marzo 23, 2015

JOSÉ BARROS, EL GRAN CANTOR DEL RíO: SU HISTORIA

El autor del libro José Barros: cien años del cantor del río, cuenta la historia del compositor costeño que escribió canciones en tiempo de bolero, currulao, vallenato, pasillo y cumbia. A sus 100 años de su natalicio.




POR: RAFAEL BASSI LABARRERA

El Heraldo



En el centenario del nacimiento del maestro de maestros, José Benito Barros, creador de cientos de composiciones del cancionero popular colombiano. Barros Palomino nació en El Banco, Magdalena, el 21 de marzo de 1915. Desde allí exaltó la cumbia y las raíces vernáculas del folclor colombiano. 

Escribió canciones en tiempo de bolero, currulao, vallenato, pasillo, cumbia. Recordado también como creador del Festival de la Cumbia, para apoyar a los compositores musicales y a los exponentes dancísticos. Murió el 12 de mayo de 2007. 

El Parque Cultural del Caribe en asocio con FestiCumbia Fundación José Barros diseñan el programa para festejar el próximo año el centenario de su natalicio con la ilusión de que el Ministerio de Cultura declare al 2015 el Año de José Barros Palomino, como en su momento lo hizo con el maestro Lucho Bermúdez, también orgullo cultural nacional.


Hace ya ocho años que partió a navegar en otra dimensión el creador de la más bella cumbia colombiana: La piragua. Benito, como le llamaban sus amigos cercanos, falleció la madrugada del 12 de mayo de 2007 en Santa Marta a la edad de 92 años, había nacido el 15 de marzo de 1915, en El Banco (Magdalena), o sea que el próximo año debemos celebrar con tambora, guache y llamador el centenario del natalicio del Gran Cantor del Río. 



En la discografía universal encontramos muchas versiones internacionales de la simbólica Piragua de Guillermo Cubillos, como la amerengada del cantante dominicano Johnny Ventura, la salseada de la orquesta venezolana Dimensión Latina y la timbeada de Manolito y su Trabuco.


La historiografía señala que en 1962, José Barros terminó de escribir La piragua en una cafetería-bar que quedaba al lado de la Emisora Nuevo Mundo, de Bogotá. En varias ocasiones señaló José Benito que “La piragua nació al ver que El Banco no tenía una canción que lo identificara. Esa letra tenía que ser una letra romántica, bonita, histórica. Entonces me acordé de una historia que sucedió en El Banco con un señor cachaco, llamado Guillermo Cubillos”.


Cientos de anécdotas se tejen alrededor de La piragua, desde su creación, pasando por su grabación y difusión por todo el mundo hasta los comentarios al final de los días del maestro Barros, cuando decía que él no había hecho la piragua de Guillermo Cubillos, precisando que no era carpintero. “Anécdotas en la vida mía hay muchas, pero hay una muy curiosa. Se trata de La piragua, cierta fábrica de discos me pidió que le hiciera un par de canciones para concursar internacionalmente. Le dije al director artístico que le recomendaba La piragua. Al mes fui a visitarlo y me salió con el cuento de que eso no sirve porque es muy poético. Queremos algo folclórico. Recogí la canción. Unos amigos vallenatos la grabaron y cuando Hernán Restrepo oyó la canción dijo ‘este es el hit mundial’. Salió La piragua y causó un impacto nacional e internacional”.

