En la Misión de los Chimilas, las fundaciones fueron organizadas por el “Pacificador de los Indios Chimilas”, don Agustín de la Sierra, quien contó con el apoyo de los misioneros capuchinos. En 1776 don Agustín fundó varios pueblos o sitios de doctrina como Garupal, el de mayor importancia, al norte de Valencia de Jesús; San José de las Pavas, San Miguel de Punta Gorda, Santa Martica, El Paso del Adelantado, San Antoñico, Concepción de Venero y San Luis de Guaquirí (Vinalesa, 1952, pp. 136-137; Luna, 1993, p. 134).
Estas fundaciones sirvieron no solo para evangelizar a los chimilas, sino también como una forma de explotación de su mano de obra por parte de religiosos y terratenientes. Con estas incursiones militares sobre los chimilas y la fundación de pueblos, ubicados entre el río Magdalena y las sabanas del Diluvio, se despejaba y habilitaba una zona adecuada para la ganadería.
También se ponía en funcionamiento el camino entre Valencia de Jesús y el río Magdalena, para comunicar al Valle de Upar con Cartagena. Esta última ciudad era el principal mercado para la carne procedente del Valle de Upar y poblaciones cercanas al río Magdalena (Sánchez, 2010 y 2012).
De los veintidós pueblos refundados por de Mier y Guerra, 19 estaban a orillas del río Magdalena y los otros tres entre el río Cesar y la ciénaga de Zapatosa. Eso quiere decir que no se fundó ningún pueblo entre San Juan de la Ciénaga y Pueblo Nuevo de Valencia de Jesús, pero en 1766 ya se tienen noticias sobre la apertura del camino entre Santa Marta y el Valle de Upar (Luna, 1993, p. 306).
SAN CARLOS DE LA FUNDACIÓN
Las fundaciones impulsadas por don Agustín de la Sierra no tuvieron la importancia estratégica que se requería para controlar los ataques de los chimilas. Fue entonces cuando se planteó la necesidad de estructurar la Nueva Fundación de San Carlos de San Sebastián, más tarde conocida como San Carlos de la Fundación, cabeza de playa que permitió la pacificación del territorio chimila entre las poblaciones de la Ciénaga y Valencia de Jesús.
Este asentamiento atrajo a los primeros terratenientes con sus ganados, así como a los agricultores para sembrar tabaco, cacao, café, plátano y otros productos, en las dos décadas finales del siglo XVIII.
En efecto, a finales del período colonial, el virrey Antonio Caballero y Góngora, quien además era el Arzobispo de Bogotá, encomendó para que contrataran a inmigrantes irlandeses en Filadelfia para colonizar el Darién, una región despoblada por españoles, con fuerte presencia de población indígena. La Real Hacienda se comprometió con los colonos irlandeses a costearles el viaje, así como darles animales domésticos, vivienda, alimentación por dos años y cincuenta pesos al desembarcar en Cartagena (Bermúdez, 2012, pp. 118-119).
Las condiciones ambientales adversas para los colonos europeos, la improvisación por parte de las autoridades coloniales, así como el aislamiento de centros urbanos importantes como Cartagena, Panamá o Santa Fe de Antioquia, llevaron la colonización al fracaso.
Ante esta situación, los colonos enfermos fueron trasladados a Cartagena y una vez recuperados los ubicaron provisionalmente en las instalaciones del hospital de Caño de Oro (Cartagena), que estaba desocupado transitoriamente pero que había sido construido para albergar los enfermos de lepra de todo el Virreinato.
El Virrey comisionó al coronel Pascual Díaz Granados para dirigir una expedición colonizadora con los irlandeses hacia “la montaña” de la provincia de Santa Marta, en la vertiente occidental de la Sierra Nevada. En marzo de 1789 fueron traídos a la provincia de Santa Marta noventa y un (91) colonos, de los cuales cerca de setenta (70) eran extranjeros, en su mayoría irlandeses, ingleses y franceses. Los otros eran “reinosos” o criollos de la provincia del Socorro y unos pocos de Turbaco, población cercana a Cartagena.
