En el mismo lugar del barrio Altamira de Fundación, Magdalena, donde el pasado 18 de mayo el fuego, como un pedazo del mismo infierno, consumió la vida de 33 niños y un adulto al interior de una buseta, hoy, protegidas por una simple carpa y casi que a la intemperie, reposan las fotografías con el rostro eternizado de los pequeños y la de la única mujer adulta que pereció en el siniestro.
Uno junto a otro están los retratos, como si lucharan contra el inclemente sol, el salitre, la implacable humedad del trópico, pero sobre todo contra el olvido.
Allí están las fotografías rodeadas de emotivos mensajes, flores orgánicas y artificiales, y uno que otro juguete como recordatorio de la temporada decembrina. Un santuario improvisado donde turistas, familiares, fundanenses del común y viajeros, hacen un alto para honrar la memoria de las víctimas que sumieron en un luto colectivo a la población y el país entero.
Un encuentro religioso dominical terminó en tragedia. La vieja buseta en la que eran trasladados los niños a sus hogares se convirtió en una trampa mortal.
Treinta y tres vidas frustradas por una serie de infortunadas decisiones y acciones negligentes. El dolor y la impotencia de quienes no pudieron hacer nada para salvarlos de morir calcinados. Lo impactante de las imágenes.
En el ambiente de esta pequeña población magdalenense de 56. 107 habitantes, con una extensión de 922 km2, bordeada por un río que lleva su mismo nombre y a atravesada a la mitad, como una cicatriz, por unos viejos rieles de un tren que se fue llevándose entre sus vagones los recuerdos de otros tiempos más prósperos, hoy se puede evidenciar en medio de una aparente normalidad, los estragos de una tragedia que dejó entre los afectados y los mismos pobladores, un sabor amargo y un dolor que por ahora está muy lejos de aminorar.
Para las familias directamente afectadas, que llevan a cuestas el peso de la ausencia y el dolor de la muerte, estas fiestas de Navidad y Año Nuevo distaron mucho de ser felices y armónicas como para otros colombianos.
EL HERALDO estuvo en Fundación y conversó con Heriberto Pabón quién no solo perdió a su pequeño de 7 años, sino que contó cómo su hogar se vino a pique luego del funesto accidente.
La tragedia como punto de separación
Heriberto Pabón enseña la fotografía de su hijo Antonio de 7 años. (Clic en la imagen para ver galería)
Heriberto Pabón se acercó a la foto de su pequeño hijo Antonio, 7 años, y tomó, entre las flores que la acompañan, un avioncito de juguete que él mismo dejó allí en la mañana del 24 de diciembre. En ese instante haciendo un esfuerzo para contener las evidentes lágrimas que amenazaban por asomar, Heriberto recordó el momento en que Antonio se despidió de él para acudir a aquella cita inevitable con la muerte.
"Él estaba sentado en mis piernas y lo fueron a buscar, se despidió de mí con un abrazo y un beso y recuerdo que le dije 'nene te ves bien bonito, estás bien presentado'. Me dio un beso y se embarcó en la buseta".
Pabón asegura que dos meses después de la tragedia su hogar se fue derrumbando a pedazos y tal como él mismo lo explica en una simple oración - el dolor lo transforma todo- . Cuenta que por lo menos tres hogares más pasan por su misma situación, y también fueron separados por la tragedia y sus secuelas. "Fueron un mundo de cosas que se combinaron, problemas anteriores, el mal manejo del dolor, las mutuas recriminaciones, la rabia, la incomprensión y otras cosas más llevaron a la separación de mi familia".
Dice Pabón que pese a los tratamientos sicológicos recibidos, a los dineros aportados por el Fosyga ($12 millones por familia), las casas entregadas por el Gobierno Nacional a cada una de las familias afectadas y la atención que han recibido de parte de los medios de comunicación, Fundación sigue sumido en la pobreza y acechado por el desempleo y los estragos de la tragedia. “Esta Navidad para mí ha sido encierro, dolor y tristeza. Me falta mi hijo, no estamos completos. Para mí ha sido imposible restablecerme anímicamente de esta tragedia. Gracias a la fortaleza que me da Dios es que sigo en pie".
La frustración más punzante que le acompaña, es el recuerdo de la buseta envuelta en llamas y el dolor de no poder hacer absolutamente nada para salvar la vida de su pequeño. Lo que sí puede hacer es homenajearlo, y dejar juguetes en su memoria en el lugar del incendio.
