enero 16, 2022

SAN CARLOS DE LA FUNDACIÓN


Algunas poblaciones de finales del siglo XVI

RESEÑA HISTÓRICA

A finales del período colonial, lo que hoy se conoce como la Zona Bananera seguía dominada por los indígenas Chimilas, por lo que el virrey español ordenó una colonización del territorio con algunos irlandeses y franceses, que cumpliera al menos dos objetivos: reducir o “pacificar” a los chimilas y vincular al mercado regional esta zona estratégica ubicada entre Santa Marta y Valledupar, teniendo como objetivo surtir el mercado mayor de Cartagena.

Más adelante, en esta zona agrícola se inició un desarrollo capitalista desde mediados del siglo XIX, cuando en Colombia se puso fin al estanco del tabaco. En las décadas siguientes se produjo una pequeña bonanza de cultivo y exportación de tabaco, cacao y en menor medida caña de azúcar. La demanda internacional de banano impulsó su cultivo a nivel local, así como la llegada de empresas internacionales que invirtieron no solo en su cultivo para la exportación, sino también en la construcción del ferrocarril y modernización del puerto de Santa Marta. Este fenómeno económico generó no solo la llegada del capital internacional

Luego de la derrota definitiva de los indígenas Tayrona a principios del año 1600, las partes medias y altas de la Sierra Nevada de Santa Marta fueron abandonadas por los conquistadores y colonizadores españoles durante casi dos siglos. 

Durante el siglo XVIII, las autoridades coloniales decidieron retomar la colonización de la Sierra Nevada de Santa Marta, y su primer paso fue la evangelización de las comunidades indígenas allí establecidas. Esta labor fue encomendada a la comunidad religiosa de los Capuchinos, quienes fueron pieza fundamental en la refundación de pueblos en la Sierra Nevada y en la campaña “pacificadora” contra los indígenas chimilas.

También en la segunda mitad del siglo XVIII, el virreinato español ordenó establecer una colonia agrícola con irlandeses, a mitad de camino entre Santa Marta y el Valle de Upar, en territorio dominado por indígenas Chimilas, estos proyectos fundacionales cumplían propósitos militares, religiosos y económicos

Esta población sería bautizada como Nueva Fundación de San Carlos San Sebastián, y de forma abreviada fue conocida como San Carlos de la Fundación, luego La Fundación. 

El propósito de esta colonia además de contener a los Chimilas, fue ampliar la frontera agrícola para suministrar alimentos a las ciudades de Cartagena y, en menor medida a Santa Marta.

Pacificación Chimila

Hasta mediados del siglo XVIII fueron comunes las incursiones de los indígenas chimilas sobre las poblaciones y propiedades rurales cercanas a San Juan de la Ciénaga, Santa Marta y Valencia de Jesús. Los chimilas dominaban un amplio territorio que abarcaba la zona plana y anegadiza entre los ríos Magdalena, Cesar y Ariguaní, extendiéndose hasta los contrafuertes de la vertiente suroccidental de la Sierra Nevada. 

Estos aguerridos nativos incursionaban incluso en poblaciones cercanas a Ciénaga y Santa Marta como Riofrío y Durcino. A mediados del siglo XVIII el virreinato inició una “campaña de pacificación” en la que se articulaban tres componentes: el militar, el religioso y el económico, en torno a la refundación de pueblos.

Luego de fuertes campañas represivas contra los chimilas por parte de los militares coloniales, a partir de 1744 se inició el proceso de refundación de pueblos en la margen oriental del río Magdalena. Esta campaña estuvo inicialmente al mando del maestre de campo José Fernando de Mier y Guerra, en la que se congregaron o refundaron veintidós pueblos en un lapso de 26 años.


Las veintidós poblaciones fundadas o refundadas fueron: 

El Banco (1744), 
San Sebastián de Buenavista (1745), Tamalamequito (1746), 
Guamal (1747), 
Cascajal (1749)
Chimichagua (1749)
Chiriguaná (1749), 
Menchiquejo (1750)
San Ángel (1750)
San Zenón (1750)
San Fernando de Oriente (1750)
Santa Ana (1750)
Santa Bárbara de Pinto (1750)
Pijiño (1750)
Cerro de San Antonio (1750), 
Sitionuevo (1751), 
Plato, Heredia (1754), 
Salamina (1765), 
Guáimaro (1766), 
Remolino (1768) 
El Piñón (1770), 
San Carlos de la Fundación (1789). 



MISIÓN DE LOS CHIMILAS


En la Misión de los Chimilas, las fundaciones fueron organizadas por el “Pacificador de los Indios Chimilas”, don Agustín de la Sierra, quien contó con el apoyo de los misioneros capuchinos. En 1776 don Agustín fundó varios pueblos o sitios de doctrina como Garupal, el de mayor importancia, al norte de Valencia de Jesús; San José de las Pavas, San Miguel de Punta Gorda, Santa Martica, El Paso del Adelantado, San Antoñico, Concepción de Venero y San Luis de Guaquirí (Vinalesa, 1952, pp. 136-137; Luna, 1993, p. 134). 

Estas fundaciones sirvieron no solo para evangelizar a los chimilas, sino también como una forma de explotación de su mano de obra por parte de religiosos y terratenientes. Con estas incursiones militares sobre los chimilas y la fundación de pueblos, ubicados entre el río Magdalena y las sabanas del Diluvio, se despejaba y habilitaba una zona adecuada para la ganadería. 

También se ponía en funcionamiento el camino entre Valencia de Jesús y el río Magdalena, para comunicar al Valle de Upar con Cartagena. Esta última ciudad era el principal mercado para la carne procedente del Valle de Upar y poblaciones cercanas al río Magdalena (Sánchez, 2010 y 2012).

De los veintidós pueblos refundados por de Mier y Guerra, 19 estaban a orillas del río Magdalena y los otros tres entre el río Cesar y la ciénaga de Zapatosa. Eso quiere decir que no se fundó ningún pueblo entre San Juan de la Ciénaga y Pueblo Nuevo de Valencia de Jesús, pero en 1766 ya se tienen noticias sobre la apertura del camino entre Santa Marta y el Valle de Upar (Luna, 1993, p. 306). 

SAN CARLOS DE LA FUNDACIÓN

Las fundaciones impulsadas por don Agustín de la Sierra no tuvieron la importancia estratégica que se requería para controlar los ataques de los chimilas. Fue entonces cuando se planteó la necesidad de estructurar la Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián, más tarde conocida como San Carlos de la Fundación, cabeza de playa que permitió la pacificación del territorio chimila entre las poblaciones de la Ciénaga y Valencia de Jesús. 

Este asentamiento atrajo a los primeros terratenientes con sus ganados, así como a los agricultores para sembrar tabaco, cacao, café, plátano y otros productos, en las dos décadas finales del siglo XVIII.

En efecto, a finales del período colonial, el virrey Antonio Caballero y Góngora, quien además era el Arzobispo de Bogotá, encomendó para que contrataran a inmigrantes irlandeses en Filadelfia para colonizar el Darién, una región despoblada por españoles, con fuerte presencia de población indígena. La Real Hacienda se comprometió con los colonos irlandeses a costearles el viaje, así como darles animales domésticos, vivienda, alimentación por dos años y cincuenta pesos al desembarcar en Cartagena (Bermúdez, 2012, pp. 118-119).