El gobernador de Santa Marta don Ignacio de Astigárraga comisionó al francés Pedro Cothinet para que escogiera el sitio del nuevo pueblo a orillas del río San Sebastián (hoy río Fundación), fue encargado para esta tarea en razón a que era un conocedor de la zona, poseía un predio “La Vega de San Pedro” desde 1786, ubicado en la desembocadura del arroyo Macondo sobre el río San Sebastián. En efecto Cothinet escogió un sitio a medio camino entre Santa Marta y el Valle de Upar, entre la Sierra Nevada y la Ciénaga Grande, a orillas del río San Sebastián, en el cruce con el camino de “San Andrés”.
Don Pedro Cothinet fue nombrado más tarde por la Real Audiencia de Santa Fé como Juez Pedáneo de este nuevo poblado, luego fue promovido a Juez de Caminos para controlar el contrabando. Cothinet se había establecido en Santa Marta por superior permiso del Virrey Caballero y Góngora, quien un 9 de mayo de 1896 le concedió avecindarse en esa ciudad, comprar tierras, labrarlas, casarse. El gobernador del Magdalena don José de Astigárraga recomendaba a Cothinet con el nuevo Virrey José Manuel de Ezpeleta (1789-1797) con estas palabras: “en todo este tiempo he reconocido que es un sujeto de buena conducta, honrado proceder y de más que regular instrucción... agregándose a esto que es una persona de buenos modales y conocida prudencia; muy aficionado a la agricultura, y por lo tanto promete mucho adelantamiento en aquella reciente población”
Al poco tiempo de establecidos los colonos en San Carlos de la Fundación, éstos y Cothinet se enfrentaron con el escaso respaldo oficial al proyecto. En efecto, el nuevo virrey Ezpeleta ordenó suspender el apoyo a la colonia de San Carlos de la Fundación, pero por Real Orden llegada de Madrid se vio en la obligación de seguir asistiendo por seis meses a los pobladores, con media ración y entrega de animales, a partir de mayo de 1790.
Pese a lo anterior, la situación no mejoró del todo, ya que los pobladores ingleses e irlandeses le escribieron una carta al Virrey el 19 de junio de 1791, quejándose por el incumplimiento de lo pactado para venirse como colonos. En la carta expresaban que vivían en la miseria, que no tenían casas ni comida y no les habían entregado semilla de ningún tipo. Además de lo anterior, ante la situación de aislamiento en que vivían no podían practicar el comercio con las poblaciones cercanas. Santa Marta y el mar estaban a cuatro días de camino, por lo que plantearon al gobierno colonial la idea de volver navegable el río Fundación (Blanco, 1996, pp. 28-29).
Entre los apellidos ingleses e irlandeses de los primeros colonos extranjeros: Smith, Campbell, Mongomery, Guillen o Guillet, Creus, Dolphin, Collins, Newman, White (Joseph White castellanizó su nombre como José Blanco), Griffith, Sumers, Better, Adams, Brown, Bond, Echearin, Lumer, Miller, Bright, Leez o Lee, Tuberat, Rian, Folux, Ley, Trason, Whitnes, Winimbergen, Wits, Gezan, Deser, Dobbison, Galben, Escoces, Toben, Mequidonet, Canade, Blarquetin, Brun, Nanay, Caile, Iquei, Bubans, Gueneri, Urden, Dudan, Gordon y Medolment.
También hubo colonos del Socorro de apellidos Arteaga, Montalbán, Muñoz, Gómez, Fandiño, Silva, Francisco, Rodríguez y Salinas. Estos eran “fundadores socorridos” o que recibían ayuda del virreinato. Además de los anteriores, también estaban los no socorridos como Pascual Díaz Granados, Pedro Cothinet y Hermenegildo de Robles. (Bermúdez, 2012, pp. 399 y 405).
Fueron entregados a los colonos 50 vacas, 4 toros, 150 cabras, 40 docenas de gallinas y 40 gallos, 40 puercas y 10 verracos (cerdos machos), dos canoas, 36 tornos para hilar y 40 juegos de agujas de plata. (Bermúdez, 2012, p. 126).