Con emoción recuerda el cantante colombiano Gabriel Romero cómo llegó a sus manos la letra de La piragua. “Me le acerqué y le dije: Maestro, quiero grabar unas cumbias.
Me respondió: ‘Casualmente tengo una canción que se le ha mandado a todo el mundo. Pero son unos sordos que no la han querido grabar. La canción se llama La piragua.
Coge papel y lápiz para que la copies’, y con una guitarra me la entonó. ‘Si la vas a grabar recógela en Codiscos, que es la última casa donde le he mandado’. Me fui a Sonolux y me encontré con un pelaíto arreglista, Juan Carlos Montoya. Estaba haciendo lo inusual. Una canción de peso había que dársela a un arreglista de gran talla. Grabamos la canción y se convirtió en éxito”.
La piragua es una canción que hace parte de la vida familiar de los colombianos, como lo recuerdan el cantante samario Carlos Vives y el compositor y productor musical paisa Luis Fernando Franco.
Carlos Vives: La piragua está en el disco El Amor de mi tierra. Es un clásico. Es de esas primeras canciones que le enseñan a uno en la casa. Luis Fernando Franco: En mi familia siempre había músicos, mi mamá, los tíos. Recuerdo con mi mamá tocando tiple y de pronto, aprendiendo a puntear algunas cositas como La piragua.
El maestro Francisco Zumaqué, con toda la gracia costeña, recuerda cómo surgió el famoso Pedro Albundia. “Quedaba la Nueva Mundo y justo al lado había una cafetería que le decían Orines Hilton por su peculiar olor. Era un lugar con mesitas y allí contrataban a los músicos. Un día presencié que estaban varios personajes, ellos compartían las composiciones. El maestro pidió un apellido que rimara con cumbia quiero que se llame Pedro… y comenzaron a inventar y se reían hasta que de algún lado apareció el apellido Albundia porque alguien lo relacionó con albóndiga. Era una cosa loca. Allí nacían las canciones. Era un hervidero de creatividad. Increíble”.
Haciendo gala de su humor, anotaba José Benito que “La Academia de la Historia ha buscado el apellido Albundia en diccionarios y tratados históricos. Entonces les contesté ‘lo que pasa es que en la Costa todo el mundo tiene un sobrenombre, un apodo, y Albundia seguramente no es el apellido, sino un apodo. Le decían el Negro Pedro Albundia. Fue un apodo que le pusieron a ese negro en Chimichagua”.
En 1976, el cineasta Jorge Gaitán realizó el cortometraje La leyenda de La piragua, con música de Daniel Moncada, lo que evoca reflexivamente el connotado pianista y compositor: “En esa época se avivaba un interés por nuestra cinematografía nacional y hubo ciertos incentivos. En uno de esos proyectos estuve con el director Jorge Gaitán, me propuso que hiciera la música para un documental  titulado La leyenda de La piragua. Este documental quizás fue el primero que reconoció la obra del maestro Barros. Lo grabamos con la orquesta Filarmónica de Bogotá. Fue un bello documental”.

Con la sencillez propia de los sabios, el maestro Fals Borda rememora a José Barros y sus correrías por los pueblos ribereños: “La piragua, una cumbia, tiene esa combinación de las etnias que conforman nuestra raza cósmica: los tambores de los negros, la guacharaca de los indígenas y las melodías de algunos estilos blancos. Pero al combinarlos se siente otra cosa y se siente la esencia de aquello que es anfibio. Lo anfibio enriquece”.
El pintor Hernán Evelio Mejía, amigo personal del maestro José Barros, ha plasmado en cuadros, como Sinfonía de la cumbia, el sentimiento musical ribereño. Frente a una réplica de la famosa Piragua, recuerda en compañía del artesano Efraín Corredor que “La piragua era una canoa grande y tenía aproximadamente como 22 varas y un ancho como de 1, 5 metros. Estaba cubierta con paja. Había doce bogas como dice la canción, morenos oscuros. Se hizo con madera natural de la Costa”.
La piragua ha recorrido todo el mundo, siendo grabada por más de 50 agrupaciones. Su popularidad es tal que el espacio donde se celebran los grandes conciertos al aire libre en La Habana se llama Plaza de La Piragua, como lo señala el compositor cubano Senén Suárez: “En La Habana hay una historia de La piragua de Guillermo Cubillos. Allí hubo un lugar bailable, una caseta, y le pusieron La Piragua. Estoy hablando de hace años. Se acabó la caseta y se quedó el nombre de La Piragua. Y la cita es en La Piragua