Las condiciones ambientales adversas para los colonos europeos, la improvisación por parte de las autoridades coloniales, así como el aislamiento de centros urbanos importantes como Cartagena, Panamá o Santa Fe de Antioquia, llevaron la colonización al fracaso. 

Ante esta situación, los colonos enfermos fueron trasladados a Cartagena y una vez recuperados los ubicaron provisionalmente en las instalaciones del hospital de Caño de Oro (Cartagena), que estaba desocupado transitoriamente pero que había sido construido para albergar los enfermos de lepra de todo el Virreinato.

El Virrey comisionó al coronel Pascual Díaz Granados para dirigir una expedición colonizadora con los irlandeses hacia “la montaña” de la provincia de Santa Marta, en la vertiente occidental de la Sierra Nevada. En marzo de 1789 fueron traídos a la provincia de Santa Marta noventa y un (91) colonos, de los cuales cerca de setenta (70) eran extranjeros, en su mayoría irlandeses, ingleses y franceses. Los otros eran “reinosos” o criollos de la provincia del Socorro y unos pocos de Turbaco, población cercana a Cartagena.

El gobernador de Santa Marta don Ignacio de Astigárraga  comisionó al francés Pedro Cothinet para que escogiera el sitio del nuevo pueblo a orillas del río San Sebastián (hoy río Fundación), fue encargado para esta tarea en razón a que era un conocedor de la zona, poseía un predio “La Vega de San Pedro” desde 1786, ubicado en la desembocadura del arroyo Macondo sobre el río San Sebastián. En efecto Cothinet escogió un sitio a medio camino entre Santa Marta y el Valle de Upar, entre la Sierra Nevada y la Ciénaga Grande, a orillas del río San Sebastián, en el cruce con el camino de “San Andrés”. 

Don Pedro Cothinet fue nombrado más tarde por la Real Audiencia de Santa Fé como Juez Pedáneo de este nuevo poblado, luego fue promovido a Juez de Caminos para controlar el contrabando. Cothinet se había establecido en Santa Marta por superior permiso del Virrey Caballero y Góngora, quien un 9 de mayo de 1896 le concedió avecindarse en esa ciudad, comprar tierras, labrarlas, casarse. El gobernador del Magdalena don José de Astigárraga recomendaba a Cothinet con el nuevo Virrey José Manuel de Ezpeleta (1789-1797) con estas palabras: “en todo este tiempo he reconocido que es un sujeto de buena conducta, honrado proceder y de más que regular instrucción... agregándose a esto que es una persona de buenos modales y conocida prudencia; muy aficionado a la agricultura, y por lo tanto promete mucho adelantamiento en aquella reciente población”

Al poco tiempo de establecidos los colonos en San Carlos de la Fundación, éstos y Cothinet se enfrentaron con el escaso respaldo oficial al proyecto. En efecto, el nuevo virrey Ezpeleta ordenó suspender el apoyo a la colonia de San Carlos de la Fundación, pero por Real Orden llegada de Madrid se vio en la obligación de seguir asistiendo por seis meses a los pobladores, con media ración y entrega de animales, a partir de mayo de 1790.

Pese a lo anterior, la situación no mejoró del todo, ya que los pobladores ingleses e irlandeses le escribieron una carta al Virrey el 19 de junio de 1791, quejándose por el incumplimiento de lo pactado para venirse como colonos. En la carta expresaban que vivían en la miseria, que no tenían casas ni comida y no les habían entregado semilla de ningún tipo. Además de lo anterior, ante la situación de aislamiento en que vivían no podían practicar el comercio con las poblaciones cercanas. Santa Marta y el mar estaban a cuatro días de camino, por lo que plantearon al gobierno colonial la idea de volver navegable el río Fundación (Blanco, 1996, pp. 28-29).

Entre los apellidos ingleses e irlandeses de los primeros colonos extranjeros: Smith, Campbell, Mongomery, Guillen o Guillet, Creus, Dolphin, Collins, Newman, White (Joseph White castellanizó su nombre como José Blanco), Griffith, Sumers, Better, Adams, Brown, Bond, Echearin, Lumer, Miller, Bright, Leez o Lee, Tuberat, Rian, Folux, Ley, Trason, Whitnes, Winimbergen, Wits, Gezan, Deser, Dobbison, Galben, Escoces, Toben, Mequidonet, Canade, Blarquetin, Brun, Nanay, Caile, Iquei, Bubans, Gueneri, Urden, Dudan, Gordon y Medolment. 

También hubo colonos del Socorro de apellidos Arteaga, Montalbán, Muñoz, Gómez, Fandiño, Silva, Francisco, Rodríguez y Salinas. Estos eran “fundadores socorridos” o que recibían ayuda del virreinato. Además de los anteriores, también estaban los no socorridos como Pascual Díaz Granados, Pedro Cothinet y Hermenegildo de Robles. (Bermúdez, 2012, pp. 399 y 405).

Fueron entregados a los colonos 50 vacas, 4 toros, 150 cabras, 40 docenas de gallinas y 40 gallos, 40 puercas y 10 verracos (cerdos machos), dos canoas, 36 tornos para hilar y 40 juegos de agujas de plata. (Bermúdez, 2012, p. 126).
 
Muy seguramente García Márquez conoció la historia de los irlandeses en San Carlos de la Fundación y escuchó de labios de su abuelo las peripecias de sus antepasados para llegar a Aracataca y otras poblaciones de la Zona Bananera. En su novela Cien años de soledad, Gabo recrea una historia parecida:

José Arcadio Buendía… Sabía que hacia el oriente estaba la sierra impenetrable, y al otro lado de la sierra la antigua ciudad de Riohacha … Atravesaron la sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo… Al sur estaban los pantanos, cubiertos de una eterna nata vegetal, y el basto universo de la ciénaga grande (García Márquez, 2007, p. 19).

Sigue el autor informándonos que Macondo estaba en una región aislada, por lo que José Arcadio Buendía pensaba que “la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del norte”. Los fundadores de Macondo se dieron a la tarea de encontrar el camino hacia el mar, al cual llegaron luego de caminar una semana y cuatro días (García Márquez, 2007, p. 22). Por su parte, cuando Úrsula salió de Macondo detrás de los gitanos al saber que su hijo José Arcadio se había marchado con ellos, encontró la salida al mar a través de la ciénaga grande. Cuando regresó con otros comerciantes de la región, ellos “venían del otro lado de la ciénaga, a solo dos días de viaje, donde había pueblos que recibían el correo todos los meses y conocían las máquinas del bienestar (García Márquez, 2007, p. 48). Se supone que Úrsula se dirigió al occidente de Macondo, por uno de los ríos que desembocan en la ciénaga grande como el Fundación, el mismo que querían volver navegable los irlandeses y el francés Cothinet a finales del siglo XVIII. Realidad mezclada con ficción.