Humberto Otero perdió una hija de 13 años y a su esposa con la que compartió 20 años de vida. Yuranis Romero y su pequeño Sergio Luis de 7 años entregaron el testimonio de la supervivencia del menor, quien logró escapar de la ferocidad de las llamas.
Y Leisy Judith Manjarrés, quien perdió a su niña de 8 años, habló de su dolor en la nueva vivienda que recibió del Gobierno Nacional. Cuatro historias, cuatro ramificaciones de un mismo drama que le dan rostro a una tragedia que conmovió a todo el país.
Testimonio de un superviviente
Sergio Luis enseña las marcas que le dejó la dolorosa experiencia.
El travieso Sergio Luis Bonet Romero, de 7 años, rodaba a bordo de una pequeña motocicleta de plástico en la sala de su casa, ajeno, aparentemente, a los dolorosos recuerdos de aquella fatídica mañana de domingo cuando su vida estuvo en peligro. Inquieto, precoz y locuaz, el pequeño dispara una andanada de frases sueltas provistas de una coherencia y contundencia que a cualquiera le erizarían la piel.
"Ya no voy a jugar más con mis primas que se fueron para el cielo. Mi amiga Dana fue la que me sacó del bus, me cogió de la camisa y me tiró para afuera. Todos los que iban en el bus eran mis amiguitos con los que yo jugaba", dijo y corrió para el patio.
Su madre Yuranis Romero, una ama de casa que observa al pequeño milagro corretear por el hogar con un dejo de admiración, recuerda que esa mañana, Sergio Luis llegó corriendo solo hasta la casa. Relata la madre que el niño temblaba y que su ropa despedía un olor intenso a gasolina. "Eso fue horrible, todavía me parece un milagro que está aquí conmigo, un primito y dos primitas de él murieron en el accidente. Vivo agradecida con Dios porque lo tengo conmigo y lo puedo disfrutar. Me acuerdo que llegó quemado diciendo 'mami el bus se prendió', tenía los pelitos chamuscados y estaba temblando".
De acuerdo con Yuranis, su hijo estuvo hospitalizado un mes y 7 días en Santa Marta. Su pequeño cuerpo aún presenta evidencias de aquella pesadilla de la que pudo salir con vida. “Tuvo quemaduras de segundo grado en la cara, espalda y orejas (en una le hicieron cirugía) y en el brazo derecho tuvo quemaduras más graves, de tercer grado. Aquí la gente no tiene ánimos de nada, la Navidad ha estado triste y el Fin de Año igual. Esta tragedia cambió todo el pueblo", sostuvo la mujer, que agradece que ese pequeño milagro aún corretee por los rincones de la casa, pero que se solidariza con el dolor de sus paisanos.
Sergio Luis se acerca un poco, lanza una especie de secreto a voces que le hace sonreír. "El Niño Dios me puso unos patines", frase que su madre complementa recordando que ese fue un regalo que le donó la administración municipal.
Una ausencia por partida triple
Humberto Otero enseña la fotografía de sus dos hijas. Una falleció en el siniestro y la otra había muerto de un infarto un año antes de la tragedia del bus.
Humberto Otero era padre de 7 hijos, estaba casado con Rosiris Hernández, la mujer con la compartió 20 años de vida y la única persona adulta que pereció en el siniestro. La fatalidad no le era ajena a esta familia humilde acechada por los rigores de la pobreza. En diciembre de 2013, su hija de 14 años que padecía una insuficiencia cardiaca murió de un infarto fulminante.
En el incendio de la buseta perdió la vida otra de sus pequeñas quien contaba con escasos 13 años. Su esposa Rosiris, luego de una feroz lucha por vivir falleció tres meses después en una clínica privada en la ciudad de Barranquilla. “Mi esposa se entregó a la iglesia después de que murió nuestra hija por los problemas del corazón. Esta tragedia ha dejado a esta familia derrumbada, muy triste, la verdad es que esto ha sido muy duro", indicó este hombre campesino de 47 años que vive rodeados de animales.
Su hijo Jhon Carlos, de 10 años, también iba en la buseta. De acuerdo con Otero el pequeño estuvo hospitalizado durante dos largos meses. "A él le hicieron cirugías, también injertos porque se quemó en la espalda, en el hombro, en los brazos y en las orejas. Nosotros la hemos pasado muy mal con todo esto, pero no somos nosotros solos, todo el pueblo está adolorido con lo que ha pasado. Con esta tragedia la gente no ha tenido cabeza para pensar en Navidad ni en Fin de Año ni nada", sostuvo.