El pueblo es el que manda”. Y remacha Carlos Vives diciendo: La piragua llegó tanto a los cubanos que se volvió una canción cubana. Como era tan importante la canción, a uno de los sitios más importantes lo bautizaron así.
También hay que recordar que uno de los salones de baile o casetas más populares de Barranquilla fue La Piragua, inaugurada en los carnavales de 1970 con la Orquesta de Pacho Galán, Alfredo Gutiérrez y Los Blanco de Venezuela. Al año siguiente estuvo por primera vez en los carnavales curramberos: El Gran Combo de Puerto Rico compartiendo tarima con Los Black Stars.
Muchos coleccionistas, melómanos y músicos coinciden con el vibrafonista y compositor Jorge Emilio Fadul en señalar la versión de los Hermanos Martelo cantada por Johnny Moré como una de las mejores versiones de La piragua.
Hablando con Gloria Triana sobre la delegación que viajó a Estocolmo en 1982 a acompañar a Gabriel García Márquez a recibir el Premio Nobel de Literatura, recuerda: Hay un cuento de que García Márquez había dicho que La piragua tenía los versos más bellos que había conocido. En “Cumbia sobre el río”, que es uno de mis documentales para la serie Yurupari… nos encontramos con una banda que iba por la calle a llevarle una serenata al maestro Barros, y filmamos todo.
El maestro José Benito Barros Palomino fue objeto de muchos homenajes y reconocimientos en vida, siendo uno de los más importantes el tributo que se le hizo en el año 1984 en el Palacio de Nariño. Recuerda Francisco Zumaqué que “Cuando se le hace el homenaje a José Barros en ese concierto en el Palacio de Nariño lo sientan en primera fila, lo condecoran, entro yo con batuta en mano, lo saludo y suelto ese arreglo… el maestro lloró. La emoción fue de todos. Algo extraordinario pasó ahí. Era el hijo de él en esa especie de grandiosidad con esas luces y colores orquestales”.
José Benito Barros Palomino, el compositor más prolífico de la música popular colombiana. Hoy lo hemos recordado a través de una de las más emblemáticas canciones colombianas: La piragua.
Los anteriores testimonios fueron tomados del documental “Jose Barros, rey de reyes”, realizado por David Britton y Rafael Bassi Labarrera para Telecaribe. 
“Me contaron lo abuelos que hace tiempo,
navegaba en el Cesar una piragua,
que partía de El Banco viejo puerto
a las playas de amor en Chimichagua.
Capoteando el vendaval se estremecía
e impasible desafiaba la tormenta,
y un ejército de estrellas la seguía
tachonándola de luz y de leyenda.
Era la piragua de Guillermo Cubillos,
era la piragua, era la piragua...”.
Otras canciones de su autoría:
‘Arbolito de Navidad’, ‘El guereguere’, ‘La llorona loca’, ‘Momposina’, ‘Pesares’, ‘A la orilla del mar’, ‘Busco tu recuerdo’, ‘Navidad negra’, ‘El pescador’, ‘Violencia’.

"La piragua, una cumbia que tiene esa combinación de las etnias que conforman nuestra raza cósmica (...) al combinarlos se siente la esencia de aquello que es anfibio”. Orlando Fals Borda

La piragua musical del maestro José Barros

Por Ricardo Gutierrez G.

Recorrido biográfico y musical por la vida del célebre compositor de El Banco, Magdalena, que en medio de sus viajes y experiencias escribió canciones insignes del folclor nacional.