Abandono de los Irlandeses

Para mediados de 1792 habían abandonado la Nueva Fundación siete familias de colonos irlandeses, quienes migraron hacia Santa Marta, Valle de Upar, Cartagena y otras poblaciones cercanas. El censo de población de 1807 confirma que la migración había continuado: ese año San Carlos de la Fundación aparece con 95 habitantes, de los cuales ninguno era esclavo, todos eran libres, de los cuales 36 eran extranjeros (Bermúdez, 2012, pp. 408-409). Lo anterior indica que cerca de la mitad de los que habían llegado en 1789 ya no se encontraban en la población: algunos habían muerto y otros habían cambiado su lugar de residencia.

En las primeras décadas del siglo XIX las familias Creus y Smith se habían radicado en Santa Marta, los Guillet o Guillen en Valledupar, los Better en Cerro de San Antonio, mientras los Collins y Montgomery en Bogotá.

En estas décadas el aporte de los anglosajones en la provincia de Santa Marta continuaba presente tanto en la economía como en la guerra de Independencia. En efecto, en 1818 llegó a Venezuela el médico irlandés William P. Smith, quien se desempeñó como cirujano de la Legión Irlandesa durante los años de la Independencia, y luego en el Hospital de Santa Marta. El doctor Smith y sus descendientes, los Smith Díaz Granados, heredaron las tierras de Santa Rosa de Lima, ubicadas a orillas del río Fundación o San Sebastián.

El doctor Smith se casó con la dama samaria María Cecilia Díaz Granados Fernández de Castro, hija del samario Esteban Díaz Granados y la valduparense María Concepción Fernández de Castro; su nieta Isabel Smith Pumarejo se casó con el empresario Pedro A. López, quien había enviudado de Rosario Pumarejo Cotes, padres del ex presidente Alfonso López Pumarejo. Pedro e Isabel fueron padres de Santiago López Smith (Bermúdez, 2012, pp. 131-132).



BATALLA DEL RÍO FUNDACIÓN


La Batalla del río Fundación o El Codo fue un enfrentamiento militar librado en el contexto de la Independencia de Colombia el 30 de octubre de 1820, entre realistas (monárquicos) y patriotas (bolivaristas) con una victoria absoluta de estos últimos.

En la campaña por la independencia de España, se hacía necesario primero la liberación de Santa Marta. El General Simón Bolívar y el coronel Montilla dispusieron incursionar por el sur y el occidente de la provincia de Santa Marta con tropas formadas en su mayoría por militares extranjeros, como venezolanos, ingleses e irlandeses. 

Para mediados de 1820 Simón Bolívar llegó a Barranquilla y se reunió con el coronel Mariano Montilla y demás comandantes que operaban en la zona del bajo Magdalena, para instruirlos sobre sus prioridades para la liberación de las provincias del litoral: el primer objetivo era asegurar el control del río Magdalena; segundo, ocupar la ciudad de Santa Marta y su provincia; luego, bloquear la ciudad de Cartagena y, por último, lanzar la campaña contra Maracaibo.

La ofensiva final para tomarse Santa Marta, implicaba derrotar primero a los realistas apostados en las poblaciones de San Carlos de La Fundación, Pueblo Viejo y Ciénaga. El ataque contra Santa Marta debía ser por todos los frentes: los coroneles Lara y Carreño penetrarían a la provincia por el lado occidental, a la altura de Guaimaro, a orillas del río Magdalena. El coronel Carmona lo haría por el sur, por Tamalameque y Chimichagua. Los coroneles Córdova y Maza por el río Magdalena, luego de la liberación de Magangué y Mompox. El almirante Brión bloquearía la bahía de Santa Marta y el coronel Padilla ocuparía Ciénaga.

El coronel Carreño asumió el mando sobre el Ejército Libertador del Magdalena y con su tropa cruzó el río Magdalena, mientras el coronel Padilla se internó en la provincia por los caños de la Ciénaga. El brigadier español Sánchez Lima fue al encuentro de las fuerzas patriotas. 

Antecedentes

El 29 de marzo de 1820 el coronel Mariano Montilla ocupaba Valledupar, pero las guerrillas aislaron a su columna en la ciudad.​ Se esperaban refuerzos, pero la mayoría de los soldados habían sido enviados a Pasto y sólo se envió un pequeño contingente al mando del coronel Francisco Carmona Lara, quien llegó el 10 de marzo a Ocaña sin ayudar en nada a Montilla. 

También, el 20 de marzo, salió de Bucaramanga el coronel Jacinto Lara con 1.000 soldados de los batallones Rifles, Pamplona y Flanqueadores bajo la promesa de tomar Santa Marta y Maracaibo. El 17 de abril, bajo constante acoso de las guerrillas de Miguel Gómez, Montilla ordena la retirada a Riohacha.​

El 11 de junio Montilla tomaba Sabanilla con apenas 150 grancolombianos y 60 mercenarios irlandeses e ingleses. El 16 de junio Carmona se aproximaba a Valledupar, cinco días después se unía con Lara en sabana Tamalameque. 

El 24 de junio, Carmona y 1.500 soldados atacaban en Chiriguaná al coronel realista Vicente Sánchez de Lima y 1.200 realistas, mientras que tres días antes el coronel patriota Hermógenes Maza con 50 republicanos tomaba El Banco al oficial Vicente Villa y 250 defensores.

El 30 de junio Montilla y 130 efectivos vencían al coronel Esteban Díaz y 200 monárquicos en Sitio Nuevo. 

El 12 de julio, Montilla ocupaba Barranquilla y era recibido con entusiasmo por la población mientras mantenía comunicación constante con Maza y el coronel José María Córdova. Entre tanto, el gobernador de Santa Marta, brigadier Pedro Ruiz de Porras, había reunido todos los destacamentos que pudo y fortificó su villa y alrededores con ayuda del teniente coronel catalán Francisco de Labarcés y Perea y los locales, luego le ordenó a Sánchez de Lima tomar la iniciativa contra Lara. Su plan era atraer al oficial republicano a Ciénaga mientras Labarcés avanzaba por el río Frío y cortaba su retirada, luego aniquilarlo.​

El 1 de septiembre llegaron a Santa Marta la corbeta española Ceres desde La Habana y desembarcó 250 quintales de harina. La escuadra del almirante Luis Brión, que imponía un bloqueo naval a la bahía, se retiró al sentirse incapaz de enfrentarla. Esto le dio nuevos ánimos a los samarios, aunque el gobernador Ruiz de Porras decidió dejar salir de la ciudad a todo el que quisiera y permitió a los patriotas locales reunirse con sus familias. Luego la Ceres partió con la misión de traer más víveres. Poco después, llegaron desde Puerto Cabello las corbetas Diana y Descubierta, la goleta de guerra Morillo y un bergantín mercante con más provisiones. También traían 250 soldados de línea enviados por Pablo Morillo a las órdenes del teniente coronel Antonio Barcárcel. Los recién llegados persiguieron a la flotilla de Brión hasta su refugio en Sabanilla, pero no se atrevieron a atacar debido a las baterías ubicadas en la costa.

Fuerzas enfrentadas

Según una carta de Bolívar a Montilla, fechada en Ocaña el 13 de septiembre de 1820, se debía dar a Lara el mando de 1.600 infantes y 100 jinetes para que conquistara Santa Marta. Sin embargo, la mayoría asume que sólo tenía 1.300 en el combate, incluyendo autores como José Manuel Restrepo y Vicente Lecuna. La estimación más baja es de 600.

En cuanto a los monárquicos, los números van de 300 a 1.500 soldados, pero la mayoría hablan de 500 a 600.