Muy seguramente García Márquez conoció la historia de los irlandeses en San Carlos de la Fundación y escuchó de labios de su abuelo las peripecias de sus antepasados para llegar a Aracataca y otras poblaciones de la Zona Bananera. En su novela Cien años de soledad, Gabo recrea una historia parecida:
José Arcadio Buendía… Sabía que hacia el oriente estaba la sierra impenetrable, y al otro lado de la sierra la antigua ciudad de Riohacha … Atravesaron la sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo… Al sur estaban los pantanos, cubiertos de una eterna nata vegetal, y el basto universo de la ciénaga grande (García Márquez, 2007, p. 19).
Sigue el autor informándonos que Macondo estaba en una región aislada, por lo que José Arcadio Buendía pensaba que “la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del norte”. Los fundadores de Macondo se dieron a la tarea de encontrar el camino hacia el mar, al cual llegaron luego de caminar una semana y cuatro días (García Márquez, 2007, p. 22). Por su parte, cuando Úrsula salió de Macondo detrás de los gitanos al saber que su hijo José Arcadio se había marchado con ellos, encontró la salida al mar a través de la ciénaga grande. Cuando regresó con otros comerciantes de la región, ellos “venían del otro lado de la ciénaga, a solo dos días de viaje, donde había pueblos que recibían el correo todos los meses y conocían las máquinas del bienestar (García Márquez, 2007, p. 48). Se supone que Úrsula se dirigió al occidente de Macondo, por uno de los ríos que desembocan en la ciénaga grande como el Fundación, el mismo que querían volver navegable los irlandeses y el francés Cothinet a finales del siglo XVIII. Realidad mezclada con ficción.
Abandono de los Irlandeses
Para mediados de 1792 habían abandonado la Nueva Fundación siete familias de colonos irlandeses, quienes migraron hacia Santa Marta, Valle de Upar, Cartagena y otras poblaciones cercanas. El censo de población de 1807 confirma que la migración había continuado: ese año San Carlos de la Fundación aparece con 95 habitantes, de los cuales ninguno era esclavo, todos eran libres, de los cuales 36 eran extranjeros (Bermúdez, 2012, pp. 408-409). Lo anterior indica que cerca de la mitad de los que habían llegado en 1789 ya no se encontraban en la población: algunos habían muerto y otros habían cambiado su lugar de residencia.
En las primeras décadas del siglo XIX las familias Creus y Smith se habían radicado en Santa Marta, los Guillet o Guillen en Valledupar, los Better en Cerro de San Antonio, mientras los Collins y Montgomery en Bogotá.
En estas décadas el aporte de los anglosajones en la provincia de Santa Marta continuaba presente tanto en la economía como en la guerra de Independencia. En efecto, en 1818 llegó a Venezuela el médico irlandés William P. Smith, quien se desempeñó como cirujano de la Legión Irlandesa durante los años de la Independencia, y luego en el Hospital de Santa Marta. El doctor Smith y sus descendientes, los Smith Díaz Granados, heredaron las tierras de Santa Rosa de Lima, ubicadas a orillas del río Fundación o San Sebastián.
El doctor Smith se casó con la dama samaria María Cecilia Díaz Granados Fernández de Castro, hija del samario Esteban Díaz Granados y la valduparense María Concepción Fernández de Castro; su nieta Isabel Smith Pumarejo se casó con el empresario Pedro A. López, quien había enviudado de Rosario Pumarejo Cotes, padres del ex presidente Alfonso López Pumarejo. Pedro e Isabel fueron padres de Santiago López Smith (Bermúdez, 2012, pp. 131-132).
BATALLA DEL RÍO FUNDACIÓN
La Batalla del río Fundación o El Codo fue un enfrentamiento militar librado en el contexto de la Independencia de Colombia el 30 de octubre de 1820, entre realistas (monárquicos) y patriotas (bolivaristas) con una victoria absoluta de estos últimos.