Al zarpar el viejo bote ya roído por el uso, su proa fue abriendo paso frente a la corriente, disminuyendo la resistencia hidrodinámica con movimiento equilibrado dejando hermosas figuras en forma de “v” invertida que entonaban con el golpeteo de las aguas del río Magdalena, recuerdos convertidos en melodías. Esas evocaciones instigaban el alma de los banqueños quienes, adornados con la pompa de la imaginación, tarareaban los versos de La piragua.
En El Banco, viejo puerto fluvial, nació José Benito Barros Palomino el 21 de marzo de 1915, su madre Eustasia Palomino fue descendiente de los indígenas pocabuyes, músicos por naturaleza que se manifestaban a través de las danzas fúnebres o religiosas en los momentos importantes de su vida cotidiana, como recolección de cosechas, nacimientos, bodas, etc., utilizando como instrumentos cañas de millo, troncos, totumos, cueros y caracoles. Su padre fue João María Dú Barros Traveceido, descendiente de portugueses, quienes en momentos de soledad, sobre todo los que viven en puertos, a través de cantos nostálgicos y profundos, denominados fado, describen el fatalismo, la frustración y los malos momentos de la vida. Son personas sui géneris que les gustan los detalles, aprecian el talento, amantes de las distancias, de los ensueños, de la música y los acordes de la viola o guitarra española, y la guitarra portuguesa.
El Banco, viejo puerto
Junto a un hermano, João María emigró de su país e ingresó a Colombia por La Guajira, donde inicialmente se establecieron por algún tiempo en el corregimiento Camarones, un caserío de afrocolombianos y wayuu cercano a Riohacha. João María siguió solo su periplo y llegó a El Banco (Magdalena), donde se dedicó al comercio y a la política. Allí se casó con una ocañera con quien tuvo dos hijos: Óscar y Nicolás. Al enviudar encontró de nuevo el amor con Eustacia Palomino, con quien tuvo varios hijos. En el municipio de El Banco fue muy apreciado y reconocido, ocupando cargos importantes como prefecto de la Provincia de Río de Oro y alcalde de su pueblo.
José Benito fue el menor de los cinco hijos de João María y Eustacia, criado por su hermana Clara, quien lo tomó desde la niñez al fallecer sus padres. En El Banco vivió sus primeros años, y desde muy temprana edad mostró aptitudes e interés por la música, impregnado por su sangre portuguesa, los ritmos autóctonos que escuchaba en las fiestas de Navidad, de la Virgen de la Candelaria patrona del Municipio, y los carnavales, que aglutinaban con gran alboroto las expresiones artísticas de la región.
El Banco, debido a la posición estratégica sobre el río Magdalena, ha sido un puerto de transcendental importancia desde la colonia para la economía regional. Esta ventaja promovió la llegada de extranjeros en busca del comercio, filón importante e inexplorado en esos momentos, quienes intervinieron sigilosamente en todos los aspectos socioeconómicos de la población, generando profundas transformaciones. Años después su desarrollo se afectó por la disminución del movimiento comercial del puerto ocasionado por la construcción de la carretera nacional y el ferrocarril, que le dieron vía libre al transporte de mercancías por medios diferentes al fluvial, y por el auge del puerto Las Flores, en Bocas de Ceniza, que estimuló notoriamente el comercio hacia los grandes centros de consumo de la Costa Atlántica.
Aunque los avatares que ha vivido este municipio, distante geográficamente de Santa Marta, capital del Departamento, lo han llevado a un enorme letargo, ausente del desarrollo económico que han logrado otras ciudades de la Costa, El Banco continúa siendo un referente importante de nuestra cultura colombiana por ser la cuna de José Barros, quien contagió la sensibilidad nacional con la luz de sus composiciones.

Benito, como se le conocía en El Banco, solo pudo estudiar hasta cuarto año de primaria por las grandes dificultades económicas a las que se vio abocado al fallecer sus padres. Se dedicó a diversos oficios para lograr su manutención, como lo afirmó: “Yo era un muchacho completamente avispado, como se dice. Buscaba la moneda como fuera, haciendo lo que fuera; a mi me toco vender a esa edad almojábanas, arepas, leche hervida por la calle, para ganarme los 30, 40 centavos diarios. Entonces los amigos importantes de mi papá, que se ponían en las esquinas, en las sombras de los palos de matarratón a tomar, me llamaban para que les cantara. Yo les cantaba, y en esa época era son cubano, tangos, boleros y rancheras. Yo no sabía hacer cumbias, ni porros, ni vallenatos, ni nada de esa vaina, eso no se conocía, y si se conocía no se cantaba, porque eso era vulgar”.

Su primera composición

José Barros, de una creatividad musical impresionante, comenzó a hacer canciones desde muy joven, a los 12 años. A Magdalena, una hermosa mujer de El Banco, le compuso La nena, su primera canción. Con el pasar del tiempo aprendió a tocar la guitarra escuchando a su tío Roberto Palomino, y su vida la consagró a todo lo relacionado con la música, razón de su existencia.

Trashumante por herencia

A los 17 años, trashumante como su padre, motivado por el interés en conocer todo lo relacionado con la música que en cualquier recodo del puerto escuchaba, y por su deseo de escudriñar los diversos géneros musicales, tomó la determinación de viajar en busca de lo que verdaderamente le apasionaba. Guiado por esa fuerza que interiormente lo impulsaba y lo hacía sentir bien, entendió que su pueblo no satisfacía sus anhelos y sus esperanzas para darle apoyo a su imaginación creadora, por el contrario se sentía insatisfecho por esas limitaciones que obstruían sus sueños.