Combate

El 20 de octubre, Sánchez de Lima atacó en Guaimaro, a orillas del río Magdalena, a Lara, quien esperaba órdenes de cruzar el curso de agua. El coronel patriota fue vencido y debió ser sustituido por José María Carreño, un oficial más agresivo y con más experiencia militar. 

Las tropas patriotas tomaron la ofensiva y empezaron a seguir a sus rivales, que estaban en retirada. Los monárquicos intentaron detenerlos con una columna de infantería en el paso Cotiné pero fue inútil y se refugiaron en San Carlos de la Fundación. Sánchez de Lima le dejó la ruta abierta a Santa Marta a sus rivales con la intención que intentaran llegar a la ciudad y aprovechar de atacarlos por detrás, sin embargo, los republicanos no cayeron en la trampa y avanzaron contra él.

El 30 de octubre, después de varias escaramuzas, Carreño se enfrenta a Sánchez de Lima en San Carlos de la Fundación. El oficial realista había dispuesto una línea defensiva detrás del río Fundación y durante una hora Carreño atacó sin éxito sus posiciones. Clave para la prolongada resistencia realista fueron unos muros de piedras que había cerca de la población y que usaron como parapetos para protegerse de la embestida. Al final, ocho llaneros a caballos lograron vadear las posiciones, las flanquearon por la derecha y forzaron a los defensores a retirarse con muchas bajas.

Los monárquicos se refugiaron en la altura de El Codo, a una legua del río, donde intentaron nuevamente resistir pero la segunda compañía del batallón Rifles y alguna caballería los tomaron por asalto rápidamente. Los vencedores no tomaron prisioneros en el combate la guerra era a muerte  siguiendo las tácticas adoptadas por los independistas.

Al mismo tiempo, el día 21, el capitán de navío José Prudencio Padilla ocupaba la Ciénaga Grande de Santa Marta y Brión volvió a bloquear la bahía de Santa Marta.​ Lo que hizo Padilla fue bajar por el Magdalena con fuerzas sutiles y salir al mar por el caño Cuatro Bocas, penetrando en la rada de Ciénaga y uniéndose a las tropas terrestres para preparar el asalto final contra Ciénaga.

Consecuencias

Los monárquicos sobrevivientes huyen a Ciénaga para evitar quedarse aislados de Santa Marta.​ Sánchez de Lima escapó con unos pocos compañeros a Valledupar​ y luego a Maracaibo, siempre seguido por el teniente coronel Balcárcel y 15 soldados, aunque se envió a un piquete de caballería en su persecución, el coronel Sánchez de Lima logró escapar pero 
Balcárcel fue alcanzado en un monte cercano y muerto; otros 150 realistas fueron capturados.

El 8 o 9 de noviembre, Carreño con 700 soldados​ decidió acabar con Labarcés y sus 200 a 500​ seguidores. Lo distrajo con un ataque de sus cazadores mientras cruzaba el río con el grueso de sus hombres más arriba. Al darse cuenta, el teniente coronel se retiró a Pueblo Viejo.​ En ambos combates y la persecución, los monárquicos sufrieron 38 muertos, 60 heridos y 122 heridos según el historiador Vicente Lecuna.​ Poco después se daba la batalla decisiva en Ciénaga.

Ese 30 de octubre de 1820 el Cuerpo de Lanceros de la Legión Irlandesa penetró por el río Fundación y llegó a San Carlos de Fundación, encontraron que los residentes extranjeros se refugiaron en las afueras de la población mientras duró el combate. Tanto el coronel venezolano José María Carreño como el coronel irlandés Francisco Burdett O’Connor pasaron la noche en una de las casas principales del pueblo, ubicada en la plaza. Allí observaron con sorpresa que los propietarios tenían una pequeña biblioteca con libros en inglés. La casa era de los Collins, una de las familias anglosajonas que se habían asentado en esta zona tres décadas atrás por orden del Rey Carlos III (Burdett O’Connor, 1915, pp. 49-50).

Luego de algunos días de descanso para atender a los heridos, Carreño y su tropa avanzaron hasta Río frío, donde los patriotas de nuevo vencieron a los realistas el 9 de noviembre.

Carreño había acordado con Padilla atacar conjuntamente la población de Ciénaga el 10 de noviembre: de un lado Padilla empezó el ataque con sus buques menores, ocupó las baterías de La Barra y Puebloviejo, y envió una escuadrilla al mando del capitán Chitty para continuar el bloqueo de la bahía de Santa Marta, donde se encontraba el almirante Brión. 

La toma de Santa Marta por parte de los independentistas fue planeada por tierra, mar y el gran complejo lagunar de la Ciénaga Grande. El control del Distrito Parroquial de San Juan Bautista de la Ciénaga era militarmente estratégico: constituía una especie de “barrera” o de “puerta de entrada” para poder llegar a la capital de la Provincia de Santa Marta. Por tal razón, el gobierno samario, bajo el control de los españoles, estableció en sus agrestes y cenagosas tierras las baterías militares que consideraba necesarias: así fue en los Playones de Aguacoca, Puerto Cañón, Fuerte Cachimbero y en la Boca de La Barra.

Sin embargo, al final la superioridad de las fuerzas republicanas dio al traste con la resistencia realista. Carreño también avanzó y los combates más feroces ocurrieron en “Mundo Nuevo”, cerca del cementerio de Ciénaga, el 10 de noviembre de 1820. En menos de una hora y media fueron aniquilados cientos de indígenas del pueblo de indígena de San Juan Bautista de la Ciénaga, quienes habían sido improvisados como combatientes al servicio del régimen español.

Esta fue una de las contiendas más sangrientas de la Independencia de la Gran Colombia, al dejar en el campo de batalla cerca de 700 muertos y 450 heridos, la mayoría indígenas que luchaban del lado realista. Si se mide por el número de bajas, la Batalla de Ciénaga fue la segunda más cruenta de América, se ubica después de la de Ayacucho, y por encima del Pantano de Vargas, Carabobo, Junín, Bomboná y Boyacá.

Ante la derrota de los realistas en Ciénaga, el gobernador de Santa Marta envió unos emisarios al coronel Carreño, para acordar su retirada. Carreño aceptó que las tropas realistas evacuaran la ciudad con destino a Cuba, siempre y cuando dejaran sus armas y pertrechos. 

El 11 de noviembre de 1820 entraron victoriosas a Santa Marta las tropas libertadoras. En esta ocasión, ni los catalanes de Santa Marta, ni los indígenas de Mamatoco opusieron resistencia.

En síntesis, esta fue una de las batallas más sangrientas y decisivas de la Independencia Colombiana, y al mismo tiempo una de las menos estudiadas. 


Colonización de San Carlos en el S. XIX

Luego de la Independencia, se presentó un flujo comercial destacado en torno a la zona agrícola de San Carlos de la Fundación. En 1831 llegó el ciudadano irlandés George Campbell con su familia y esclavos. Campbell compró un globo de terreno de 420 fanegadas llamado “El Astillero”, a cinco kilómetros aguas arriba del río Fundación, donde sembró caña de azúcar, café y cacao. 

