Cuando el Libertador Simón Bolívar dictó su última proclama, fechada en San Pedro Alejandrino el 10 de diciembre de 1830, concluía la misma sentenciando:
“si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro“.
Bolívar no estaba alejado de la gran verdad que ello implicaba si no se daban las condiciones para que bajara tranquilo al sepulcro y descansar en paz para siempre. Sus restos han estado peregrinando desde ese entonces hasta la fecha actual, sin poder descansar en paz. Si observamos los subsiguientes acontecimientos, lo podemos apreciar mejor. Hasta el presente año, partiendo desde 1830, la unión nunca llegó a los países por él libertados y más bien la desunión se ha incrementado como resultado de la fragmentación de partidos políticos, con sus cargas de odio, rencillas, ambición de poder, lo cual ha resultado en constantes guerras civiles a lo largo de nuestra historia venezolana, específicamente, y todas basadas en el ideal bolivariano.
Nos remontamos al año 1830. Simón Bolívar muere el 17 de diciembre de 1830. El Dr. Alejandro Próspero Reverend, su último médico de cabecera, realizó el protocolo de autopsia ese mismo día a las cuatro de la tarde, culminando la misma a las ocho de la noche, encontrándose entre otros datos, que tenía dañado los pulmones y que las pleuras pulmonares estaban adheridas a los costales. Basándose en los resultados de esta autopsia, el Dr. Reverend concluyó que “según este examen es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto S.E. El Libertador, era en principio un catarro pulmonar que habiendo sido descuidado pasó al estado crónico, y consecuentemente degeneró en tisis tuberculosa. Fue, pues esta aficción morbífica la que condujo al sepulcro al General Bolívar… etc.” (La Ultima Enfermedad, los Últimos momentos y los Funerales de Simón Bolívar Libertador de Colombia y del Perú, por su médico de cabecera el Doctor A. P. REVEREND. Ediciones Concejo Municipal D.F. 1983, p. 25 y Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, de Blanco y Azpúrua, Ediciones de la Presidencia de la República, 1978, Tomo XIV, p. 477).
Terminada la autopsia, el cadáver fue trasladado a Santa Marta, a la casa que inicialmente habitó Bolívar (Casa de la Aduana). Se va a proceder el embalsamamiento, pero el único boticario del pueblo estaba enfermo, por lo cual tuvo el Dr. Reverend que hacerlo él solo, con las limitaciones del caso, finalizando al inicio del nuevo día. Hubo problemas hasta para vestirlo, teniendo que usarse una camisa del General Laurencio Silva.
Las exequias se llevaron a cabo el 20 de diciembre. Su primera tumba fue en una bóveda perteneciente a la familia Díaz Granados, al pié del Altar de San José, en la nave derecha de la Catedral de Santa Marta, y sobre su tumba no se colocó ninguna lápida sepulcral que señalara su nombre, a fin de evitar sus restos fueran profanados por sus enemigos, ya fueran colombianos o venezolanos. El odio hacia el Libertador era impresionante por parte de aquellos que se habían confabulados para accesar al poder. Inclusive, hasta tenían planes para desenterrarlo y arrojar sus restos a las profundidades del mar, donde no pudieran ser rastreados y extraídos en el futuro.
En el año 1832, el General Francisco de Paula Santander, a su llegada a Colombia después de haber sido designado como Presidente de la República, visitó Santa Marta y específicamente el sitio donde estaba sepultado el Libertador en un recito tan sagrado como la Catedral. En tono airado pateó varias veces la tumba, exclamando: “Aquí estás enterrado!”.
En el año 1834, un terremoto asoló Santa Marta, agrietándose la tumba del Libertador, permaneciendo así en el tiempo, sin arreglos. Posteriormente, a finales del año 1837, la tumba se hundió y los enemigos de Bolívar arrojaban tierra y piedras directamente sobre el ataúd, el cual se encontraba a la vista. Los restos de Bolívar no fueron tocados, por encontrarse los mismos en el interior de una caja de plomo, sufriendo sólo magulladuras, pero la caja de madera si sufrió daños, ya que estaba podrida.