Dice, con aquella sabiduría popular extraída del campo, que para pasar estas fiestas tal como se anuncia en todas las campañas comerciales en armonía y felicidad, la familia tiene que estar completa. "Si la familia no está completa a uno el dolor no le deja gozar de nada". Con una tristeza larga y sólida que se asomaba a su mirada, recuerda que hasta el último momento toda la familia mantuvo la esperanza de que Rosiris saliera bien de la clínica.
"Ahora solo me quedan 5 hijos y mi esposa tampoco está", dice con voz quebradiza en sintonía con la humedad de sus ojos. Otero también es beneficiario de una de las casas entregadas por el Gobierno Nacional. "Por ahora estoy en lista de espera y bueno no hay que desesperarse. Los hijos son la mayor felicidad para uno, por eso uno lucha tanto y que se los quiten así de un ‘totazo’ eso es muy duro".
“Uno qué planes va a hacer con este dolor”
Leisy Manjarrés en la sala de su nueva casa. De fondo la fotografía de su hija Yireth, de 8 años, una de las víctimas de la tragedia del bus que se incendió.
La ama de casa Leisy Judith Manjarrés está casada con el mototaxista Silfredo Molano. El 18 de mayo de este año también recibieron la fatídica noticia de que uno de los integrantes de su familia, conformada hasta ese entonces por tres pequeños, ya no los acompañaría más. En medio del llanto, Leisy recordó a su pequeña de 8 años, Yireth Carolina Molano, una de las víctimas fatales, sentada bajo la sombra proyectada por un enorme cartel donde su pequeña aparece radiante, vestida como una princesa para las cámaras.
Desde la sala de su nueva casa de interés social entregada por el Gobierno Nacional, en el barrio Los Rosales, recuerda con dolor que esta es la primera Navidad y fiesta de Año Nuevo que pasa sin la compañía de su hija. "Este año no compramos nada el 24. Los regalos de los ‘pelaos’ se los dio la Alcaldía. Mis otros dos hijos no estaban en la buseta porque a la única que le gustaba ir a eso de la iglesia era a la niña. Ella quería llevarse al niño pero él no quiso. Menos mal porque si no me hubiera vuelto loca yo con dos hijos muertos”, dijo.
Con tristeza y desdén, afirma que ahora tiene casa pero le hace falta su pequeña princesa. “Uno tiene que ser agradecido pero en vez de una casa yo hubiese preferido estar con mi hija. Uno qué planes va hacer con este dolor que nunca se quita. Mi niña ya iba para tercero de primaria y este 30 de octubre hubiera cumplido 9 años", soltó la frase limpia como un disparo, antes de sumergirse en un llanto delicado.
Leisy contó también, que su hija mayor quedó con secuelas emocionales después del deceso de su hermana. "No dormía, se levantaba a medianoche y se pasaba para la cama de nosotros porque ellas eran muy unidas y dormían juntas. A ella la están visitando los sicólogos mensualmente y hace dos meses volvió a dormir otra vez sola".
Leisy voltea, mira la foto de su pequeña ausente, se enjuga las lágrimas y suelta otra expresión que parece nacer de sus entrañas -este pueblo ya no es el mismo- y como si la fotografía pudiera escucharla le habla con dulzura. "Te extraño mucho mi princesa, estoy segura que ahora estás con Dios mi reina", y unas lágrimas incontenibles volvieron a deslizarse por sus mejillas.
Caso jurídico
La Fiscalía General de la Nación responsabilizó de manera directa a Jaime Gutiérrez Ospino, conductor del bus, y Manuel Ibarra, un integrante de una iglesia evangélica, quien contrató el bus para el eventual viaje. De resultar culpables, los dos implicados en los hechos pagarían una pena que va desde los 40 hasta los 60 años de cárcel.
De acuerdo con las investigaciones, las dos personas hasta ahora implicadas en este accidente tenían conocimiento sobre el estado del bus. El vehículo no contaba con el Seguro Obligatorio de Accidentes de Tránsito (SOAT), tampoco con la revisión técnica mecánica. El conductor no tenía licencia de conducción.
La Fiscalía General de la Nación formalizó el 4 de septiembre de 2014, ante el juez Único Penal del Circuito de Fundación, Alfonso Saade, la imputación de cargos en la modalidad de homicidio simple con dolo eventual en concurso homogéneo y simultáneo a Jaime Gutiérrez Ospino y Manuel Ibarra quienes en la actualidad se encuentran detenidos en la cárcel Modelo de Barranquilla.
4 de septiembre de 2014 ante juez único penal de circuito de Fundación, la Fiscalía formalizó la imputación de cargos a los dos procesados.
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