También se destaca el establecimiento de los pueblos chimilas de Ariguaní y Tucurinca por el gobernador Juan Antonio Gómez entre 1834 y 1836, a orillas de los ríos del mismo nombre y a la altura del cruce del camino Ciénaga al Valle de Upar. 

Así mismo, el intercambio y las conexiones familiares entre Valencia de Jesús y San Carlos de la Fundación se incrementaron a partir de 1836, con la apertura del correo entre Santa Marta y el Valle de Upar a través del “camino de la montaña” (Bermúdez, 2012, pp. 134, 136, 276 y 277). 

Esta zona agrícola del Magdalena se abrió al mercado a mediados del siglo XIX, cuando se empezaron a implementar las políticas liberales en Colombia. 

Como ya quedó dicho en la primera parte, en 1850 el empresario Joaquín de Mier trajo cerca de cincuenta colonos genoveses para vincularlos como trabajadores de Minca, su hacienda cafetera en la Sierra Nevada. Luego de algunos meses la mayoría de genoveses abandonaron Minca y se marcharon a colonizar tierras en San Carlos de La Fundación. Uno de esos genoveses fue Archile Sírtore, quien se estableció en la quebrada Orihueca, empezó el poblamiento en esta zona y se dedicó al cultivo del cacao (Registro del Magdalena, 1888). 

Por su parte, los genoveses Blas Pezzotti y Francisco Gionuzzi, luego de pasar por Minca, se radicaron inicialmente en Puebloviejo y después en Riofrío, cuando empezaba la bonanza bananera (Bermúdez, 2012, p. 141).

LOCALIZACIÓN

Mapa de 1911
(La Envidia es hoy Fundación)

En la parte baja de la Sierra Nevada de Santa Marta y a tres kilómetros del corregimiento de Buenos Aires, existió una población que se llamó La Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián, la cual fue conocida abreviadamente como San Carlos de la Fundación, y años más tarde La Fundación.

El 25 de Marzo de 1789, el Comandante de Milicias disciplinadas de la provincia de Santa Marta, coronel don Pascual Vicente Díaz Granados y Pérez Ruiz, condujo a la orilla del río San Sebastián, por orden del Virrey Francisco Gil y Lemos, a noventa y un inmigrantes franceses e irlandeses que se encontraban convalecientes en Caño de Loro, Cartagena de Indias, y a Treinta y ocho pobladores neogranadinos que provenían del Socorro (hoy Departamento de Santander), y de Santa Catalina de Turbaco (hoy Departamento de Bolívar), y le dio el nombre: La Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián.

Esta población estuvo ubicada en lo que hoy es la Hacienda “Bocatoma”, que por muchos años perteneció a don Simón Solano Dávila, en la vía que del hoy corregimiento de Buenos Aires conduce al hoy corregimiento de Río Piedras, vía abierta en 1920 por Juancito Ujueta.

El nombre con el que fue bautizada esta fundación se escogió en honor al Rey Carlos III de España, padre del monarca de ese momento el también Carlos IV, y San Sebastián en honor al río que la bañaba, el cual había tomado su nombre de la población San Sebastián de taironaca, luego refundada en 1751 con el nombre de San Sebastián de Rábano, hoy Nabusimake. El término “nueva fundación” hace referencia a que era la segunda, o nueva colonia sobre el río San Sebastián.

El poblado

Diseño de las fundaciones
según las leyes de las Indias

En el informe de la evaluación topográfica, económica y política para la posibilidad de establecer dos poblaciones en el intermedio del camino abierto del Pueblo de San Juan de la Ciénega (hoy Ciénaga) y La Nueva Valencia del Dulce Nombre de Jesús, rendido por Don Manuel Campuzano al Virrey Messía de la Zerda, se estableció claramente que en el cruce del camino con los ríos Ariguaní y San Sebastián “... sobran en dichos terrenos los materiales necesarios para casas, y arboledas para leña...”.       
              
   Era clara la necesidad de la existencia de agua, leña y materiales para construir las viviendas de los pobladores, en un proyecto de conformación de un asentamiento humano, en época de la Colonia.

   Las primeras viviendas que los españoles establecieron para el primer grupo colonizador en esta población fueron precarias; lo importante del momento era levantar un refugio para liberarse del mosquito y del jején, abundantes en el piedemonte de la Sierra Nevada. Los materiales usados fueron la caña del bambú (Bambusa latifolia), la cañabrava (Arundo donax), el bejuco de catabre y el barro, para construir las paredes de bahareque, anclados en soportes consistentes, ramas de árboles, que sostuviesen la pesada armazón vertical de la pared levantada. 

El techo fue construido con hojas de palma amarga (Sabal mavritiiformis) imbricadas, y sostenido por una armazón de varas. Con las casas de los pobladores fundadores de La Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián, se levantaron la Iglesia y la Casa del Cura.  La Leyes de Indias exigían que la conformación urbana girase alrededor de la Plaza, repartiendo calles y solares a cordel y regla, y sacando las calles a los caminos principales, previendo que aún con gran crecimiento, se pudiese proseguir en igual forma.  

La Iglesia, casas del cura y del militar encargado de la dirección del poblamiento fueron ubicadas en derredor de la Plaza. Esto lo confirma la declaración del Coronel de Milicias Don Pascual Díaz Granados ante la Junta de Real Hacienda de Santa Marta, el 26 de Enero de 1790: “Que a la fecha tienen sus casas acabadas en buena disposición con su Iglesia y correspondiente Plaza”.  Uno de los primeros misioneros fue el Fraile José Antonio Callejas.

   Estas primeras construcciones fueron bastante débiles y no soportaron las crecientes periódicas del río San Sebastián y el riguroso paso del tiempo. En la solicitud de los pobladores irlandeses en San Carlos de La Fundación al Virrey, sobre sus necesidades sentidas, el 30 de Junio de 1791, manifiestan: “Que no tienen más casas que unos ranchos con solo el techo, que se están cayendo continuamente… Que la Población está en tal situación, que cuando llueve se aniega tanto la Iglesia como las casas, hasta dos pies de agua.”

Igualmente el Ilustrísimo Señor Gobernador del Obispado de Santa Marta, Don Domingo José Díaz Granados, solicitó al Virrey Don Antonio Amar y Borbón, en fecha 4 de Julio de 1807, la reanudación del pago por parte de las Cajas Reales, al Cura, de la congrua y la oblata, y mostró el estado de la población: “Oficiales Reales suspendieron el sueldo, que de Cajas, se contribuía al Sacerdote destinado allí para la administración de Sacramentos de sus Colonos. Con este motivo, se ve muy destruida en términos que compadece”. 

   El General de División, Don Francisco Burdett O'Connor, miembro de la Legión Irlandesa, en sus Memorias, nos consignó el avance en el estado de la vivienda, en 1821: “... llegó la división de operaciones a San Carlos de la  Fundación, punto ocupado por los españoles, y del cual nos posesionamos después de una hora de combate, defendiéndose el enemigo, como último recurso, detrás de las paredes de piedra en las inmediaciones de la población”.     
 
   La construcción española en piedra fue utilizada como defensa militar, en los puertos marítimos y algunos fluviales, o como base para levantar sobre ella alguna estructura débil o no resistente; en nuestro caso, la paredes de bahareque de las casas del poblado no resistían las arremetidas de las aguas invernales del río San Sebastián, y quedaban en canillas;  hubo la necesidad de construir el soporte de las viviendas en piedra, para levantar las paredes de bahareque por encima del nivel de las aguas.        