Acompañado por su vieja guitarra emprendió un viaje en busca de nuevos horizontes. Necesitaba conocer artistas y compositores que le ayudaran en todo lo concerniente a la música, para construir sus canciones inspiradas en el mundo de realidades y fantasías que vibraban permanentemente en su espíritu.
Viajó inicialmente a Santa Marta, donde prestó el servicio militar. Regresó un tiempo a El Banco y luego se fue a Antioquia atraído por los tangos, llegó a Segovia, donde trabajó en la minería, y en 1935 se radicó en Medellín, en el mundo del barrio Guayaquil, que era donde podía estar debido a su precaria situación económica, pero logró participar en un concurso popular que realizó la Voz de Antioquia y resultó ganador con su canción El minero, que le abrió las puertas musicales de la ciudad. Luego estuvo en Cali, partió a Panamá, Chile, Perú, Argentina, Brasil y México, siempre indocumentado y deportado por más de una vez. Como no tenía recursos económicos se hospedaba en hoteluchos de barrios bajos, acompañado de su guitarra, que permanentemente empeñaba, y de su talento como sostén. “Yo andaba por todas esas ciudades y pueblos con una guitarra vieja. En esas casitas de los mercados, las niñas de vida bastante alegre, mis amigas, me daban dormida porque yo cantaba en las emisoras más baratas y les dedicaba canciones”.
En 1944 en México, Agustín Lara lo destacó como el compositor más grande de Latinoamérica. En la Plaza Garibaldi se reunía con compositores e intérpretes, y aprendió cómo se hacían las rancheras. Buenos Aires fue su obsesión, escuchaba desde niño en El Banco a Carlos Gardel, máximo exponente de los tangos por sus composiciones y por la calidad de su voz. En esa preciosa ciudad de inmigrantes, donde confluye una enorme diversidad cultural y étnica, conoció verdaderamente el tango, cuyas letras escritas en la jerga local expresan el estado anímico que origina el amor, la vida, las alegrías y las desdichas. Allí aprendió a hacer tangos y pudo definir los conceptos musicales esenciales que le facilitaron su proyección internacional.
Después de un duro trajinar logró en Lima (Perú), sus primeras grabaciones para RCA Víctor, entre ellas el famoso tango Cantinero sirva tanda:
“Oiga, mozo, traiga pronto/de lo mismo que ha servido/para ver si así me olvido de lo que me sucedió/No es que yo me esté muriendo/por lo sucio que ha jugado/pero estoy decepcionado/porque ayer me traicionó”.

Cantinero, de autoría de José Benito Barros
Compositor de varios géneros musicales
Su producción musical no se limitó a un solo género; compuso cumbias, porros, merengues, pasillos, puyas, bambucos, baladas, paseos, currulaos, garabatos, boleros, rancheras, tangos, etc.

Él contó cómo compuso el pasillo Pesares: “Esa canción es la que más recuerdo cómo la hice. Estaba sentado por la tarde en el muelle. Y empecé a recordar a la mujer mía de ese entonces, Amelia Caraballo, y allí sentado me la inventé, cogí papel y lápiz para sacar la letra y la música de algo que no es inventado, es puro amor, es un padecimiento real, fue algo que me pasó”.
José Benito se casó tres veces. La primera esposa se llamó Tulia Molano, con quien tuvo dos hijos, José y Sonia. Luego con Amelia Caraballo, con quien tuvo cuatro hijos: Alberto, Alfredo, Abel y Marta. Finalmente, con Dora Manzano, en 1966, de cuya unión nacieron Katiuska, Veruschka y Boris. En sus canciones describe amores, costumbres, creencias, tragedias, paisajes, etc. Con su disposición innata a la música y a la observación de todo lo que lo rodeó y las experiencias que poblaron su mente, logró en sus canciones el sincretismo mágico entre la musicalidad portuguesa heredada de su padre, el folclor cargado de leyendas de su región y su vocación poética inigualable.
El auge de la música de la Costa