Termina el período presidencial del General Santander, asumiendo la Presidencia de Colombia el Dr. José Ignacio de Márquez, ciudadano bolivariano, cesando de inmediato la persecución a éstos, permitiéndole al Sr. Manuel Ujueta y Bisais, antiguo Jefe Político de Santa Marta, quien en el pasado había cuidado celosamente la tumba del Libertador, regresar de Jamaica y encontrarse con el feo panorama que representaba la tumba del Libertador, en deplorable estado, desde el terremoto de 1834. Inmediatamente, Ujueta corre a la Catedral y como todavía no habían embaldosado el sitio, mandó a suspender la obra y ante la falta de respeto de los trabajadores, que por falta de recursos iban a sellar la urna abierta sin más ni más. Optó por llevar la urna con los restos del Libertador para su casa.
Esto le trajo consecuencias fuertes, ya que el Gobernador de Santa Marta se le apareció en su casa con una guardia al segundo día, y tras un posible enfrentamiento, tuvo que entregar la urna con los restos, pero los mismos le fueron devueltos al tercer día, ya que un grupo de venezolanos venían a reclamarlos y que para darle cumplimiento a la última voluntad del Libertador, pero con reales intenciones de desaparecerlos en las profundidades del mar.
Ujueta los enfrentó, contando con el apoyo del Gobernador, quien había preferido pasarle la responsabilidad a Ujueta, quien admite que no estaba seguro si los restos entregados por el Gobernador eran los mismos sustraídos el día anterior. Al cuarto día, ya los trabajos de reparación de la bóveda de la familia Díaz Granados estaban listos, y nuevamente fueron trasladados a la misma, después de haber limpiado la suciedad que tenían los restos expuestos al aire del Libertador. (Escritos de Ujueta, Santa Marta, Colombia, 7 y 8 de agosto de 1843).
En el año 1839, regresa a Santa Marta, su tierra natal, el General Joaquín Anastacio Márquez, antiguo oficial del Batallón Rifles, 1ra. de la Guardia, y tuvo la iniciativa, pagando los gastos por cuenta propia, de disponer la construcción de un nuevo sepulcro para los restos del Libertador, considerando que era el sitio que le correspondía a la magnificencia del Libertador, y se apoyó en el Sr. Manuel Ujueta y Bisais. El sitio escogido fue en la nave central, bajo la cúpula dando frente al presbiterio. Son trasladados a esta nueva tumba en julio de 1839 y fue colocada una lápida de mármol, mandada a hacer en los Estados Unidos, costeada por el mismo General Márquez, citando que allí se encuentran los restos del Libertador de Colombia y el Perú. (Esta lápida se encuentra en la actualidad en el Museo Bolivariano de Caracas).
En el año 1833, el General José Antonio Páez, Presidente de la República y primer instigador del odio de los venezolanos hacia el Libertador, propone al Congreso Nacional la reinvindicación del nombre de Bolívar, siendo rechazada tal solicitud. El sentimiento antibolivariano está muy fresco aún. Igualmente, el General Carlos Soublette, encargado del Ejecutivo en el período 1837-1839, plantea el mismo asunto obteniendo similar rechazo. Por su parte, los deudos del Libertador habían hecho sus diligencias para traer los restos de Bolívar a Venezuela, accediendo el Gobierno de Nueva Granada a la solicitud de exhumación hecha por Fernando, María Antonia y Juana Bolívar, siendo negado este acto por el gobierno venezolano, alegando que esos restos pertenecían a la nación y sólo ella podía hacerlo.
A partir del año 1840, el nombre de Simón Bolívar es una bandera que mueven los partidos políticos, encontrando eco popular, especialmente en obras teatrales, en las cuales se exaltaba la figura del Libertador. El 5 de julio de 1841, en el aniversario de la independencia, el pueblo exterioriza y exalta apasionadamente el nombre de Bolívar y vitorea a los héroes de la independencia. Ese mismo año, el 28 de octubre, día de San Simón, la aclamación popular es determinante, aumentando su influencia en todos los sectores, tambaleándose la posición oficial de negativa a acceder a la amnistía y traída de los restos de Bolívar al país.