   El viajero inglés Charles Empson, en su viaje por los Caños de la Ciénega Grande, en 1836, nos legó una descripción y un grabado de la vivienda en la región, levantada en madera sobre los niveles máximos de las aguas, conocida como tambo; ya el corredor era parte de la casa; y no propiamente el típico corredor español, sino uno en la parte frontal de la vivienda. Esta era fabricada con pedazos de caña de bambú aplanados y techada con hojas de palma, con cielo raso de cañas lisas. En su totalidad el trabajo está realizado con bejucos, material tenaz y duradero, sustituto del cordel.  Costumbre que existió durante toda la primera mitad del Siglo XX y que aún permanece en corregimientos y caseríos de Aracataca y Fundación. También existió la vivienda con paredes de cañabrava y techo de palma.

Viviendas sobre tambos
Grabado de 1836


   Este tipo de viviendas sobre "tambos" de San Carlos de La Fundación, fue implementada en otras poblaciones de la zona. Los tambos de Tucurinca aparecieron a partir de 1836, cuando el Gobernador Juan Antonio Gómez, desde San Carlos de la Fundación, en visita a la Provincia, comunicó al Jefe Político del Cantón de la Ciénega, el nombramiento del ciudadano Clemente Mendoza, comisionado para “abrir el campo para la población y sujetar los indígenas en aquél lugar sin permitir que se dispersen a los montes”. 

  Desde 1857 refugiados de las guerras civiles habían establecido sus campamentos en parcelas de “Cangrejal”, en la finca “Santa Rosa de Aracataca”, de propiedad del garibaldino Don Giácomo Costa Colón. El río Aracataca era el eje de la economía, por el transporte de maderas hacia las Trojas de Cataca y luego hacia Pueblo Viejo, al aserradero de vapor del alemán Charles Hauer Simmonds, en 1872.  Los tambos en el puerto sobre el río Aracataca fueron construidos en grandes solares rodeados de montaña virgen, a semejanza de los viejos tambos implantados por el Gobierno para viviendas de los remeros que hacían la travesía de los viajeros en los ríos existentes en el camino de San Juan de la Ciénaga- San Carlos de La Fundación- Valencia de Jesús.

   Para 1875, en los palafitos de Bocas de Aracataca, sus habitantes clavaban grandes estacas de mangle (Rhizhophora mangle) en el fondo de la Ciénaga, que sobresaliesen algo menos de dos varas de la superficie del agua, lo suficiente para superar los niveles máximos de las mareas, todas con una horqueta en la extremidad superior para apoyar traviesas de madera consistente, soporte del piso. Sobre esta armazón edificaban casas sólidas y duraderas con techos de palma y dimensión aproximada de 5 x 8 metros cuadrados, prolongando la troja unos 20 metros, creando un espacio adecuado para secar el pescado producto del trabajo diario. La comunicación entre viviendas y con pueblos palafíticos y continentales la realizaban con bongos y canoas construidas en San Sebastián del Bongo, Cataca, Cataquita o San Carlos de La Fundación.  

Los poblados lacustres tenían la doble función de la pesca y el acopio de maderas taladas en la montaña y transportadas por los ríos, para luego ser movilizadas por la Ciénaga Grande a la aserraduría de Pueblo Viejo y a los centros de consumo.  Además, permitían agrupar a los trabajadores en sitios de abundante pesca y retirados de terrenos altos. Estos centros poblados levantados en la Ciénaga Grande fueron llamados inicialmente trojes. “El bohío (troja) tiene sus divisiones de habitación, depósito y tienda. El patio es la prolongación descubierta, y en todo él se ven hacinados  los peones, perros, gatos, gallinas, y cuanto quiere tener allí el dueño”. 
    
   La propiedad del suelo en las cabeceras urbanas de Aracataca y San Carlos de La Fundación, iniciando el Siglo XX, tuvo el denominador común en la pequeña parcela de cada poblador como colono de buena fe; en el caso de Aracataca sólo se tuvo inicialmente la “Calle Caldas”, con un trazado irregular.  Y en San Carlos de La Fundación la vía central fue el antiguo camino al Valle Dupar. En ambos pueblos predominó el cultivo del tabaco a fines del Siglo XIX e inicios del XX, con parcela y caney.

   La invasión de emigrantes a Aracataca por efecto de la llegada del Ferrocarril y la expansión del cultivo del banano impulsó la construcción y la compra-venta de solares y viviendas. Lo opuesto ocurrió en San Carlos de La Fundación, a la que el Ferrocarril le dio el jaque-mate, debido a que por la orografía del terreno este medio de transporte no pudo llegar a esta población, sus moradores en buena parte se establecieron Aracataca y unos pocos en el Terminal Férreo de Buenos Aires, en el sitio donde estableció la finca “Buenos Aires” el Señor Don Alberto Barbosa, en 1888. En esta finca inicialmente se levantó un campamento de trabajadores de las obras del ferrocarril, luego fue un sitio de comercio, la primera plaza de Buenos Aires contigua al hoy puesto de salud, fue el sitio donde prosperó la construcción; con la creación de la Colonia Agrícola y Penal del Magdalena, se diseñó el Plan de Ordenamiento Urbano y se adjudicaron los lotes a sus moradores. (Bermúdez, Aramis)

Ver también: Fundaciones coloniales

Economía

El cultivo del café ha estado presente en el Caribe neogranadino desde mediados del siglo XVIII. A menudo se sostiene que los cultivos comerciales de café se iniciaron en la provincia de Cúcuta hacia 1808, pero la evidencia muestra que en San Carlos de la Fundación y Minca, en la Sierra Nevada, se cultivó café desde finales del siglo XVIII. En 1778 el gobernador Antonio de Narváez y La Torre hizo recomendaciones para su cultivo en la provincia de Santa Marta.

Uno de los primeros agricultores que sembró café en la Sierra fue el francés Pedro Cothinet, quien en 1793 informaba al gobernador de Santa Marta sobre sus proyectos de cultivos de café y cacao, que con la apertura del río Fundación “han excitado tal emulación entre los vecinos que empiezan a pleitear y codiciar las tierras”.

La apertura del camino entre San Juan de la Ciénega a Nueva Valencia del Dulce Nombre de Jesús, obedeció a intereses de tipo económico para las ciudades de Santa Marta y Cartagena de Indias: Por una parte el aislamiento comercial de Santa Marta, y por otra los frecuentes sitios a que era sometida Cartagena, exigían la necesidad de una despensa interior agrícola y pecuaria, que sostuviese las capitales en tiempos de paz y sobre todo, en tiempos de conflictos con potencias extranjeras. 

La nueva vía permitía el fácil transporte de los ganados del Cantón del Valle de Upar a la capital de la Provincia, y la variante San Carlos de la Fundación - San Fernando de Pivijay - La Purísima Concepción de Remolino, aseguraba el flujo agropecuario desde el interior hacia Cartagena en tiempos de sitio o guerra, con mayor rapidez que la ruta Camperucho a Plato.  
 