En la campaña por la independencia de España, se hacía necesario primero la liberación de Santa Marta. El General Simón Bolívar y el coronel Montilla dispusieron incursionar por el sur y el occidente de la provincia de Santa Marta con tropas formadas en su mayoría por militares extranjeros, como venezolanos, ingleses e irlandeses.
Para mediados de 1820 Simón Bolívar llegó a Barranquilla y se reunió con el coronel Mariano Montilla y demás comandantes que operaban en la zona del bajo Magdalena, para instruirlos sobre sus prioridades para la liberación de las provincias del litoral: el primer objetivo era asegurar el control del río Magdalena; segundo, ocupar la ciudad de Santa Marta y su provincia; luego, bloquear la ciudad de Cartagena y, por último, lanzar la campaña contra Maracaibo.
La ofensiva final para tomarse Santa Marta, implicaba derrotar primero a los realistas apostados en las poblaciones de San Carlos de La Fundación, Pueblo Viejo y Ciénaga.
El ataque contra Santa Marta debía ser por todos los frentes: los coroneles Lara y Carreño penetrarían a la provincia por el lado occidental, a la altura de Guaimaro, a orillas del río Magdalena. El coronel Carmona lo haría por el sur, por Tamalameque y Chimichagua. Los coroneles Córdova y Maza por el río Magdalena, luego de la liberación de Magangué y Mompox. El almirante Brión bloquearía la bahía de Santa Marta y el coronel Padilla ocuparía Ciénaga.
El coronel Carreño asumió el mando sobre el Ejército Libertador del Magdalena y con su tropa cruzó el río Magdalena, mientras el coronel Padilla se internó en la provincia por los caños de la Ciénaga. El brigadier español Sánchez Lima fue al encuentro de las fuerzas patriotas.
Antecedentes
El 29 de marzo de 1820 el coronel Mariano Montilla ocupaba Valledupar, pero las guerrillas aislaron a su columna en la ciudad. Se esperaban refuerzos, pero la mayoría de los soldados habían sido enviados a Pasto y sólo se envió un pequeño contingente al mando del coronel Francisco Carmona Lara, quien llegó el 10 de marzo a Ocaña sin ayudar en nada a Montilla.
El 8 o 9 de noviembre, Carreño con 700 soldados decidió acabar con Labarcés y sus 200 a 500 seguidores. Lo distrajo con un ataque de sus cazadores mientras cruzaba el río con el grueso de sus hombres más arriba. Al darse cuenta, el teniente coronel se retiró a Pueblo Viejo. En ambos combates y la persecución, los monárquicos sufrieron 38 muertos, 60 heridos y 122 heridos según el historiador Vicente Lecuna. Poco después se daba la batalla decisiva en Ciénaga.
Ese 30 de octubre de 1820 el Cuerpo de Lanceros de la Legión Irlandesa penetró por el río Fundación y llegó a San Carlos de Fundación, encontraron que los residentes extranjeros se refugiaron en las afueras de la población mientras duró el combate. Tanto el coronel venezolano José María Carreño como el coronel irlandés Francisco Burdett O’Connor pasaron la noche en una de las casas principales del pueblo, ubicada en la plaza. Allí observaron con sorpresa que los propietarios tenían una pequeña biblioteca con libros en inglés. La casa era de los Collins, una de las familias anglosajonas que se habían asentado en esta zona tres décadas atrás por orden del Rey Carlos III (Burdett O’Connor, 1915, pp. 49-50).
Luego de algunos días de descanso para atender a los heridos, Carreño y su tropa avanzaron hasta Río frío, donde los patriotas de nuevo vencieron a los realistas el 9 de noviembre.
Carreño había acordado con Padilla atacar conjuntamente la población de Ciénaga el 10 de noviembre: de un lado Padilla empezó el ataque con sus buques menores, ocupó las baterías de La Barra y Puebloviejo, y envió una escuadrilla al mando del capitán Chitty para continuar el bloqueo de la bahía de Santa Marta, donde se encontraba el almirante Brión.