El 5 de febrero de 1842 se instala el nuevo Congreso Nacional, siendo electo Presidente del mismo el Dr. José María Vargas. Es leído el mensaje del General Páez, Presidente de Venezuela en su 2do. mandato, de solicitud de amnistía y traída de los restos del Libertador como una necesidad nacional, siendo al fin aprobado por el Congreso, dictando el 30 de abril de 1842 el Decreto correspondiente, reconociéndole a Bolívar todos los títulos de honor y gloria decretados por Venezuela y Colombia, ordenando el traslado de sus cenizas desde Santa Marta y otras disposiciones en cuanto a los honores al Libertador.
El 5 de febrero de 1842 se instala el nuevo Congreso Nacional, siendo electo Presidente del mismo el Dr. José María Vargas. Es leído el mensaje del General Páez, Presidente de Venezuela en su 2do. mandato, de solicitud de amnistía y traída de los restos del Libertador como una necesidad nacional, siendo al fin aprobado por el Congreso, dictando el 30 de abril de 1842 el Decreto correspondiente, reconociéndole a Bolívar todos los títulos de honor y gloria decretados por Venezuela y Colombia, ordenando el traslado de sus cenizas desde Santa Marta y otras disposiciones en cuanto a los honores al Libertador.
El Ejecutivo nombró una comisión integrada por los Generales Francisco Rodríguez del Toro, Mariano Montilla y el Dr. José María Vargas para trasladarse a Santa Marta. El 13 de noviembre de 1842, zarpó la goleta de guerra venezolana Constitución, al mando del Capitán de Navío Sebastián Broguier, acompañada de la corbeta francesa Circé y del bergantín mercante Caracas, llevando a bordo a los cadetes de la Escuela de Matemáticas. En Santa Marta los esperaba el bergantín de guerra británico Albatros y el bergantín holandés Venus.
Los integrantes de la comisión fueron finalmente el Dr. José María Vargas, quien la presidía, el General José María Carreño, el Sr. Mariano Uztáriz y el Presbítero Manuel Sánchez, en virtud de las sucesivas excusas de no poder asistir de otros generales nombrados. Inexplicablemente, al Sr. Fernando Bolívar, sobrino del Libertador, le fué negado el permiso para asistir a Santa Marta porque no había cupo en el buque destinado al efecto.
Una vez en Santa Marta, el acto de exhumación de los restos del Libertador Simón Bolívar se lleva a cabo el 20 de noviembre de 1842, a las cuatro y treinta minutos de la tarde. Se encontraban presentes, además de los integrantes de la comisión venezolana, los comandantes de los buques venezolanos y extranjeros, el General Joaquín Posada Gutiérrez, Gobernador de Santa Marta y Presidente de la Comisión designada por el Gobierno de Nueva Granada, miembros del clero y comisionados neogranadinos, autoridades regionales, la Guardia de Honor, ciudadanía en general y, por supuesto, el Dr. Alejandro Próspero Reverend y el Sr. Manuel Ujueta.
La Guardia de Honor y comisión del Ecuador no pudo estar presente debido al mal tiempo en la ruta. Al momento se rompe la losa y se renueva la piedra sepulcral. La caja de madera externa estaba deshecha y la caja de madera interna, forrada con plomo, estaba entera, pero con daños visibles. Se abrió la urna y en su interior estaba el esqueleto, pocas prendas de vestir, las cajitas contentivas de las vísceras del Libertador. Los huesos de las piernas y pies estaban cubiertos con las botas de campaña, la derecha entera y la izquierda despedazada; pedazos de galón decaídos se hallaban a los lados de los muslos. Es decir, todo el vestido del Libertador se había pulverizado.
Acto seguido, el Gobernador Posada preguntó en voz alta al Dr. Próspero Reverend y al Sr. Manuel Ujueta si reconocían en estos restos al Libertador de Colombia. Los señalados examinaron los restos, reconociendo el Dr. Reverend el cráneo que él aserró en forma horizontal durante la autopsia para examinar el cerebro, al igual que las marcas oblicuas de la sierra en las costillas. Tanto el Dr. Próspero Reverend como el Sr. Ujueta rspondieron con un "Sí" rotundo a la pregunta hecha por el General Posada.