   El 12 de Mayo de 1790, la Real Audiencia de Santafé aprobó la Resolución tomada por la Junta de Real Hacienda de Santa Marta de fecha 27 de Enero de 1790 sobre auxilios a los pobladores fundadores de La Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián; previamente fue recibida de Madrid la Real Orden del 14 de Septiembre de 1789,  basada en Carta del Gobernador Don José Ignacio de Astigárraga al Rey, de fecha 4 de Mayo de 1789. El Virrey Don Josef de Ezpeleta Galeano comunicó a Santa Marta el 19 de Mayo de 1790: “...accediendo también a que se les den las cabezas de animales a los pobladores que se les ofrecieron, con tal que no haya de exceder su costo a mil pesos...”.  

Con esta decisión del Rey, se inicia la vocación ganadera en la región con el ganado cimarrón que llegó de las haciendas del río Frío y de las sabanas de Valencia de Jesús, y con la compra y conducción desde Nueva Valencia de Jesús de cincuenta vacas paridas con sus terneras, cuatro toros de tres años, ciento cuarenta cabritonas y diez cabritones, compra hecha por Don Joseph Francisco Díaz Granados con dineros de la Real Hacienda y conducción realizada en varias jornadas por sus peones. 

   Con la limpieza del río San Sebastián (hoy Fundación), realizada por Don Pedro Cothenet, las aguas tomaron cauce y desaparecieron muchos desparramaderos, emergiendo nuevas tierras donde antes hubo anegadizos, con pastos naturales, propios y adecuados para la cría y engorde de animales. La invasión de los gamonales samarios a los nuevos pastizales fue inmediata, como lo muestra la queja del Juez Pedáneo de La Nueva Fundación de San Carlos: “Varios han venido a participarme que entre poco tiempo debía Don Pascual Vicente Díaz Granados traer 400 novillos para engordar; me aseguran que el atrevimiento de los  esclavos ha ido hasta picar las talanqueras que no podían tumbar sus ganados. Imploro la Justicia de Vuestra Señoría en este asunto y le suplico mandarme lo que he de hacer en tal caso.”  

   La nueva vía Valle de Upar - Valencia de Jesús - Ciénaga, el establecimiento de ganaderías y corrales para ganados en San Carlos de La Fundación, las invasiones con ganados de los gamonales samarios, además del camino abierto por el Doctor Don José Simeón Munive y Mozo desde Corralito hacia Medialuna y Pivijay,  reforzaron el espíritu y la disposición hacia una vocación ganadera en algunos pobladores del sitio recientemente fundado. 

En el Siglo XIX se establecieron las haciendas ganaderas, con esclavos, de Don Roberto Mongomery en la hacienda Don Roberto, del Doctor Don Guillermo Poter Smith en la hacienda Santa Rosa de Lima, de Don Pedro Cothenet y su esposa Doña María de Jesús Christian (Don Pedro Cothenet murió en la quebrada de Latal en 1816, dejando la Vega de San Pedro), y de Don George Campbell Camero con la hacienda Astillero, a partir de 1834; sin esclavos, las de Don Ignacio Moya y de Doña Teresa de Rojas. A 31 de Agosto de 1846, el número y valor de los animales de ganadería en San Carlos de La Fundación eran: 

ANIMALESCANTIDADVR. UNITARIOTOTAL
Bueyes2816
Burros208160
Cerdos2002400
Caballos y Yeguas2020400
Mulos33090
Toros y Vacas10001010000

Las familias llegadas de Valencia de Jesús y establecidas en San Carlos de La Fundación aumentaron el potencial ganadero; se iniciaron los largos viajes de ganados al Valle de Upar y al Río de la Hacha, con finalidad de envío terrestre a Maracaibo y Coro, y por transporte marítimo a La Habana.  El italiano Don Giacomo Costa Colón estableció la hacienda agropecuaria “Santa Rosa de Aracataca”, en Cangrejal, por compra a varios colonos establecidos desde 1840.  Manuel José Silva salió de Pivijay a colonizar la región del arroyo Caraballo en 1850;  y Antonio Silva fundó su ganadería en San Sebastián del Bongo en 1859.  La Aduana de Barranquilla concedió permiso para embarcar ganados en Remolino,  en 1882, originando un flujo ganadero de Aracataca, San Carlos de La Fundación y Pivijay al río Magdalena. 

   Las cercas de contención eran talanqueras de madera. Aún no existía el alambre de púas y los ganados se perdían en los bosques tropicales de “la montaña”. Ello posibilitó la cimarronada y elevadas tasas de reproducción en los bovinos, sin la intervención de dueño alguno. “Las crías y procrías crecen y se desarrollan y con el tiempo vienen a formar grandes partidas de ganado bravío, sin hierro ni señal alguna que indiquen de quien son”.  De tal suerte que a inicios del siglo XX, cuando el alambre púa dividió las haciendas y limitó la movilidad de los vacunos, se suscitaron líos entre vecinos por ganados sin herrar encontrados en “la montaña”.  

También en San Carlos de la Fundación se explotó el corte de maderas, limitado a la orilla del río, que era el motor del transporte, por donde bajaban en balsa los arboles talados hasta los Caños de la Ciénega Grande donde todo el tráfico fluvial del río Magdalena y el marítimo procedente de Santa Marta convergían en la intrincada maraña de pasadizos acuáticos.

También existió una agricultura de pancoger, aunque esta no fue una actividad económica aglutinante de masas. 

A fines del Siglo XIX e inicios del XX predominó en el cultivo del tabaco, en parcelas y con caney.

DECADENCIA

la Independencia de la monarquía española generó expectativas económicas en la nueva dirigencia política colombiana, que sólo empezarían a concretarse tres décadas más tarde. Las reformas liberales de mediados del siglo XIX, dinamizaron el mercado nacional a partir de la manumisión de los esclavos, el fin del estanco del tabaco, la desamortización de bienes de manos muertas y el impulso a las exportaciones de bienes primarios. Estas nuevas relaciones comerciales con las economías más desarrolladas de Europa y Norteamérica, permitieron vincular nuevas tierras para la producción de bienes primarios de exportación y por tanto contar con mayor población para vincularla a las actividades económicas.

Aparejado a estas nuevas dinámicas, fue ganando fuerza el proyecto de crear empresas de inmigración y colonización en todo el país, para lo cual se legisló ampliamente durante casi todo el siglo XIX. Como en toda América Latina, este proyecto consistía en atraer inmigrantes europeos. Pero estas empresas tropezaron con múltiples inconvenientes como la pobreza fiscal en los diferentes niveles de gobierno y las guerras recurrentes.

Como quedó dicho, no se quería cualquier clase de inmigrante: este debía ser europeo, blanco y católico, de acuerdo con la visión de la elite conservadora que gobernó a Colombia por medio siglo, entre 1880 y 1930. El proyecto colombiano de atraer una migración europea blanca no fue diferente al de otras excolonias. En Argentina, Uruguay o Cuba, la población se reclutaba con el ofrecimiento de condiciones económicas excepcionales, como entrega de tierras, herramientas o créditos para iniciar un negocio. Pero mientras en Norteamérica o países del Cono Sur se reclutaban explícitamente artesanos europeos, para el caso colombiano, o no se hacía explícito el oficio requerido o se buscaban agricultores. Por su oficio, los artesanos migrantes eran mejor asimilados en las ciudades, en donde su trabajo se valoraba y no en el campo como recolectores o jornaleros.