La toma de Santa Marta por parte de los independentistas fue planeada por tierra, mar y el gran complejo lagunar de la Ciénaga Grande. El control del Distrito Parroquial de San Juan Bautista de la Ciénaga era militarmente estratégico: constituía una especie de “barrera” o de “puerta de entrada” para poder llegar a la capital de la Provincia de Santa Marta. Por tal razón, el gobierno samario, bajo el control de los españoles, estableció en sus agrestes y cenagosas tierras las baterías militares que consideraba necesarias: así fue en los Playones de Aguacoca, Puerto Cañón, Fuerte Cachimbero y en la Boca de La Barra.
Sin embargo, al final la superioridad de las fuerzas republicanas dio al traste con la resistencia realista. Carreño también avanzó y los combates más feroces ocurrieron en “Mundo Nuevo”, cerca del cementerio de Ciénaga, el 10 de noviembre de 1820. En menos de una hora y media fueron aniquilados cientos de indígenas del pueblo de indígena de San Juan Bautista de la Ciénaga, quienes habían sido improvisados como combatientes al servicio del régimen español.
Esta fue una de las contiendas más sangrientas de la Independencia de la Gran Colombia, al dejar en el campo de batalla cerca de 700 muertos y 450 heridos, la mayoría indígenas que luchaban del lado realista. Si se mide por el número de bajas, la Batalla de Ciénaga fue la segunda más cruenta de América, se ubica después de la de Ayacucho, y por encima del Pantano de Vargas, Carabobo, Junín, Bomboná y Boyacá.
Ante la derrota de los realistas en Ciénaga, el gobernador de Santa Marta envió unos emisarios al coronel Carreño, para acordar su retirada. Carreño aceptó que las tropas realistas evacuaran la ciudad con destino a Cuba, siempre y cuando dejaran sus armas y pertrechos.
El 11 de noviembre de 1820 entraron victoriosas a Santa Marta las tropas libertadoras. En esta ocasión, ni los catalanes de Santa Marta, ni los indígenas de Mamatoco opusieron resistencia.
En síntesis, esta fue una de las batallas más sangrientas y decisivas de la Independencia Colombiana, y al mismo tiempo una de las menos estudiadas.
COLONIZACIÓN DE SAN CARLOS EN EL S. XIX
Luego de la Independencia, se presentó un flujo comercial destacado en torno a la zona agrícola de San Carlos de la Fundación. En 1831 llegó el ciudadano irlandés George Campbell con su familia y esclavos. Campbell compró un globo de terreno de 420 fanegadas llamado “El Astillero”, a cinco kilómetros aguas arriba del río Fundación, donde sembró caña de azúcar, café y cacao.
También se destaca el establecimiento de los pueblos chimilas de Ariguaní y Tucurinca por el gobernador Juan Antonio Gómez entre 1834 y 1836, a orillas de los ríos del mismo nombre y a la altura del cruce del camino Ciénaga al Valle de Upar.
Así mismo, el intercambio y las conexiones familiares entre Valencia de Jesús y San Carlos de la Fundación se incrementaron a partir de 1836, con la apertura del correo entre Santa Marta y el Valle de Upar a través del “camino de la montaña” (Bermúdez, 2012, pp. 134, 136, 276 y 277).
Esta zona agrícola del Magdalena se abrió al mercado a mediados del siglo XIX, cuando se empezaron a implementar las políticas liberales en Colombia.
Como ya quedó dicho en la primera parte, en 1850 el empresario Joaquín de Mier trajo cerca de cincuenta colonos genoveses para vincularlos como trabajadores de Minca, su hacienda cafetera en la Sierra Nevada. Luego de algunos meses la mayoría de genoveses abandonaron Minca y se marcharon a colonizar tierras en San Carlos de La Fundación. Uno de esos genoveses fue Archile Sírtore, quien se estableció en la quebrada Orihueca, empezó el poblamiento en esta zona y se dedicó al cultivo del cacao (Registro del Magdalena, 1888).
Por su parte, los genoveses Blas Pezzotti y Francisco Gionuzzi, luego de pasar por Minca, se radicaron inicialmente en Puebloviejo y después en Riofrío, cuando empezaba la bonanza bananera (Bermúdez, 2012, p. 141).
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