La Guardia de Honor y comisión del Ecuador no pudo estar presente debido al mal tiempo en la ruta. Al momento se rompe la losa y se renueva la piedra sepulcral. La caja de madera externa estaba deshecha y la caja de madera interna, forrada con plomo, estaba entera, pero con daños visibles. Se abrió la urna y en su interior estaba el esqueleto, pocas prendas de vestir, las cajitas contentivas de las vísceras del Libertador. Los huesos de las piernas y pies estaban cubiertos con las botas de campaña, la derecha entera y la izquierda despedazada; pedazos de galón decaídos se hallaban a los lados de los muslos. Es decir, todo el vestido del Libertador se había pulverizado.
Acto seguido, el Gobernador Posada preguntó en voz alta al Dr. Próspero Reverend y al Sr. Manuel Ujueta si reconocían en estos restos al Libertador de Colombia. Los señalados examinaron los restos, reconociendo el Dr. Reverend el cráneo que él aserró en forma horizontal durante la autopsia para examinar el cerebro, al igual que las marcas oblicuas de la sierra en las costillas. Tanto el Dr. Próspero Reverend como el Sr. Ujueta rspondieron con un "Sí" rotundo a la pregunta hecha por el General Posada.
Casi todos los presentes al acto lloraban en silencio, con respeto ante tal circunstancia tan especial. Varias personas se acercaron sobre el féretro para tomar pedazos de la urna de madera como reliquia del Padre de la Patria, y hubo algunas, que inclusive sustrajeron huesos pequeños sueltos de la urna.
Posteriormente, los huesos se acuñaron con cojines de seda, cubriéndolos con una sábana para evitar se desordenaran. Mientras tanto, algunos habitantes de Santa Marta mostraban su ira en las afueras, considerando tal acto como una profanación, simultáneamente confundidos con los honores que se le rendían al Libertador. Se levantó un acta de la exhumación, agregándose a la verificación de los restos, que desde el año 1830 y subsiguientes, no hubo otra sepultura en la Catedral.
Posteriormente, los huesos se acuñaron con cojines de seda, cubriéndolos con una sábana para evitar se desordenaran. Mientras tanto, algunos habitantes de Santa Marta mostraban su ira en las afueras, considerando tal acto como una profanación, simultáneamente confundidos con los honores que se le rendían al Libertador. Se levantó un acta de la exhumación, agregándose a la verificación de los restos, que desde el año 1830 y subsiguientes, no hubo otra sepultura en la Catedral.
Posteriormente, los restos fueron cuidadosamente colocados en una urna cineraria que la Nueva Granada consagró a tal fin. Dicha urna fué colocada en un catafalco sencillo y custodiado por la Compañía del Batallón Nro. 9, presentes en el lugar. La ceremonia terminó aproximadamente a las ocho de la noche, aunque las puertas del templo permanecieron abiertas hasta las diez, permitiéndosele a la población rendir su último tributo al Libertador. Esa misma noche, el General Joaquín Posada entregó al Dr. José María Vargas una solicitud en la cual la Nueva Granada pedía dejar en el mismo sitio del sepulcro en Santa Marta, la urna contentiva con el corazón de Bolívar. Tal solicitud fue aceptada de inmediato.
Al día siguiente, 21 de noviembre, continuaron los honores al Libertador. Pasada las cuatro de la tarde, se inició el cortejo fúnebre hacia el muelle. El féretro era cargado en hombros por los oficiales y vecinos, quienes se alternaban dicho honor. Las ventanas y puertas de la ciudad mostraban luto y un silencio marcaba el respeto de la procesión, roto únicamente por el rugir de los tambores de la banda marcial del batallón, la cual abría la marcha. La población acompañaba los restos del Padre de la Patria hacia su destino final. En el muelle se rindieron los últimos honores y el General Posada dirigió la sentida alocución de despedida, la cual no pudo terminar debido a lo emotivo del momento.
Le correspondió al Dr. José María Vargas responder al General Posada. Fueron colocados los restos en una falúa de la goleta Constitución, la cual fue escoltada hasta dicha goleta y ésta a su vez escoltada por los buques venezolanos y extranjeros. Pero el traslado no fue del todo tranquilo como se deseaba. La nave Constitución encalló el 7 de diciembre en la isla Gran Roques, bamboleándose y amenazando con hundirse, llevándose consigo los restos del Libertador. Pasado el gran susto, logran arribar al puerto de La Guaira el 13 de diciembre de 1842, manteniéndose allí hasta el día 15, cuando se produjo el desembarco de los restos del Padre de la Patria. Al fin se había cumplido su última voluntad.