Aunque la legislación estableciera el derecho a la propiedad privada entre los inmigrantes, la inseguridad jurídica del país productos de las guerras civiles y los levantamientos armados, llevó a la expropiación, o al simple robo, con el eufemismo de “cuota voluntaria” para la guerra. Este problema lo sufrieron tanto nacionales como extranjeros.

Por lo general, para incentivar la migración a los nuevos países americanos, se hacían anuncios en puertos europeos o ciudades con mucha dinámica comercial. Allí se podía encontrar un artesano (un maestro herrero o un técnico dental), pero muy difícilmente se podía reclutar un campesino. Para irse a trabajar en la agricultura, los colonos o migrantes podían exigir titularización de tierras o estímulos tributarios. Por el contrario, si se pretendía reclutar trabajadores que serían pagados con fichas, es natural que se fracasara en el intento o que vinieran personas de muy bajo nivel de conocimiento del oficio requerido. En otras palabras, no fue realista tratar de atraer a la población europea para que trabajara en fincas o colonias con un sistema de pagos tan pre-capitalista como el de fichas. Para la época, el trabajo asalariado ya estaba en auge en los países más desarrollados.

Otro de los problemas fue que Colombia nunca tuvo un producto líder de exportación que requiriera abundante mano de obra proveniente del extranjero. El producto que transformó la economía colombiana a partir de la segunda mitad del siglo XIX fue el café, producido en su gran mayoría por agricultores y campesinos colombianos. Pero tanto o más importante que lo anterior, fue la falta de una empresa o de un gobierno que entendiera la lógica capitalista que en toda Europa ya estaba bien establecida: propiedad privada, tributación por derechos y trabajo asalariado.

La Sierra Nevada de Santa Marta no fue ajena a la expansión cafetera nacional, lo que generó una colonización moderada a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Lo cierto es que la colonización e inmigración planificada de la Sierra fue un fracaso, hecho que se explica por el desconocimiento de la topografía y las condiciones ambientales por parte de los colonos; la proliferación de mosquitos en las zonas bajas de la Sierra Nevada, generándose enfermedades tropicales. Como complemento de lo anterior, muchos de los colonos no tenían la condición de campesinos en su terruño, lo que dificultó aún más la adaptación al territorio colombiano.

La colonización que sí prosperó en la Sierra Nevada fue la emprendida por empresas particulares o por familias con vocación empresarial, que se enfocaron en desarrollar un solo negocio alrededor de una unidad productiva. De allí se pueden destacar las haciendas cafeteras organizadas en las cercanías de Santa Marta, Valledupar y Villanueva.

Durante todo el siglo XIX siempre hubo un interés por parte de los empresarios nacionales o extranjeros, políticos regionales y terratenientes tradicionales por las adjudicaciones de terrenos baldíos, tanto en la Sierra Nevada para sembrar café y en menor medida cacao, así como en la zona agrícola de Ciénaga. En la Zona Bananera la abolición de la esclavitud y el fin del estanco del tabaco a mediados del siglo XIX, abrieron el camino a empresarios agrícolas para sembrar tabaco y cacao para exportar a Europa en pequeñas cantidades.

Luego, lo que atrajo mayores capitales nacionales y extranjeros fue el cultivo del banano para la exportación. El banano transformó la economía local, a partir de nuevos capitales, empresarios y mano de obra e impulsando la construcción de infraestructura de utilidad para la actividad bananera.

Con la construcción del Ferrocarril de Santa Marta, en 1885-1906, el gobierno quiso fortalecer la actividad social y económica de las pocas poblaciones que existían en esta zona, y proyectó que la línea férrea atravesara estos asentamientos, pero la ubicación geográfica de San Carlos de La Fundación, la orografía de su terreno adyacente desvió del proyecto hasta suelos planos que no representaran desafíos y mayores costos para la ingeniería de ese entonces. Con esta reformulación del trazado férreo donde quedaba por fuera del trayecto la población de San Carlos de La Fundación, ésta recibió del ferrocarril su “jaque-mate” en palabras del historiador Aramis Bermúdez (en su libro Migrantes y Blacamanes pág. 319 ). Los pocos y maltrechos pobladores que aún quedaban en el poblado se fueron dispersando a otros asentamientos, sobre todo a Cangrejales (Aracataca), y otros pocos al hoy corregimiento de Buenos Aires.

El ferrocarril ubicó el centro de acopio ganadero en la nueva población llamada La Envidia (hoy Fundación), donde a corrales hechos con rieles, platinas y ángulos de hierro, llegaban los vaqueros dirigiendo los ganados para embarcarlos hacia los centros intermedios de  Ciénaga y Santa Marta, con destino final Barranquilla, Riohacha o el exterior. Se establecieron de esta forma las corrientes ganaderas en la región: Los playones fueron usados para apastar en veranos y los pastos de tierras altas y secas se utilizaron para los inviernos. Fue una labor de trashumancia con viajes algunos cortos, otros largos. Y se convirtió el Terminal Férreo de La Envidia, en el punto de destino para los vaqueros con sus reses transportadas desde Pivijay, San Ángel, Chibolo, Sabanas de Mariangola, Los Venados, Valencia de Jesús y Valledupar.

San Carlos de la Fundación existió hasta 1939, tuvo una vida civil de 150 años, sus libros eclesiásticos entre ellos las partidas de bautismo y de matrimonio, fueron entregados al inspector de Buenos Aires de entonces.

Últimos pobladores

Cuando La Envidia cambió su nombre por el de Fundación, los vecinos de La Fundación de San Carlos de San Sebastián comenzaron a llamar como “Fundación Viejo” a lo que aún quedaba de este poblado, el cual desapareció definitivamente en 1939, cuando salieron sus últimos pobladores.

Los últimos habitantes de La Fundación de San Carlos fueron: 

Salvador Charris con Josefa Jiménez, padres de Cayetano, Ramón, María y Francia Charris Jiménez; Julián Jiménez con Isabel Romero, padres de Ramoncito y Amatista Jiménez Romero; los Fontanilla, ya no vivía José María; Pedro Pablo Castillo Gamarra con Petrona Páez, los cuales en 1937, vivieron en la parcela de Luis C. Gutiérrez Daza, esposo de Eva Jiménez Moya (tía de Petrona Páez); y Antonio María Silva Carrillo, papá de Eloísa y Sara Silva, quien entregó los libros eclesiásticos de la parroquia de La Fundación de San Carlos al inspector de Buenos Aires, doctor Eduardo Zúñiga. Todavía en 1939 la Inspección de Policía de Fundación quedaba en Buenos Aires.

El ferrocarril provocó el surgimiento de nuevas poblaciones, el fortalecimiento de otras, y la extinción de algunas; como lo fue el caso de La Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián.

Es un error histórico-científico asociar a San Carlos de la Fundación, con La Envidia (nombre original del hoy municipio de Fundación). Son dos poblaciones totalmente distintas, tanto en origen, cultura, y desarrollo. 

Bibliografía:

- Historia de Santa Marta y el Magdalena Grande
   Del período Nahuange al Siglo XXI.

- Migrantes y Blacamanes
   Venancio Aramis Bermúdez Gutiérrez.


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