Después de recorrer varios países, donde conoció diferentes géneros musicales, artistas, compositores y de recibir reconocimientos, regresó a Colombia en 1945 y se radicó en Bogotá, donde se dio cuenta del auge inusitado de la música de la Costa que interpretaban Lucho Bermúdez, Abel Antonio Villa y Guillermo de Jesús Buitrago Henríquez, el célebre intérprete de La víspera de Año Nuevo. En esos momentos de agitada competencia de las casas disqueras por lograr una participación del mercado, el gerente de RCA Víctor, Jack Glottman, le pidió componer cumbias y porros. “Yo no sabía hacer cumbias, ni porros, ni nada de esas vainas, pues era en ese momento música vulgar, pero luego serían mi trampolín a la fama”. Ante la vehemente petición de quien le había colaborado a su llegada a la capital, compuso El gallo tuerto, cuyos arreglos y grabación las hizo la orquesta de Milciades Garavito, en Bogotá. Con este porro logró penetrar al mercado que buscaba, y lo motivó a seguir componiendo canciones de este estilo.

Como tenía que entregar a su casa disquera las partituras de sus creaciones y carecía de formación académica, se apoyó en los maestros Lucho Bermúdez y Luis Uribe Bueno, quienes le colaboraron con gran esmero. Compuso enseguida Las pilanderas, La llorona loca, Navidad negra y Alegre pescador, que fueron éxitos en Colombia, México, Argentina y en otros países latinoamericanos.
“Se murió /mi gallo tuerto/qué será de mi gallina/A las cuatro e la mañana /le cantaba en la cocina”.

En 1946, Antonio Fuentes lo invitó a grabar en la disquera Fuentes, creando para tal fin Los trovadores de Barú, que integraron también como vocalistas a Tito Cortez, el Dueto de Antaño, el Trío Nacional, Bovea y Guillermo Buitrago, logrando éxitos contundentes. Las canciones de Barros El vaquero, Momposina, El chupaflor y Navidad negra consiguieron de inmediato gran aceptación en Colombia, Venezuela y Panamá.
En la playa blanca/de arena caliente,
hay rumor de cumbia/y olor a aguardiente.

Siendo consecuente a su estilo y a su formación musical adquirida en el trasegar de su vida, inició sus composiciones vallenatas con el El vaquero y el merengue Angelita Lucía, grabada por Bovea y sus Vallenatos.
“El vaquero va cantando una tonada/y la tarde va muriéndose en el río.
Con el recuerdo triste de su amada/ lleva su corazón lleno de frío.
Lo acompaña siempre un lucero/ cuando va cantando el vaquero” .
Luego compuso: Corazón atormentado, Ají picante, Las pilanderas, El chupaflor, La pava, El guere guere, Arbolito de Navidad, Pajarillo montañero, etc.

La piragua de Guillermo Cubillos

En Bogotá, José Benito Barros siguió dedicado a componer canciones en varios géneros, y viajaba a la Costa y al exterior permanentemente. Su objetivo siempre fue componer una canción que identificara a El Banco, como lo expresaba constantemente a sus amigos: “La letra de esa canción tenía que ser romántica, bonita, histórica. Entonces me acordé de una historia que sucedió en El Banco con un señor cachaco, llamado Guillermo Cubillos”. 
En 1969, en un momento sublime, concatenando recuerdos y melodías terminó de componer la famosa cumbia La piragua, donde nombra a Guillermo Cubillo Ospina, un comerciante y experto navegante nacido en 1863 en Chía (Cundinamarca), que vivió muchos años en La Dorada, donde se dedicó al transporte de mercancías entre La Dorada y El Banco en su lancha La Girardoteña. En uno de tantos viajes a El Banco, el señor Gastón Lozano, gerente del Hotel Magdalena, donde se hospedaba, le presentó al chimichagüero Luis Roberto León, quien lo invitó a una correría por la Ciénaga de Zapatosa y Chimichagua.
 El cachaco Cubillo, como le decían, con gran olfato comercial captó el gran potencial de la zona y las posibilidades de negocios si lograba establecer un transporte fluvial que garantizara la salida de los productos, ya que solo había canoas pequeñas y los caminos eran intransitables. En varias oportunidades visitó esa zona que le agradó, y allí conoció a Juana de Mattos Álvarez, de quien se enamoró y meses después contrajo matrimonio. De esta unión nacieron Juana, Juan de Jesús , Guillermo y Cosme Cubillos Álvarez. De su primer matrimonio con Pastora Ramos, oriunda de Girardot, le quedaron dos hijas: Isabel y Ana Elena. Tuvo además cuatro hijos: Avelina, Maryory, Pauliana y Lácides.
Cubillos, después de analizar todas las perspectivas del negocio, contrató en 1919 con el experto Lorenzo Simanca Epalza la construcción de un bote de 15 metros de largo, 3 de ancho, y 2 metros de altura con tablones de tolú, ceiba amarilla y cedro. La inmensa canoa fue construida rápidamente y fue tirada al agua ese mismo año impulsada por un equipo de bogas. Fue un gran acontecimiento en toda la región, el pueblo llegaba al puerto para conocer la Isabel Helena, el gigante medio de transporte a quien Guillermo Cubillo le puso ese nombre en honor a sus dos hijas. Era costumbre en ese tiempo que a las canoas no se le ponía el nombre con el que se distinguía en ninguna parte del casco, simplemente se bautizaba oralmente de acuerdo a la preferencia de su dueño.
Guillermo Cubillos, navegante idóneo, viajaba constantemente entre el Banco y Chimichagua con la compañía de su auxiliar Pedro Arbórea, un hombre de pequeña estatura, moreno, malgeniado y buscapleitos que hacía las veces de cocinero.
Los negocios del cachaco crecieron, igual que el reconocimiento general por el buen servicio que ofrecía a los chimichagüeros, quienes orondos festejaban la salida de sus productos en una embarcación grande y segura.