RESUMEN
Casi ciego, enfermo de muerte a sus 54 años y con toda la grandeza de su lealtad, escoltaba el General en Jefe Rafael Urdaneta al féretro con los restos repatriados de Simón Bolívar, luciendo por última vez el uniforme de la Libertad la tarde del 17 de diciembre de 1842. Cojeaba de una pierna por un balazo traidor en campo de batalla, portaba el sable y en su pecho brillaba la Orden de los Libertadores.
Así se le vio, al frente de esta honrosa comisión, el día en que se cumplía el deseo del más grande hombre de América: ser sepultado en Caracas, su ciudad natal. Ocupaba la vanguardia, como lo hizo en las 27 batallas que libró en 35 años de carrera. Urdaneta honraba una vez más a su héroe y amigo, al general que conoció en la Campaña Admirable, y quien lo inspiró a conquistar la gloria sin más recompensa que el deber cumplido.
El presidente de la República José Antonio Páez había ordenado acatar la instrucción testamentaria de Bolívar y designó una comisión para la repatriación de los restos. El doctor José María Vargas fue el jefe del grupo que viajó a Santa Marta, en cuya catedral reposaba el Libertador. Le acompañaron los generales Francisco Rodríguez del Toro, Mariano Ustáriz, José María Carreño y el sacerdote Manuel Cipriano Sánchez. La comisión venezolana organizó toda la logística para que su siembra en Caracas ocurriera el 17 de diciembre.
La nave que zarpó a finales de noviembre hacia su noble misión se llamó Constitución, al mando del Capitán de fragata Juan B. Baptista. Luego seguía la corbeta Circe, al mando de Jules Ricard y detrás le seguía el bergantín El Caracas a las órdenes de Mr. Wheeler.
Urdaneta, alentado por el fervor militar y popular del momento, dedicó horas de trabajo a la preparación de las honras que comenzarían desde el mismo Caribe samario y por toda la ruta hacia Venezuela. Se quedaría en Caracas para reagrupar a sus huestes libertadoras y garantizar una ceremonia militar de Estado. Una vez en La Guaira, el retorno solemne del Libertador sería bañado con los aplausos y vítores de su pueblo.
En Colombia, la comisión acudió al panteón de la familia Díaz Granados en la Catedral de Santa Marta, donde fueron depositados los restos de Bolívar. A las 5 de la tarde del 20 de noviembre de 1842, los eminentes médicos iniciaron los protocolos de la exhumación. Afuera, las casas de Santa Marta vestían crespones negros en señal de luto. Toda la operación médica y científica demoró hasta entrada la noche.
Los restos fueron embarcados el día 21 en la goleta Constitución, con una vistosa ceremonia fúnebre que siguió aguas adentro, mientras se alejaba la nave de las costas de Santa Marta por el mar Caribe.
Para el 13 de diciembre estaban frente a La Guaira, esperando varias embarcaciones nacionales y extranjeras con sus banderas a media asta, para agregarse al gran cortejo naval.
El general de brigada Juan Uslar llegó de Valencia con lágrimas en los ojos, portando el uniforme con el que combatió al lado de Bolívar. Los restos pernoctaron en la iglesia del puerto de La Guaira ante una multitud que no cesaba en honrar al Libertador en el histórico acto.
El día 16, según lo programado, el sarcófago emprendió su camino a Caracas en medio de una extraordinaria procesión. Iba en un carruaje construido en París por instrucciones del coronel Agustín Codazzi. Las casas y calles de la pequeña ciudad se mostraban de luto.
Dos cuerpos de caballería, uno de infantería del ejército regular y un tercer cuerpo de caballería armado, equipado con los mismos atuendos llevados en Junín, las Queseras del Medio y el Pantano de Vargas, como lo describe el historiador Camilo Riaño, acompañaban el paso de Bolívar a la entrada de su natal Caracas. Urdaneta marcha a la cabeza de su Estado Mayor. Tenía mucho tiempo que no daba órdenes militares, pero su voz se escuchó fuerte ante el regimiento, como en aquellos días de la Campaña Admirable.
