralista. La administración departamental, en muchos casos, era un nido de ineficacia y corrupción, donde los recursos destinados a servicios esenciales se desviaban y la politiquería campaba a sus anchas. La educación pública, pilar fundamental para el desarrollo social, era una de las grandes damnificadas.
Los maestros del Magdalena, custodios del saber y formadores de la juventud, se encontraban en una situación desesperante. No se trataba de una simple queja salarial; era una cuestión de supervivencia. Los pagos de sus salarios se retrasaban indefinidamente, sumiendo a sus familias en la más absoluta miseria. Los tenderos y comerciantes les negaban el crédito, sus hogares eran amenazados con el desalojo por falta de pago de servicios públicos y el hambre se había convertido en un comensal habitual en sus mesas. La dignidad de su profesión, su valiosa labor social, se veía pisoteada por la indolencia y la negligencia gubernamental.
Esta situación insostenible llevó al magisterio del Magdalena a un punto de quiebre. En marzo de 1966, se declararon en paro, una medida desesperada para llamar la atención sobre sus peticiones.
Si bien el paro logró, en algunas regiones, el pago de salarios adeudados, en el Caribe colombiano, la respuesta oficial fue el silencio y la indiferencia.
Fue entonces cuando, en asambleas acaloradas y deliberaciones cargadas de frustración, surgió la idea, audaz y casi impensable para la época: una marcha a pie desde Santa Marta hasta la capital, Bogotá, para llevar su "hambre" y sus demandas directamente al presidente.
La decisión de emprender este periplo de más de 1.600 kilómetros, a pie y en condiciones rudimentarias, no fue tomada a la ligera. Significaba dejar atrás sus hogares, sus familias, y enfrentar un camino incierto, lleno de peligros y privaciones. Sin embargo, la desesperación era tal que la "idea firme de marcha" se impuso sobre cualquier duda. Se trataba de un acto de fe en la justicia, una última esperanza para ser escuchados.
Impulsores
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La Marcha del Hambre no fue un movimiento espontáneo y desorganizado. Contó con líderes visionarios y valientes que, a pesar de los riesgos, asumieron la vanguardia de esta epopeya.
Figuras como Adalberto Carvajal Salcedo, entonces presidente de FECODE, se erigió como la voz influyente y abanderada de la movilización, dirigiendo y manteniéndola a lo largo de todo su recorrido.
Eliecer Joaquín Avendaño Restrepo: Maestro, participante destacado, quien años más tarde ha recalcado la importancia y el simbolismo de la marcha.
Rafael Roberto Hernández Pacheco: Conocido como “El Caminante Heroico”, es reconocido como promotor y figura clave en la organización de la marcha y en la sociedad de educadores del Magdalena (EDUMAG).
Algunas maestras con registro de protagonismo son:
Isbelia Quinto de Fernández, Rosa Arroyo, Elida Jiménez, Graciela Vega, Consuelo Lozano.
Otros participantes: Santiago Zuñiga, Carmen Cantillo, Carmen Charris, Maria Granados, y su hermano Pablo Granados, Felicidad Monsalvo (cienaguera), Enilda Gamez (cienaguera), Graciela Vega (cienaguera), Josefa Pabón (Cienaguera), Álvaro Vásquez (Santa Marta), Carmen Pinedo (Cienaguera), Alberto Mendoza, Edulfa Líbano, Marina Garcia (cienaguera), Rita de Campo (cienaguera), Carmen de Torres y Maria Torres ( madre e hija cienagueras), José Barros, José Maria Acosta (cienaguero).
El 24 de septiembre de 1966, entre 400 y 800 maestros, con sus escasas pertenencias y la moral inquebrantable, partieron de Santa Marta. La travesía fue una prueba de resistencia humana. El clima inclemente, el agotamiento físico y la incertidumbre del camino mermaron el número de participantes a lo largo del recorrido.
Al llegar a Fundación, el contingente se había reducido considerablemente, pero la llama de la protesta seguía encendida. Finalmente, el 21 de octubre de 1966, después de 28 días de caminar incansablemente, 86 maestros, 50 de ellos mujeres y 36 hombres, arribaron a la Plaza de Bolívar en Bogotá.
La imagen de estos educadores, delgados, exhaustos pero con la frente en alto, conmovió a una nación. La plaza se encontraba abarrotada, demostrando la solidaridad y el apoyo que habían cosechado a lo largo de su recorrido.
Logros
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Los frutos de esta marcha fueron significativos y de largo alcance. En primer lugar, la visibilidad. La "Marcha del Hambre" generó un estupor nacional e internacional, obligando al Gobierno de Carlos Lleras Restrepo a prestar atención a una problemática que hasta entonces había sido ignorada. Se logró una audiencia con el presidente, un paso crucial para la negociación.
En segundo lugar, se obtuvieron logros concretos en materia de reivindicaciones. La marcha contribuyó a la reestructuración del Ministerio de Educación, a la evidencia de la precarización laboral que sufrían los docentes y a un incremento en el presupuesto destinado a la educación. Además, sentó las bases para la cualificación y capacitación de los docentes, reconociendo la necesidad de una profesionalización que dignificara su labor.
Entre las principales reivindicaciones derivadas del Marcha del Hambre podemos destacar, la creación de los Fondos Educativos Regionales, FER, y las bases fundamentales para la expedición del Estatuto Docente, logro que se concretó 13 años después con el Decreto Ley 2277 de 1979, norma que avanzó de manera enorme en las garantías de una estabilidad laboral para el gremio docente.
Pero más allá de los acuerdos inmediatos, la Marcha del Hambre sembró semillas de un cambio más profundo. Fue el punto de inflexión que marcó el despertar del magisterio colombiano. Los maestros comprendieron el poder de la movilización organizada y la importancia de la unidad para la defensa de sus derechos. La marcha se convirtió en un referente, un modelo de lucha que inspiraría futuras movilizaciones y la consolidación de FECODE como un actor clave en la defensa de la educación pública.
Es fundamental destacar el protagonismo femenino en esta gesta. En una sociedad donde los roles de género estaban rígidamente definidos, la participación masiva y el liderazgo de las maestras en la marcha fue un acto de audacia y empoderamiento. Ellas, que enfrentaban la doble carga de su profesión y las responsabilidades del hogar, se atrevieron a desafiar las convenciones y a demostrar que la lucha por la dignidad no tiene género.
La Marcha del Hambre de 1966 es, por tanto, mucho más que un capítulo en la historia sindical. Es una epopeya que nos recuerda la capacidad de resistencia del pueblo, la importancia de la educación como pilar de la sociedad y el poder transformador de la movilización social cuando el hambre, en su sentido más amplio —el hambre de justicia, de dignidad y de un futuro mejor—, impulsa los pasos de aquellos que se niegan a ser olvidados. Su eco resuena aún hoy, recordándonos que los derechos no son dádivas, sino conquistas labradas con el sudor y la valentía de quienes se atreven a marchar.
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Testimonios
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HEROÍNA DEL MAGISTERIO COLOMBIANO. Isbelia Quinto de Fernández, fallecida 2 de diciembre 2024, en Santa Marta. Partícipe principal de La Marcha del Hambre |
Ver también:
- PEDRO SARMIENTO PÉREZ
- PROFESOR OJITO
- ZENAYDA ESLAVA DE AMASHTA
- MARÍA CRISTINA Y BERTILA FONTALVO
- COLEGIO SAGRADA FAMILIA
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