RELACIÓN HISTÓRICA DE LOS ÚLTIMOS HONORES HECHOS
"AL LIBERTADOR DE COLOMBIA"
Por Raúl Ospino Rangel
El 17 (de dic. de 1930) corriente a la una de la tarde, falleció de muerte natural el Exmo. Sr. Libertador de Colombia Simón Bolívar. En medio de varios amigos suyos y antiguos compañeros de sus glorias cerró sus ojos para siempre en la quinta llamada de San Pedro, distante una legua de la ciudad de Santa Marta.
Inmediatamente se hizo por la fortaleza del Morro la señal de tres cañonazos, y ésta fue sucedida de uno cada día hora hasta que se sepultó el cadáver, como parte de los honores fúnebres que manda la ordenanza en estos casos.
Verificado por el facultativo el reconocimiento del cadáver de S. E., y hecha la disertación que en copia certificada se adjunta, se le trasladó a la ciudad como a las ocho de la noche, y se depositó en la casa de Aduana donde estaba preparada de antemano.
Allí se embalsamó, y colocado después en la sala principal del edificio con el aparato fúnebre, si no correspondiente a tan distinguido personaje, al menos proporcionado a los recursos del país, quedó expuesto al público que anhelaba por conocerle y admirarle.
Un concurso numeroso de todas clases y sexos ocupaba frecuentemente la casa de día y de noche, y no había uno que no lamentase la muerte prematura del Héroe.
Fijado el día 20 para dar sepultura al cadáver, se ejecutó en orden siguiente:
Tendida en ala la milicia de la ciudad por las calles por donde debía pasar el entierro, y puesta sobre armas la guardia de S. E., comenzó la procesión a las cinco de la tarde precedida por los caballos del difunto general con caparazones negros, llevando sobre ellos las iniciales del nombre de S. E., sin los cuatro cañones de campaña ni destacamento de artillería que previene la ordenanza por no haberlos en la plaza; en el orden de marcha seguía el sargento mayor de ésta a caballo, y detrás un coronel y un primer comandante también montados, todos tres con espada en mano; después marchaba una compañía del batallón Pichincha, luego las parroquias de la ciudad, y el cabildo eclesiástico sin asistencia del ilustrísimo Sr. Obispo por hallarse enfermo, y en seguida el cadáver del Libertador vestido con insignias militares y conducido por dos generales, dos coroneles y dos primeros comandantes; detrás del cadáver el comandante de armas de la plaza y sus respectivos estados mayores, luego la guardia de S. E., compuesta también de otra compañía del batallón Pichincha con bandera arrollada y armas a la funerala, y después de ella oficiales no empleados y magistrados y ciudadanos de Santa Marta, presidiendo a éstos el gobernador de la provincia, quien llevaba a su derecha uno de los albaceas del difunto General. Desde la casa en que estaba depositado el cadáver de S. E. hasta la puerta de la catedral recibió todos los honores que la ordenanza señala a los capitanes generales del ejército. Un silencio religioso y un sentimiento profundo se notaban en el semblante de todos los que presenciaban la triste ceremonia del entierro del Libertador de Colombia, y las músicas sordas de los cuerpos, junto con el lúgubre tañido de las campanas parroquiales, y el canto fúnebre de los sacerdotes de la religión, hacían mas melancólico el deber de dar sepultura al Padre de la Patria.
Llegado en fin, el entierro a la Santa Iglesia Catedral, se colocó el cadáver en un túmulo suntuosamente vestido, y allí tuvieron lugar los últimos oficios fúnebres. Las compañías de Pichincha y guardia de S. E. y la fortaleza Morro hicieron sus respectivos descargues en el tiempo que previene la ordenanza, y concluida la función, S. E.
Fue colocado en una de las bóvedas principales con las precauciones necesarias para su conservación, desfilando seguidamente las tropas a sus cuarteles. Allí reposarán los restos venerados del Genio de la Independencia, hasta que pueda cumplirse su voluntad de trasladarlos a su país nativo. No habiendo en la plaza de Santa Marta tropas suficientes, piezas de artillería ni otros recursos preciosos para enterrar a S. E. con todo aquel aparato y pompa que previenen las ordenanzas del ejército, la comandancia general ha tenido que pasar por la doble pena de no haber podido tributar a S. E. todos los honores que por su graduación le correspondía, y que eran tan justos y tan dignos de sus virtudes y heroicos servicios.
Santa Marta, diciembre 24 de 1830.
El secretario de la comandancia general del Magdalena.
J. A. CEPEDA.
Es copia: Cartagena, enero 12 de 1831.
El secretario de la prefectura,
CALCAÑO
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