Estaba agobiado por un terrible dolor producto de un cálculo en la vejiga difícil de extraer con los métodos médicos de la época, pero el momento le insuflaba valor para resistirlo. Por su mente pasaron recuerdos vívidos de su amigo y compañero de batallas. Su determinación, su carácter, su don de líder, pero también sus frustraciones, sus angustias y los desvelos que lo condujeron a una muerte temprana.
Urdaneta recordaría aquel enfrentamiento que él mismo tuvo con Páez en junio de 1826 y que registró O´Leary justo cuando el llanero temía que Bolívar entrara a Venezuela por considerarlo un rival político:
“Es necesario advertir que el general Bolívar actualmente no pertenece solo a Colombia; él es un ente que pertenece a todo el mundo. Su nombre es ya propiedad de la historia, que es el porvenir de los héroes. El Libertador, con un pie en Colombia tiende sus brazos sobre dos repúblicas más y la órbita en que gira su cabeza abraza todo el globo. ¿Quién ignora la existencia de Bolívar en el mundo civilizado? ¡Nadie, Nadie compañero!”.
Urdaneta estuvo claro siempre en que Páez no medía la distancia épica que los separaba, que sería el tiempo el que le demostraría al Bolívar grande que ignoró.
La procesión de los héroes, con Urdaneta al frente, acompañó los restos a su pernocta en la iglesia de la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional. La negra Matea, su nana, ya de 69 años, marchó también libre de la esclavitud, pero al abrigo de la familia Bolívar por decisión propia. Todos eran devotos de la Santísima Trinidad, de allí el nombre de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, y el panteón familiar que existe en la Catedral de Caracas también lleva ese nombre. Allí reposan actualmente los padres de Bolívar, su esposa María Teresa y quien fuera un símbolo de amor maternal hacia el niño Simón, Matea.
En Caracas se designaron grupos para montar guardias de honor y el sábado 17 de diciembre fecha que conmemoraba su muerte, los restos fueron trasladados hacia la iglesia de San Francisco cumpliendo un estricto protocolo.
El pueblo de Caracas acompañó a su hijo detrás del carruaje construido en París según instrucciones del coronel Agustín Codazzi; todas las calles, casas y ciudadanos mostraban riguroso luto. José Alberto Espinosa, Canónigo de la Catedral y rector de la Universidad de Caracas leyó un discurso en el que recorre la vida del más grande de los americanos.
Urdaneta pudo ver consumado el deseo de Bolívar y se congratuló de formar parte indispensable en las honras que Venezuela le prodigó a su Libertador. El 23 de diciembre de 1842 se cumplió el traslado en hombros de sus edecanes y oficiales desde el templo de San Francisco hasta la Catedral de Caracas. Allí reposarían hasta el 28 de octubre de 1876, cuando fueron trasladados definitivamente al Panteón Nacional.
En el 2013 pasaron al Mausoleo, que en su memoria se construyó en la capital venezolana.
Lea e interprete lo difícil que resulta una Ley de Amnistía en Venezuela incluso si se tratase del ciudadano Libertador Simón Bolívar. ¿Quiénes eran los que se oponían y por qué? Y qué razón fue la que los obligó a ejecutarla.
ResponderEliminarExcelente artículo
ResponderEliminarGracias
Casi doscientos años más tarde los colombianos seguimos tratando de "eliminarnos" por diferencias políticas. Que mal.
ResponderEliminarMuy bonita la historia y muy conmovedora, hubo muchos pasajes que ignoraba, es difícil se entender como pudo ser tratado así, aun después de muerto, no cabe la mejor duda de que la cobardía y la envidia prevalecieron con mucho furor tanto en José Antonio Páez, como en Francisco dé Paula Santander. Que tristeza, cada uno con el mayor poder en su país, poder que nacía de la Libertad y la gloria que le dió Simón Bolívar a esos paises y hasta del renombre de ellos como patriotas, como generales y como heroes de una patria, como era el sueño de Bolívar.
ResponderEliminarEn fin, en la historia siempre hay vacios, cosas que uno desconoce y con las que quizás se vería todo diferente. Gracias por el aporte cultural.