Un día, estando José Benito Barros con el grupo de amigos con los que se reunía en Bogotá en una humilde cantina, recordó todo lo que le contaron de la gran canoa Isabel Helena. Al auscultar detalles en su memoria, disfrutó en silencio esos tiempos que vivieron sus coterráneos, cuando viajaban de un lugar a otro, lo cual motivó su imaginación para escribir en ese momento solemne de inspiración la famosa cumbia que inmortalizó a su pueblo y a él mismo: La piragua.

“Me contaron los abuelos que hace tiempo
navegaba en el Cesar una piragua
que partía de El Banco, viejo puerto
a las playas de amor de Chimichagua”.

Un hombre conocedor como él, en esos momentos fértiles bautizó nuevamente en su cumbia el gran bote Isabel Helena, de Guillermo Cubillo, como La Piragua, y al obsecuente servidor del cachaco Cubillos, Pedro Arbórea, le cambió el apellido, llamándolo Pedro Albundia, para que pudiera rimar Albundia con cumbia, buscando acomodar la rima de las estrofas para hacer más fácil la narrativa musical.
Precisamente el arreglista y director musical Francisco Zumaqué recuerda cómo surgió el famoso nombre Pedro Albundia: “El sitio de reunión diario de los músicos en Bogotá era una cafetería-bar que quedaba al lado de la emisora Nuevo Mundo. En ese lugar, los músicos compartían sus composiciones y esperaban ser contratados para diferentes eventos. Estando allí, el maestro José Barros les pidió a sus amigos que le ayudaran a conseguir un apellido para Pedro, que rimara con cumbia. Todos jocosamente comenzaron a buscarlo, hasta que de algún lado apareció el apellido Albundia, porque alguien lo relacionó con albóndiga, quedando el nombre completo: Pedro Albundia, que cumplía con el requisito”.
“Doce bogas con la piel color majagua/Y con ellos el temible Pedro Albundia
En las noches a los remos arrancaban/Un melódico rugir de hermosa cumbia...”

Sus canciones fueron inmortalizadas por Nelson Pinedo, La Sonora Matancera, Tito Cortés, Carlos Vives, Charlie Figueroa, los Black Start, Bovea y sus Vallenatos, Billo’s Caracas y Los Melódicos, entre otros.
La colosal y fecunda obra de José Benito (más de 800 canciones) logró su máximo esplendor con su cumbia La piragua, que lo llevó a erigirse como baluarte de la expresión musical colombiana. Su enorme sensibilidad y conocimientos los plasmó en cada canción donde dejó huellas de la perdurable historia musical de su tierra El Banco y consiguió enarbolar, sin buscarlo, la categoría de Maestro ante sus coterráneos, Colombia y el mundo.
Texto publicado originalmente en Latitud, suplemento de EL HERALDO.


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